Capítulo 12

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Mi fin de semana se va rapidísimo y no sé qué hice en esos dos días.

Literal, me la pase molestado a Alan, viendo películas, leyendo y haciendo algunas clases pendientes que tenía.

Tenía que aprovecharlo más, ahora que estoy en este asiento mirando el pizarrón lleno de cosas que no entiendo, me arrepiento de no haberme quedado dormida más tiempo el sábado.

Que te toque la materia que más odias un lunes a primera hora de clases es una pesadilla total.

—No sé qué hacer con mi vida. —Me quejo bajito golpeándome la frente con el pupitre de mi asiento—. Esto es una pesadilla.

Alan pone una de sus manos en mi frente haciendo que deje de golpearme.

—Tampoco esta tan mal, de todas maneras ya se está terminando la hora.

Lo miro un poco indignada. ¿Por qué se toma todo tan tranquilamente? Yo también quisiera ser así, tomarme las cosas tan tranquila y relajada.

—Tengo hambre. —Me quejo otra vez apoyando mi cabeza en mi mano.

—Conseguí un trabajo. —Suelta de repente.

Lo miro sorprendida.

—¡Que guay! No sabía que estabas buscando trabajo.

—Sí, bueno, en realidad se me pasó decirte por qué a veces se me olvidaba. Es una pequeña cafetería, queda cerca de por aquí, empiezo hoy, y me siento un poco raro.

Habla haciendo unos garabatos en el cuaderno que tiene abierto. Conozco a Alan bastante como para saber que está nervioso, y no precisamente por iniciar el trabajo sino por tener que conocer y lidiar con la gente.

—Oye, esta bien, si te da nervios o te sientes raro ir solo, puedo acompañarte y quedarme un rato. No me importaría.

Me quedo un poco confundida cuando las orejas y sus mejillas se le tiñen de un color carmesí.

No.Puede.Ser.

¡ALAN SE ESTÁ SONROJANDO!

Esta es una de las pocas veces en mi vida que he visto que Alan se sonroja, y me parece tan tierno que tengo que apretujarle las mejillas como una loca.

—¡No agas esoooo! —Se queja poniéndose todavía más rojo.

—¡Es que te ves tierno!

Cruza los brazos en su pecho. No deja de ponerse rojo cada vez que le toco la cara y eso hace que ponga mala cara.

—Ya, ya, como tú digas. —Alzo las manos en forma de rendición.

Cuando ya su cara vuelve a tener su color habitual sonrío con malicia y vuelvo apretujarle la cara.

—¡Nick, para!

El maestro de química nos saca fuera de la clase y justo ahora parecemos dos sin familia fuera del aula.

—Fue por tu culpa. Chillas como niña.
—Le molesto caminando tras él.

No responde y sigue caminando a pasos rápidos haciendo que a mí se me dificulte más alcanzarlo.

—¡ESPERAME! —Camino lo más rápido que me permiten estas piernas de pollo que tengo. —Alancito, no te enojes, lo siento ¿sí?

Le abrazo la cintura por detrás para que se detenga y por fin lo hace.

—Ya, te pedí perdón, perdóname. Y deja de caminar tan rápido por favor, no todos tienen las piernas tan largas como las tuyas.

Suelto mi agarre cuando se da la vuelta quedando frente a mí.

Le sonrío como si fuera un angelito cuando lo veo con la cara de querer agarrarme por las greñas y arrastrarme.

—Eres un caso...—Niega con la cabeza dándome una mirada divertida.

—Tienes carácter de señora. —Le digo cuando empezamos a caminar nuevamente y me retuerzo de risa cuando vuelve a poner su cara de enfado.

ALAN

Doy un carraspeo lo suficientemente fuerte para que el señor chismoso que está sentado en el sofá con el móvil en manos me preste atención.

—Oh, muchacho, ¿cómo estás? —Deja el móvil a un lado y me regala una sonrisa cálida.

—Bien... creo.

Me observa confuso por mi respuesta y se acomoda mejor.

—¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo o...?

Me acuesto en el suelo como una máquina vieja y oxidada. Pude haberme sentado en el sofá, pero siento que el piso es más cómodo.

—Mira sé que no eres médico ni nada de eso, pero... tú tienes más experiencia en esto y...

—¡Habla! Me estás poniendo nervioso.

—¿Sabes cómo dejo de sonrojarme?

Me mira como que si le han hecho la pregunta más estúpida de su vida.

—¿Qué? —Pregunto mirándolo mal cuando se comienza a reír.

Esto no puede ser.

—Me voy. —Hago un intento de levantarme, pero se deja de reír y se pone derecho.

—Perdón, ya me recuperé. ¿Tú pregunta era?

—¿Qué cómo dejo de sonrojarme? Ya sabes... eso de que se te pone la cara roja y las orejas.

—Ay muchacho, eso es normal, es parte de...

—No es normal, porque antes yo no lo hacía. Para mí que eso es una enfermedad que tengo.

—¡No seas exagerado! A ver, ¿cuándo te empezó a pasar?

—Esta mañana en la escuela.

—Aja, y ¿qué causó que te pusieras rojo?

Me encojo de hombros.

—Yo qué sé, le estaba contando algo a Nick y dijo algo que me dio un poco de pena, no sé el por qué, y me puse rojo así porque sí.

Me mira esta vez con los ojos entrecerrados y las manos entrelazadas. Todo un viejo chismoso.

—Ay Alancito, Alancito.

Me vuelvo a tirar con los brazos cruzados en el suelo y miro a una esquina al perro este que tiene la cara como una pasa mirándome con la cabeza ladeada y su lengua afuera.

—Hasta el perro me juzga, genial.

Alan & NickWhere stories live. Discover now