Cliché y Nobel

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Lilibeth abrió los ojos de golpe y se incorporó en la cama tan sobresaltada que, la cabeza le palpitó por el fuerte dolor que tenía.

—Resaca, genial —suspiró con los ojos cerrados y se puso las manos frías sobre las sienes calientes—. Ay, maldita sea...

No se acordaba de mucho.

Tenía escenas poco claras entre sus recuerdos, que se mezclaban con sensaciones que se perdían entre sus piernas.

Se acordaba de la subasta. Del registro de puja. De haber dejado abandonado a Joel en la mitad de la fiesta.

Mierda.

Se acordaba de haberse montado en el elevador y de haber discutido con Christopher. La tensión, el ritmo cardiaco descontrolado y la humedad entre sus piernas. Todo estaba presente y, mientras lo revivía, se agitaba completa otra vez.

Recordaba haber tenido una bolsa negra entre sus manos, pero desde allí, un vacío mental la anublaba completa.

Miró el entorno de su cuarto con curiosidad, buscando la bolsa negra de sus recuerdos, pero no la encontró a simple vista.

Las cortinas estaban cerradas. Estaba vestida con una camiseta blanca que no era suya y estaba acostada debajo de las sábanas, perfectamente acomodada entre dos almohadas.

Junto a su mesita de noche se encontró con un vaso de agua y dos tabletas para la jaqueca.

Supo entonces que Christopher había estado allí y, agitada por lo que sentía, se levantó de la cama cuando sintió que se ahogaba.

—Me vio desnuda —pensó con la respiración entrecortada y se tocó debajo de la sudadera.

No encontró ropa interior. Solo desnudez.

»Y me quitó la ropa —pensó y con vergüenza se cubrió el rostro con las dos manos—. Maldito pervertido, ya va a ver. —Gruñó arreglándose la ropa—. Ya va a ver quién es la maldita y loca Lilibeth Lopez...

Salió del cuarto echando humo, imaginándose lo peor, pero en la mitad del camino se encontró con Sasha, la nueva empleada que trabajaba para Rossi.

La mujer le sonrió y se acercó a ella con un paquete entre sus manos. Era toda su ropa limpia y planchada.

—Buenos días, señorita Lilibeth. —Ella le sonrió apenas—. Le lavé toda su ropa. —Se acercó discreta y con un cuchicheo le dijo—: Anoche estaba borracha y la ayudé a cambiarse.

Lily abrió grandes ojos al escuchar aquello y, de fondo, notó que Christopher desayunaba escondido detrás de un periódico.

La muchacha supo que algo escondía. «¿De cuándo leía?» Pensó para sus adentros, más furiosa aun. «¿De cuándo leía el periódico?» A él no le importaba la economía global, ni nada. A él no le importaba la política, ni los temas sociales.

A él solo le importaba él mismo.

—Le preparé un desayuno completo. Proteínas e hidratación. —Sasha le habló cuando ella no pudo responder nada. Estaba perdida mirando a Christopher—. El señor Rossi dice que lo necesita, después de esa borrachera...

—¿El señor Rossi dice eso? —preguntó ella con cierto fastidio.

Sasha le sonrió y señaló la mesa para que se uniera a él. La verdad era que, Sasha no entendía porque su jefe quería que mintiera por él, pero como el trabajo era bueno, decidió ayudarlo.

Al final, no era de su incumbencia la extraña relación y tensión que la pareja tenía.

Lily pasó saliva y avergonzada caminó en puntita de pies hasta la alargada mesa de cristal.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora