El filósofo y lo más valioso

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Lily logró impresionar al representante de Balenciaga y esa noche se fueron a casa con una victoria.

Su padre estaba en el pent-house, esperándolos. Junto a Sasha había preparado la cena y los cuatro comieron hablando de "Tronquitos".

Por supuesto que Chris se reservó sus motivos para nombrar a su mascota así. No quería que su suegro lo viera como un depravado amante de los troncos de su hija.

Ya empezaba a mirarlo con otros ojos y quería que así continuara todo.

Bebieron vino blanco junto a la chimenea. Mientras el señor L y Sasha admiraban la belleza de la ciudad iluminada en esa noche lluviosa, Lily le pidió a Christopher un favor especial.

—¿Crees que mi padre pueda quedarse con nosotros un par de noches? —preguntó y rápido se retractó—: digo, aquí, en tu pent-house.

Las mejillas se le pusieron rojas cuando entendió lo que había dicho. Bajó la mirada y trató de apaciguarse.

Christopher sonrió. Le había fascinado ese "nosotros" porque significaba que estaban juntos en todos los sentidos.

—Nosotros se oye increíble —le dijo y le besó la sien sin percatarse de que el padre de Lily los estaba observando—. Y sí, puede quedarse con nosotros todo el tiempo que necesite.

Ella giró entre sus brazos, con esa mueca que él adoraba. Su hoyuelo único destacaba detrás de su bonita sonrisa.

—¿En serio? —preguntó emocionada, atrapada entre sus piernas, que la envolvían con calidez.

Chris solo alcanzó a asentir. Ella se echó a correr feliz hacia donde su padre se encontraba. Fue a darle las buenas noticias y, aunque su padre se sentía un poco incómodo invadiendo su privacidad, bien sabía que no podía regresar a su casa.

Su mujer continuaba allí, ensuciando los nuevos recuerdos que había creado sin ella.

No quería intoxicarse otra vez; la depuración iba bien.

Y no era una cuestión de ego; era una cuestión de amor propio, del respeto que él merecía.

Sasha se despidió de todos antes de las nueve y dejó su lugar de trabajo para descansar.

El padre de Lily no pudo detenerla, aunque le habría encantado. Tampoco quería que ella lo viera como un viejo desesperado.

"Todo a su tiempo", pensó, mientras conocía el cuarto de su hija.

—¿Y tú duermes aquí? —preguntó su padre, mirando su bolso sobre uno de los muebles.

Silbó sorprendido cuando vio la grandeza del lugar. Todo era exageradamente elegante.

—Sí —dijo Lily, sonriente.

—¿Y el Señor Rossi? —insistió su padre mirándola con agudeza.

Ella se puso roja de golpe y con torpes balbuceos le contestó:

—Puedes llamarlo Christopher. Y él tiene su cuarto.

Su padre alzó una ceja.

—Claro, un cuarto que no usa —respondió sarcástico—. Me imagino que duerme aquí, contigo —especuló. Ella no pudo contestarle—. ¿Vas a dormir con él esta noche?

Ella se rio.

—No, papito, me quedaré contigo —le dijo ella, tan comprensiva como siempre. Los dos se necesitaban—. Han sido días difíciles.

Lily agarró un par de mantas del armario y las acomodó sobre un sofá.

Su padre asintió y se sentó en el sofá que dormiría. Soltó un gran suspiro cuando sintió el peso del día cayéndole encima. Las mentiras y manipulaciones de su mujer y su hija menor; el dinero que no tenían; las deudas; Romina.

Suya por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora