Corazón y mente

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Salieron de allí muertos de la risa. Lily podía sentir un chichón en la coronilla de su cabeza, pero le dijo a Chris que sería el recordatorio de ese almuerzo tan especial.

Prometieron volver y al camarero les dijo que los estaría esperando con todo gusto.

Llegaron a la torre de Revues con el tiempo a su favor. En el elevador ya entraron en sus papeles de jefe editor y asistente.

Lily le leyó su agenda; detalló cada reunión que tenía por la tarde, pero todos sus planes se cancelaron cuando July les anunció que un abogado los estaba esperando.

Lily se tensó cuando oyó que era el representante de Victoria, su hermana y palideció al imaginar lo que estaban planeando. Sus sentimientos afloraron cuando la recordó en prisión, en invierno, en vísperas de navidad.

Christopher rápido comprendió lo que estaba ocurriendo y tuvo que actuar antes de que Lily cediera.

Rossi lo invitó a pasar a su oficina de forma cortés y cerró la puerta para hablar con Lily.

—Necesito que vayas a por un café, lleva a July o a alguien con quien te sientas segura...

—Contigo —le dijo ella con los ojos llorosos.

Chris suspiró y, aunque todos los estaban mirando, la tomó por las mejillas y con firmeza le dijo:

—Ha enviado a su abogado aquí para sabotearte, porque sabe que eres corazón antes que mente y quiere que caigas en su maldito juego. —Ella le miró a los ojos con dolor—. No quiero que cedas, ella no lo merece...

Lily asintió y pensó en Romy. Se le estrujó el corazón al recordar todo lo que habían vivido desde que había perdido a su hijo y volvió a ese estado de furia en el que Chris la quería.

—Tu eres mente —le dijo ella, jadeando por los nervios—. No dejes que gane —le suplicó.

—Nunca, mi amor.

Lily sonrió y se marchó por el pasillo.

Invitó a July a por un café. Ella aceptó emocionada y, aunque no solía comer nada durante sus horas de trabajo, porque su dieta era asquerosamente estricta, se sintió tan a gusto con Lily que tuvo que comerse un pastelillo de avena.

Mientras ella y July compartían un café y una charla divertida, Chris se enfrentó al abogado de Victoria.

Desde la puerta lo miró con hostilidad. Le resultó desfavorable que tuviera el atrevimiento de jugar sus cartas así, en su territorio y con sus reglas.

Entró a la oficina con firmeza, dejando atrás al niño malcriado que todos veían.

Con fuerza le habló:

—Debió solicitar una reunión con mi abogado.

—Señor Rossi... —El abogado de Victoria se puso de pie.

Era un joven que no pasaba los veinticinco años. Chris supo que era mucho menor que él y que, posiblemente, ese era su primer caso serio.

—Le concederé tres minutos solo porque su cliente es la hermana de mi novia. Considérelo un maldito favor —le dijo con tanto desdén que el abogado tragó duro.

Rossi se plantó frente a él, apoyándose con confianza en su escritorio de cristal.

Su maldito reinado.

El abogado no supo si sentarse o quedarse de pie. Temblando abrió el maletín y tomó los documentos en los que había trabajado con victorita.

—Tres minutos —le recordó Chris y cogió un reloj negro con arena blanca.

Suya por contratoWhere stories live. Discover now