Capítulo 8

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Salgo de casa gracias a Diana que se las arregló para que me dieran el permiso.

Me encuentro caminando por el lugar minado de gente junto a un chico de piel oscura y con sonrisa coqueta y al otro lado un chico que se aburre mirando a la gente que le rodea.

Cabe recalcar que Alan parece odiar a todos, pero en especial a Diego.

No entiendo por qué lo odia tanto, para mí es buena persona, y muy amigable.

—¿Nos subimos a eso? —Pregunto entusiasmada apuntando a la ruleta que tiene luces de diferentes colores y resaltan mediante da vueltas.

—No. —Niega Diego.

—Sí. —Dice Alan.

Ambos se miran desafiante como si en cualquier momento estuvieran a punto de golpearse.

Al parecer no son conscientes de que estoy en medio de ambos, y estoy presenciando todo.

—Bueno, entonces, subamos a otra cosa.
—Sugiero para eliminar la tensión entre ambos y sonrío cuando asienten.

Me siguen cuando comienzo a caminar por el lugar.

Es todo muy bonito. Hay música por todo el sitio, luces y muchas personas con sus hijos e hijas, también hay personas en una esquina vendiendo globos, comida y otras cosas.

Nos escabullimos entre la gente y nos detuvimos cuando Alan se para donde hay un pequeño local y hay que jugar tirando unas flechas hacia un círculo y en medio está pintado de blanco. Consiste en que si ganas te dan un peluche de osito con un moño marrón alrededor de su cuello.

—¿Cuántos es? —Le pregunta Alan al señor de estatura baja que es el dueño.

Después de pagarle el señor — cuyo nombre no tengo ni idea—. Le entrega cinco flechas pequeñas para que comience a jugar.

En el primer intento falla, en el segundo igual. Falla cuatro veces seguidas y solo le queda una flecha.

—Vas a perder igualmente. —comenta Diego observándolo con fastidio.

—Cállate. —le miro mal, Alan frunce el ceño y se muerde el labio inferior con concentración y tira la flecha.

—¡DIO EN EL BLANCO! —Doy brinco de felicidad y miro a Diego —. Viste, si dio en el blanco. En tu cara, sapo.

Pienso que se va a sentir mal, pero siento alivio cuando sonríe.

—Felicidades por su muñeco, joven, nos vemos. —el señor le entrega un muñeco gigantesco.

—Eso es demasiado grande para Leslie Alan, tenías que elegir uno más pequeño, el pobre muñeco es más grande que ella. —Observo el muñeco que trae en manos, es tan grande que ni puedo ver la cara de mi mejor amigo.

—No es para Leslie, es para ti. —Me lo tiende.

Lo miro perpleja.

No. Puede. Ser.

¡Alan, me regalo un muñecote más grande que mi existencia!

Yo siempre quise un muñecote así de grande, y él me acaba de comprar uno.

Me siento sorprendida y también me da ternura.

—¡Graciaaas! —Le abrazo, pero es muy gracioso porque tiene el muñeco en medio y yo estoy abrazando el muñeco, no a él.

—Creo que deberíamos irnos a casa. Ya se está haciendo tarde. —Diego mira el reloj de su muñeca con aburrimiento.

—Vale, vámonos.

Nos vamos del lugar, y caminamos hacia nuestras casas.

Primero dejamos a Diego, ya que su casa nos quedaba de paso. Me estaba cansando de estar caminando, respiro con alivio cuando llego a la puerta de mi casa.

Agradezco que mamá aún no haya apagado las luces de nuestra casa, gracias a eso puedo ver con claridad la cara de Alan.

—Toma, esta cosa pesa. —Sonrió. Tenía el muñeco sobre su espalda y lo cojo.

—Oye, gracias por el muñeco, y por ir también a la feria.

—Ya, ahora dame un abrazo que se hace tarde.

Dejo el muñeco en la puerta y me acerco a él.

Le rodeo la cintura con mis manos, y pego mi cabeza a su pecho mientras él acaricia mi cabeza con lentitud.

Mi piel entra en un caliente cálido cuando nos abrazamos, me siento tan cómoda que no quiero apartarme. Duramos unos minutos así, hasta que nos vemos obligados a separarnos.

—Buenas noches, Nicki. —Me sujeta la cabeza y me da un beso corto en la frente.

—Buenas noches, Alan. No dejes que el monstruo te jale las patas. Te quiero.

Sonríe. Cojo mi peluche y entro a la casa.

—¡HAHAHAH! —grito cuando veo una figura oscura mirando por la ventana. Enciendo la luz y veo que es Diana. —¿Estás loca? Vas a matarme de un susto.

—Llegaste tarde. —miro el reloj que está en una esquina de la pared y veo que son las 12:30 y tenía permiso solo hasta las 12:00.

Qué exagerada es.

—Pensé que te habías ido ya.

—Lindo, muñeco. —Me mira divertida.

Ruedo los ojos, apago la luz y subo las escaleras con mi hermana siguiéndome.

—Voy a dormir contigo hoy. Derek tuvo que ir con su papá para el hospital. Está mal de salud. —Me explica, y se acuesta en el lado derecho de la cama.

Asiento. Me quito los zapatos, y me pongo mi pijama de Bob Esponja. Pongo mi nuevo peluche a mi lado, y lo abrazo como un koala.

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Holaaa, aquí les dejo una imagen del muñeco que Alan le regaló a Nick.

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Alan & NickWhere stories live. Discover now