III

438 97 21
                                    

¿Cómo había podido dejar que las cosas fueran así?

La rabia hervía por su cuerpo, sentía que a nada el vapor saldría por sus orejas. Estaba harto de fallar, de equivocarse.

Había hecho todo el maldito trabajo, resuelto todos esos enigmas que lo habían puesto en peligro a él y a Roier, solo para que realmente fueran de ayuda para la maldita federación. ¡Y ahora Roier no aparecía por ningún maldito lugar!

Ni un mensaje, ni un mínimo rastro había de él. Su corazón se contraía en su pecho y no podía controlar el enojo, que subía hasta su cabeza, apenas se sostenía del lavabo del baño en esa maldita cabaña donde había huido después de encontrar la estúpida nota adhesiva sobre sus carpetas vacías en la oficina.

"Gracias por toda tu ayuda."

Su respiración era errática, sus ojos comenzaban a nublarse peligrosamente. El sonido de los cristales rotos frente a él, los temblores de su mano derecha magullada y el aroma de la sangre que ya hacía en lo que antes fue el espejo y sus nudillos rotos, quería gritar, maldecir al mundo después de que le quitó todo. Lo hubiera perdonado antes, si tan solo se hubieran llevado esos malditos papeles manchados con la sangre de todos los que habían decidido ponerse en contra de la federación, pero no podía perdonarlos ahora, no cuando Roier ya no estaba. Su único anhelo, la persona que más le había importado y juró proteger.

Porque su sonrisa era luz en sus días más duros, cuando lo acompañaba por noches enteras para buscar información y resolver los enigmas que tenía pendientes. Cuando le traía café y lo animaba a continuar aún si no era conscientemente, no había pensado en todo eso que sentía antes, jamás se lo había permitido y tampoco era capaz de comprender cosas que no fueran lógicas.

Maldita sea –Sollozó con un grito ahogado mientras se dejaba caer al suelo, todo dolía, todo a su alrededor se sentía tan dolorosamente confuso e hiriente.– Podían quitarme todo, mi investigación, mi libertad, mi maldita cordura... Pero no a él. ¡No podían quitarme a Roier!

《 — ••• — 》

–¡No me jodas!

Rubius apenas tuvo tiempo de ponerse un abrigo encima esa mañana. había salido corriendo de su habitación al otro lado del pasillo para ir a la de su compañero de piso. Sus gritos fueron más que suficiente para ponerlo así de preocupado.

Abrió la puerta sin preguntar, gritando el nombre de quien ahí dormía. Sentía que el corazón se le salía del pecho.

–¿Qué pasó? –Gritó preocupado, mirando a todos lados en la habitación, buscando una razón de los gritos. –¿Se metió alguien?, ¡Te juró que lo mató!

El azabache estaba sosteniendo su teléfono y cuando lo volteo a ver, estaba con un rostro contraído, a punto de llorar o echarse a reír, emociones que apenas podrían describirse sobre cómo lucían en su rostro.

–¡Si me dices que esos gritos son por algún maldito fanfic de esos que lees te juro que te mato yo mismo a ti! –Pero antes de que pudiera planear cómo ocultar el cuerpo de su amigo, este le respondió con la voz ahogada y chillona.

–¡Me llegó un mensaje de la editorial de mi autor favorito! –Anunció mostrando la pantalla de su teléfono al pobre Rubius que apenas había despertado y pasado por un gran susto.

–¿Cómo sabes que es la de verdad? –Preguntó tomando el aparato y acercándolo a su rostro para leer.

Quackity rió silenciosamente por la imagen, similar al meme del osito pooh en internet con la leyenda de "cuando le muestro un meme a mi mamá". Solo que se lo guardó para él, si le decía algo a Rubius, seguro el mayor ya se compraba un ataúd o algo.

El escritor y el fanfiker [LUCKITY]Where stories live. Discover now