Guerra fría

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El deseo ciego de empezar una guerra con su nuevo jefe le duró apenas cinco minutos, más al recordar sus valores, principios y el corazón noble que tenía dentro del pecho.

Además, no podía negar que verlo en todo momento a través de esos cristales era la cosa más intimidante a la que se había enfrentado antes y ella no sabía si quería oponerse a ese demonio de ojos azules.

Intentó mantener la cabeza fría en todo momento y se enfocó en responder los más de quinientos correos que tenía pendientes. La mayoría de ellos era información que rebotaba desde otros departamentos y también otras revistas pertenecientes al gran conglomerado que era Revues.

El teléfono timbraba en todo momento y antes de qué la hora del almuerzo llegara tenía la mano acalambrada por todas las notas que había escrito para su jefe.

De las cuarenta notas, treinta pertenecían a modelos que esperaban el llamado de Christopher para una segunda cita y las otras diez pertenecían a mujeres despechadas a las que Christopher les había roto el corazón.

Aunque a Lily no le gustó escuchar sus voces desesperadas por un poco de atención masculina, no pudo negar que, tanta insistencia y de parte de tantas mujeres solo despertó su curiosidad.

Al final, era mujer y, si bien, conocía bien a los tipos como Rossi, no podía negar que era desgraciada e ilógicamente guapo. Cada parte de él estaba estratégicamente creada para enloquecer a las mujeres.

Claro, no se podía negar que había heredado el encanto de su padre, también sus millones, pero su vestir, sus músculos, su andar, su hablar, eran parte de esa composición que, su único fin, era mojar bragas.

Y sus bragas estaban mojadas, aun cuando le resultara detestable y arrogante, el muy desgraciado había cumplido su único propósito en la vida.

—Señorita López —escuchó a los lejos y la joven regresó en sí después de mariposear por la belleza masculina de su jefe.

Alzó la vista, riéndose coqueta y divertida al darse cuenta de los alcances de su jefe y cuando se encontró con la cara de Christopher, llena de muecas de aborrecimiento, se levantó de rebote.

Balbuceó asustada una cuantas discordancias, más por la forma despectiva en que su jefe la miraba.

»Los teléfonos no dejan de timbrar y usted ¿qué? —le preguntó con rabia—. No le pago para que se ponga a soñar despierta. —La miró severo—. Estamos planificando el suplemento más importante de la temporada y usted no es capaz de hacer bien el único trabajo que le corresponde.

A Lily le dolió que menospreciara su gran trabajo de la mañana, más al minimizarla a una sola labor, cuando se la había pasado al teléfono y respondiendo correos, si hasta le había comprado su desayuno.

Pero escogió mantenerse respetuosa y le respondió:

—Lo siento, señor Rossi, no volverá a suceder.

Respiró agitada y agarró sus notas para enseñárselas a él, para mostrarle que había hecho su trabajo toda la mañana.

»Lo llamaron muchas modelos, dejaron su números, direcciones y...

—Envíales flores a todas y escríbeles una nota de "no eres tú, soy yo"... y toda esa mierda que las mujeres se creen —contestó déspota y al ver la cara de sobresalto de Lily, le dijo—: lástima que no puedo despedirte, con lo ineficiente que eres.

Tras eso, se marchó y no miró atrás. No tenía motivos para hacerlo, puesto que no quería encontrarse con la cara de su fea asistente.

Lily se quedó de pie, pestañeando rápido por todo el actuar del hombre, sintiéndose más desacomodada que nunca. Apretó con rabia las notas que tenía en las manos y pensó en todas esas pobres e ilusionadas mujeres a las que tendría que escribirles para consolarlas.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora