Megalodón

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El señor Lopez los dejó pasar porque no entendía nada.

Ver a su hija en pocas prendas en la mitad de la noche y a su nuevo jefe tapándose apenas las pompis con el saco de Lily, le hizo creer que se habían ido de copas y estaban tan animosos que habían acabado así, como dos borrachos callejeros.

Lily llevó a su jefe hasta el cuarto de baño de la segunda planta y le ofreció una toalla limpia y un pijama masculino para que se duchara y se pusiera cómodo.

Aunque Christopher tenía millones de razones para estar furioso con ella, en ese momento, se olvidó de todas. Solo le importó sentir el agua caliente y dormir a salvo.

Mientras su jefe se duchaba y se quitaba la anestesia de las bolas, Lily habló con su padre. No podía dejarlo fuera. Su casa, sus reglas.

—Tuvimos algunos inconvenientes. Pasaremos la noche aquí —le confesó nerviosa, aunque no toda la verdad. Omitió la más importante: todo era su culpa—. No te molesta, ¿verdad?

Su padre la miró con el ceño apretado. Quería saber cuál era la trampa.

—No, sabes que no me molesta —le dijo después mirándola con sospechas—, pero no sé si sea buena idea que compartas tu cama con él.

—¡¿Qué?! —Lily se sobresaltó—. ¿Cómo crees? —bramó rabiosa—. No voy a dormir con él. Ni loca.

—No lo sé, hija —se defendió su padre—. No sé qué está pasando entre ustedes, pero es muy raro y no lo estoy comprendiendo.

Lily resopló con fastidio.

—No está pasando nada. No hay nosotros, no hay nada. —Respiró agitada—. Él es mi jefe, un tirano, por cierto, y yo solo soy su grano en el culo.

A su padre no le gustaron sus palabras y la miró con enojo.

Pero como no era capaz de enojarse con sus niñas por más de cinco segundos, se acercó sonriente y le pellizcó las mejillas.

—No eres un grano en el culo. —La besó en la frente—. Descansa.

El hombre se marchó y regresó a su cama. No iba a insistir con Lily. Estaba a la defensiva y él la conocía tan bien que ya sabía que algo estaba sucediendo con ella.

Por otro lado, Christopher se duchó y se vistió pensando en los hechos y cuando estuvo listo, salió del baño con timidez, vistiendo un pijama de abuelo que le hacía sentir más viejo y feo.

—Le preparé el cuarto de mi hermana para que pueda descansar —le dijo Lily en cuanto él abrió la puerta y se miraron a las caras—. Mañana podemos hablar con más calma y, si quiere, me despide. Yo lo entenderé. —Lily se quedó cabizbaja y por mucho que él deseó que lo mirara, ella no tuvo el valor de hacerlo—. Bueno, me imagino que está cansado y que quiere descansar. —Lo miró con angustia.

Christopher la miró con lio. Existían muchas cosas que lo hacían sentir inseguro en su vida, pero sí estaba seguro de dos cosas y con total convicción:

1. No quería despedirla.

2. Y no quería que se fuera.

Pero como tampoco tenía valor para asumir lo que empezaba a sentir, se limitó a ser él hombre frío que siempre era.

—Estoy cansado —musitó con la voz débil.

La tensión era excesiva, pero Lily prefirió ignorarla.

No era sano para ella dejarse llevar por ese diablo de ojos azules fríos. No era bueno lo que iba a encontrar entre sus brazos.

Rossi se limitó a asentir y a seguirla por el pasillo oscuro.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora