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05 | Un año. (II)

— Voy. — Gritó bajando por las escaleras aún cepillando su cabello húmedo. — Que intensidad.

Había salido de bañarse hace tan solo unos minutos, había pasado la tarde frustrada y ahogando sus lágrimas en una de sus almohadas tras la falta de respuesta de su madre. Luego de insistir, ella solo había decidido irse a trabajar como cada tarde-noche dejando sola a Anabela como era de rutina. Los llamados de Julian quedaron sin responder, la morocha no quería preocupar a su mejor amigo y menos por este tema que la tenía tan conflictuada. Comenzaba a temer que los meses pasen y su madre no diera el brazo a torcer con el tema, obligandola a quedarse en su pueblo y mandando lejos la posibilidad de volver a tener al castaño cerca de ella.

La verdad era que Calchin seguía siendo un pueblo pequeño, quizá su madre consideraría mandarla a capital pero eso no estaba ni cerca de ser lo que Ana quería. Estaba segura, deseaba estudiar lo que la apasionaba y si esto la dejaba estar cerca de su jugador favorito, era el plan ideal.

— Buenas noches. — Saludó al hombre del otro lado de la puerta. — ¿A quien busca?

— A vos. Belita. — Sonrió.

El aire pareció desaparecer de los pulmones de la morocha al escuchar el apodo que solo su padre le decía, enfocando sus ojos por primera vez en el rostro de aquel hombre frente a ella. Ya con cabello corto y algo de barba, pequeñas canas y arrugas al rededor de sus ojos. No entendía como no lo reconoció al instante, quizá los años no habían pasado para Daniel, se veía feliz y rejuvenecido con aquel corte. Tan feliz como un hombre sin preocupaciones como una hija a quien cuidar.

— ¿Qué haces acá? — Un nudo se formó en su garganta. — No... — Titubeó. — No está mamá. Trabaja. No sabe que estas acá.

— Nesecito hablar con vos Belita. Por favor.

Un balde de agua fría cayó sobre la morocha al momento que descubrió la intenciones de su padre diez años después de simplemente marcharse. Hasta el presente año que se ofreció a ser quien hospede a Anabela si ella decidiese estudiar en Buenos Aires. Se sentía como un retroceso, no quería sentir el calor en su pecho al pensar en tener de nuevo en su vida al hombre que en su momento la hizo sentir como su pequeña princesa. No estaba preparada para que apareciera de un momento al otro y mucho menos para lo que esto le hacía sentir.

¿Por qué ahora? ¿Por qué no antes?

— Estuve llamando todos estos días. — Dijo en un susurro, con lágrimas mirando a su hija. — Yo quería hablarte Anabela. Te lo juro, por favor.

— ¿Qué haces acá? — Se oyó a sus espaldas.

La puerta se volvió a abrir mostrando a Laura tras ella. Su madre se veía preocupada. Ana corrió de ella al momento que sintió su cercanía, se sentía traicionada por lo que acaba de escuchar y no comprendía aún que debía hacer ante la situación. Podría comprender su actuar ante la situación, era una herida apenas cicatrizando que amenazaba con doler nuevamente, pero no toleraría que fuera verdad lo que su padre le había terminado de contar.

Un suspiro de preocupación escaparía de los labios de Mariana al ver a la pequeña mejor amiga de su hijo en la puerta de su casa con lágrimas amenazando en sus ojos. Su mirada era perdida, como si estuviera analizando algo constantemente. Maquinando sin pensar en su entorno y como si hubiese llegado hasta el hogar de los Alvarez de puro instinto. No era mentira cuando dijeron que esa seguía siendo su casa, con Julian o sin él la adoración que sentían por la chica no cambiaba. Mucho menos cuando seguía siento igual o incluso más importante para su hijo que siempre. Los brazos de la mujer rodearon a Anabela haciéndola sonreír, sentirse en casa y como que allí todo estaba bien.

Esperándote | Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora