666, el número de la bestia

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Como siempre, a Lily le llegó el arrepentimiento tarde, cuando su jefe ya había sido registrado en fotografías escandalosas que, solo empeorarían el estado de su reputación.

Como si pudiera ser peor.

Entendió que todo se le había salido de las manos. El incendio no estaba entre sus planes, tampoco correr cien pisos con un hombre desnudo y erecto.

Reaccionó más rápido que Christopher y lo agarró de la mano para arrastrarlo de regreso al fondo de las escaleras, donde pudieron refugiarse unos minutos.

Los reporteros estaban más frenéticos que nunca y estaban preparados para atacar al heredero de Rossi con todo.

Cuando se vieron a salvo, con las luces rojas de emergencia tintineantes sobre sus cabezas, se miraron a los ojos y jadearon aliviados al saber que estaban vivos e ilesos.

Christopher miró sus manos enlazadas y, pese a que estaba furioso con ella, le gustó su contacto. Era tibio, delicado y espontáneo.

Por otro lado, a Lily le sobresaltó tanto el contacto que se deshizo de su mano con muecas de repulsión.

—Dios mío —jadeó nauseabunda.

Se horrorizó cuando vio a Rossi cogerse las bolas y la polla con sus manos, refugiándolas como si cuidara a un pobre niño desolado.

Lily se miró la mano con asco cuando supo que la tenía con polla de su jefe y la mantuvo lejos del resto de su cuerpo.

—Eh amo a a a... alola... —Rossi intentó hablar.

Lily lo miró con el ceño apretado.

—Mejor no hable, ¿sí? —le pidió ella amable y trató de pensar.

Se revisó los bolsillos y encontró que tenía su teléfono encima. Le marcó un par de veces a su hermana, pero ella no atendió.

Intentó después con su padre, pero él tampoco atendió. Era tarde y de seguro ya estaban dormidos.

—U-be... U-be... —repitió Christopher cómo pudo y se le chorreó la baba.

—¿Uber? —preguntó Lily, intentando adivinar sus palabras.

Él asintió sobreexcitado cuando por fin pudieron entenderse.

Lily buscó la aplicación en su teléfono y trató de solicitar un coche que los llevara hasta un lugar seguro, pero el problema era que la entrada estaba atestada de reporteros hambrientos y su jefe con la polla endurecida y desnudo.

Lily vestía un saco largo y pensó que, tal vez, a Christopher le quedaría bien. Así que se lo quitó y se lo ofreció para que se lo pusiera en la espalda.

—Tápese un poco —le pidió, ofreciéndole su ropa.

Ella se quedó con un top de tirantes que dejó en evidencia la simpleza de su cuerpo.

Para su sorpresa, Christopher duplicaba su tamaño y el saco ni siquiera le entró por los brazos.

Afligida, Lily se agarró la cara con las dos manos y ahogó un sollozo, porque las ganas de echarse a llorar no le faltaron.

Lo había arruinado todo.

Encontró que tenía un extraño aroma en la mano y chilló enloquecida cuando supo que, ahora también tenía polla en la cara.

—¡Le huele la polla! ¡Qué asco! —gritó enojada y, por más que se limpió la cara con la otra mano, el aroma a bolas lo tenía impregnado en todas partes.

Christopher la miró con aborrecimiento desde su lugar, pero no dejó que sus comentarios insultantes le afectaran.

Con el mentón en alto se sobajeó las bolas y se las olió. Puso una mueca divertida cuando descubrió que sí, que tenía un exquisito aroma a sexo masculino en sus genitales.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora