10| ❝Nuestras reglas❞

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—Estoy castigada.

Bianca cierra la puerta de su casillero dramáticamente al mismo tiempo que se gira hacia mí.

—¿Tan pronto? —Inquiere sorprendida—. Pero si tu padre llegó ayer.

Suelto un bufido, cruzando mis talones, aún recargada contra el muro junto a la taquilla de mi amiga.

—Descubrió lo del auto —explico.

Contexto: tal vez usé el dinero de la reparación del auto en alcohol para la fiesta que di la otra noche. Tal vez intenté mantenerlo en secreto hasta que cobrara mi mesada de nuevo. Y tal vez eso salió mal. Como todo lo que planeo últimamente.

—Mierda —se queja Bi. Yo asiento, de acuerdo con ella—. ¿Te ha dejado sin fiestas de nuevo?

Arrugo mi nariz un poco, dejándole saber que por desgracia, ese no es el caso.

—Esta vez optó por el festival.

Bianca abre sus ojos cafés escandalizada.

—¿Qué? —Pregunta casi en un grito. Pronto se recupera y, asegurándose de que no ha llamado la atención demasiado, continúa—. Pero no puede hacerlo, sabe lo mucho que trabajamos para que la escuela nos permitiera organizarlo, llevamos meses planeándolo.

—¡Lo sé! —le sigo igual de afligida—. Eso le dije, pero usó la carta del “es mi decisión final” y no puedo reclamar nada.

Mi única salida es conseguir el dinero para arreglar aquella abolladura antes de que mi madre vuelva de su viaje. De otra forma, adiós al festival, adiós a todo el trabajo hecho y adiós al disfraz icónico que elegí para esas fechas.

—Apesta —apoya Bi.

En verdad apesta.

—Lo resol… —Mi mejor amiga se ve interrumpida por el grito asustado que se escapa de su garganta cuando Sean llega por detrás de ella, tomándola de las caderas sin previo aviso.

El castaño extiende su puño hacía mí en agradecimiento por ser su cómplice silenciosa. Después de que correspondo el saludo, Sean junta ambos brazos alrededor de la cintura de la animadora, que falla miserablemente al intentar no unirse a las carcajadas de su novio.

—Tarado —le suelta sonriente.

—Tu tarado —provoca él antes de inclinarse para besarla.

Mi pecho se siente envuelto en una reconfortante calidez ante la escena, enterneciendome por completo.

—¿Y para mí no hay nada?

Lástima que la sensación haya durado tan poco.

—Se me ocurren un par de ideas —admito volviéndome hacia Steve—. Ácido en tus pantalones, por ejemplo.

El idiota ríe, acomodando su peso sobre la mano que apoya en el muro, justo al lado de mi rostro. Pero mi atención la capta otro castaño, saliendo de su última clase, no muy lejos de dónde estamos.

Jae camina con decisión y sin reparar en nadie más, hacia el otro lado del pasillo, dónde Cassie acompaña a la hermana del chico hasta su casillero. Al percatarse de la compañía, Jae disminuye sus pasos y finge cambiar de dirección. Pero para entonces, Cass ya le ha visto.

Estiro mi cuello para no perderlos de vista, aunque acabo fallando cuando el fibroso brazo flexionado de Steve invade mi campo de visión.

Trago un quejido frustrado.

—¿Aún sigues enfadada por lo de la fiesta? —Le oigo preguntar en un tono que pretende ser inocente pero resulta sonar más bien bromista.

Con un resoplido que casi parece una pequeña risa irónica, me alejo de allí, escuchándole alargar un “oh, vamos”, cuando le doy la espalda.

Cómo lidiar con la princesa (CL#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora