"QUIZÁS, EN OTRA VIDA."

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ɪɴᴄʟᴜꜱᴏ ᴇɴ ʟᴏꜱ ᴄᴏʀᴀᴢᴏɴᴇꜱ ᴍÁꜱ ᴅᴜʀᴏꜱ, ᴜɴᴀ ɢᴏᴛᴀ ᴅᴇ ᴀᴍᴀʙɪʟɪᴅᴀᴅ ᴘᴜᴇᴅᴇ ʜᴀᴄᴇʀ ʟᴀ ᴅɪꜰᴇʀᴇɴᴄɪᴀ

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ɪɴᴄʟᴜꜱᴏ ᴇɴ ʟᴏꜱ ᴄᴏʀᴀᴢᴏɴᴇꜱ ᴍÁꜱ ᴅᴜʀᴏꜱ, ᴜɴᴀ ɢᴏᴛᴀ ᴅᴇ ᴀᴍᴀʙɪʟɪᴅᴀᴅ ᴘᴜᴇᴅᴇ ʜᴀᴄᴇʀ ʟᴀ ᴅɪꜰᴇʀᴇɴᴄɪᴀ.
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Aegon suspiro cansado, era la segunda semana que su madre se negaba a comer, se había encerrado en sus aposentos llorando la pérdida de sus amados hijos.

Ciertamente aquella situación lo tenía harto y bastante cansado, a penas podía movilizarse sin tener que sentir el enorme dolor que las heridas de su última batalla le causaban.

Mientras sostenía el bordón, recordó a su viejo padre, el difunto rey Viserys I Targaryen. Y por su mente comenzó a pasar todo lo que había sucedido aquel maldito y fatídico día en donde su tormento inició.

Aunque para ser sincero, pensó que siempre había vivido atormentado, su madre, su padre, su abuelo e incluso muchas veces sus hermanos. Siempre había sido una decepción. ¿Verdad?

Las puertas del salón de trono fueron abiertas, y a pasos lentos el joven rey Aegon entraba sintiendo su estómago querer devolver lo que había comido esa mañana.

— Su majestad, Aegon II de la casa Targaryen. Rey de los ándalos, los rhoynar y de los segundos hombres, señor de los siete reinos y protector de la tierra. — anunció Ser Alfred Broome.

Incapaz de subir los escalones del Trono de Hierro, Aegon se sentó en un asiento acolchado de madera, con una manta cubriendo sus piernas destrozadas. Evitando que todos miraran con burla o pesar su situación.

— Dejaré que mi hija Jaehaera se una en matrimonio con el último hijo de Rhaenyra. Es todo lo que obtendrán de mi Lord Corlys. — dijo Aegon con un semblante cansado.

— Agradezco su buena voluntad majestad. — contestó el Velaryon.

Cuando todos se disponían a abandonar la sala del trono, las campañas de la ciudad sonaron. Los guardias entraron causando revuelo en la corte y Aegon frunció el ceño cuando un hombre de aspecto formidable entró por las puertas.

Las enormes pieles reposaban sobre él cuerpo de este, tenia una mirada penetrante y un rostro duro. Aegon sabía bien de quien se trataba, Lord Cregan Stark.

— Lord Cregan, suponga que está aquí hincar rodilla ante su verdadero rey. — habló en cierto tono burlón el Targeryan.

— Se equivoca príncipe, a la única persona a la cual he de hincar rodilla nuevamente es a Rhaenyra Targeryan, vuestra hermana mayor y la legítima heredera de vuestro padre. — contestó firme el Stark.

— Temo decirle que mi hermana ya descansa con el desconocido. Aunque para serle sincero creo que más bien se a quedado entre las tripas y los dientes de la que fue su dragona. — este se carcajeó aún sintiendo el dolor en su cuerpo.

— ¿DÓNDE ESTÁ LA REINA RHAENYRA? — demandó saber el Stark. — Acabaré con vosotros si le habéis hecho algo. — amenazó el norteño.

— Lo única que queda de esa traicionera es su vástago. — respondió con odio. — AQUÍ NO HAY MÁS REY, ¡QUE YO! — golpeó su pecho.

— Llamáis traicionera a vuestra hermana, la que fue legitimada por vuestro padre el rey. Hinque rodilla ante ella, así como todas las casas de los siete reinos. Aún así usurpasteis un trono que no te pertenecía por derecho, pero ella se mostró benevolente ante ti y tus hermanos, incluso les ofreció el perdón y que conservarán vuestros títulos si le devolvían su corona. Pero te recusasteis, aferrándote a algo que jamas te perteneció. — este dio un paso al frente y levantó su mistada. — Entonces dime "Rey" ¿quién es el verdadero traidor? — cuestiono con ironía.

— ¡LO HICE POR MIS HERMANOS! — gritó Aegon.

— ¿Y dónde están ahora? ¡DIME! — se aproximó al joven clavando su mirada en él. — Tu ambición los condenó a morir y ser recordados como traidores. Y así mismo serás recordado tú. — fueron las últimas palabras del Stark.

Aegon bajo su mirada, y por un momento su corazón sintió lo que era realmente el arrepentimiento, todo aquellos que había hecho por salvar a sus hermanos de las garras de su malvada hermana mayor, todo aquello que su madre le había metido en su mente.

Nada había valido la pena, todos habían muerto, y ahora solo quedaba él y su pobre madre. Condenados a llevar el dolor y el remordimiento de sus pecados.

Aegon no sintió la muerte dolorosa, pues el usurpador estaba sumergido en su propia miseria. Cregan Stark había desenfundando su espada y lo había decapitado.

Su cabeza rodó hasta llegar a la puerta principal, el alma del traicionero joven abandonó su cuerpo destrozado y se elevó con el desconocido. Cuando volvió a abrir sus ojos simplemente la oscuridad lo esperaba.

Sintió un terror horrible al no saber que sería de él, pero sobre todo la culpa lo carcomía lentamente. Lloro incontrolablemente esperando ser llevado a las garras del vacío. Sintió una culpa y un dolor horrible.

¿Porqué? ¿Porqué lo hice? — se cuestionó el joven en completo silencio desde su interior. Sus hermanos estaban muertos, Aemond, su pequeño hermano, si tan solo hubiera sido bueno con él, si lo hubiera defendido en vez que humillarlo.

Su amada hermana Helena, se convierto en la mujer más desdichada del mundo cuando se casó con él. Abuso de ella tantas veces mientras estaba borrachos. Y sus hijos, pobres. Jamás les dio su atención y amor.

Daeron, su hermanito menor. Y pensar que vivió en paz en Antigua y lo condenó a morir en una guerra que no era suya. — Que los dioses me perdonen. —

Pero había algo que él no sentía, dolor o culpa por su madre, Alicent. Aquella que lo había obligado a hacer todo aquello, la mujer que siempre lo degradó, manipulo y condenó a un trono que no deseaba.

Y ni hablar de su abuelo, ese miserable viejo ambiciosos. Otto Higthower, sin duda debe estar ardiendo en el infierno por sus pecados.

Trago en seco, pues sabía bien que aquel lugar en donde el ambicioso Otto se encontraba, posiblemente él también iría. Suspiro ya cansado mientras la oscuridad rodeaba su alma intranquila.

— Lo siento mucho. — susurró el joven. — Lo siento tanto Aemond, lo siento tanto Helena, lo siento tanto mis pequeños hijos y sobre todo, lo siento tanto hermana. — sus lágrimas salieron sin control, resignado a pagar sus pecados Aegon simplemente lloró esperando su final trágico.

Pero una luz apareció poco a poco, dejándolo cegado completamente, para cuando pudo tener la noción de lo que pasada, pudo sentir una suaves manos sujetarlo, un cálido beso en su frente así como una que otra voz conocida.

Abrió sus ojos mientras se removía tratando de percatarse de donde estaba, y cuando sus hermoso ojos violetas se abrieron dando pasos a la vida, pudo conectarse con otro par de intensos ojos violetas que lo miraban con la mayor ternura y amor que podría existir.

Aquellos amorosos ojos, y aquellos cálidos brazos que lo sostenían, eran de nada menos que su hermana mayor, la heredera al trono de hierro y su enemiga jurada.

Rhaenyra Targaryen.

𝐄𝐋 𝐏𝐑Í𝐍𝐂𝐈𝐏𝐄 𝐐𝐔𝐄 𝐃𝐄𝐁𝐈Ó 𝐒𝐄𝐑.Where stories live. Discover now