Cerca de la Capital Capítulo XVII

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Acónito tenía abundantes cosas que hacer, mucho en que pensar y dirigir, cuando el líder de los acusadores de negro entró en su oficina asegurando que la información que tenía era urgente.

—Señor, Faraliz, una de las benditas de la campana, murió —dijo Zebrino, se mostraba adusto pese a lo grave de la información que decía—. Al parecer se arrancó ella misma la lengua luego de ser capturada por unas personas.

—¿Por Asdras? —quiso saber Acónito.

—No, al parecer dos individuos extraños —espetó Zebrino—. Asdras en ese momento luchaba con el caballero acampanado, Tizno. Pelea que Tizno perdió y fue asesinado.

Acónito resopló, bebió un trago de té y sonrió.

—Es un bastardo bastante duro —dijo dejando la tacita de té en la mesa—. ¿Cómo pudo ganar, si Tizno, era un bendecido?

Zebrino se paseó por la oficina con gesto dubitativo. Se notaba que aquello no era lo único que quería comunicar.

—Zebrino, di lo que me tengas que decir —dijo Acónito con una ceja arqueada, el acusador parecía un perro esperando por un hueso.

—¿Está seguro de llevar a cabo lo que quiere hacer? —preguntó el hombre.

—Sabes mi respuesta —dijo Acónito de manera hosca.

—Por eso, el sumo sacerdote, Benictus, y otros encargados, no están contentos con su dedición —continuó Zebrino.

—Ja, ¿qué pueden hacer esos vejestorios? —se burló Acónito.

Él era el Lord Obligador, designado como la cabeza de toda la Iglesia, él tenía la última palabra para decidir cualquier cosa, desde algo insignificante como en el uniforme de todos, hasta quién sería el siguiente santo. Él era la Iglesia.

—Echarlo —dijo Zebrino mirándole a los ojos—. Recuerde algo, Lord Obligador, la Iglesia quita lo que Iglesia da.

Esa última frase hizo que Acónito se acomode mejor en su asiento. Él asumió el puesto de líder luego de que todos los conventos se juntasen con la Obligación para formar, el Consejo del Sagrado Halo, que sometieron a votación su ascenso.

—¿Crees que el Consejo se reúna de nuevo? —preguntó Acónito con una sonrisa maliciosa.

—Benictus, empezó a mandar cartas a otros líderes —respondió Zebrino.

Con los suficientes votos, podrían hacerlo caer sin dudas. "La Iglesia quita lo que Iglesia da" repitió para sus adentros Acónito. Conocía esa frase, pero era un dicho entre Obligadores y sacerdotes que servían en los días de favores.

—¿Y tú de qué lado estás, Zebrino? —preguntó Acónito.

—Del que me llevó a donde estoy —respondió el acusador.

Acónito había visto el potencial de fortalecer su amistad con el acusador de negro hace mucho tiempo. Sabía que en algún momento sería retribuido. Parece que ese momento había llegado.

—Bien, pero estoy tranquilo por dos motivos —dijo Acónito levantando su tacita de té—. En primera tengo el apoyo de la Obligación. Y en segunda, en todos estos años, jamás la Iglesia había sido tan próspera. Eh metido más oro en las arcas que cualquier conquista que el viejo Castacius ha hecho.

—Las personas olvidan, y no están contentas con su decisión —dijo Zebrino—. Y lo pueden echar de donde está.

Aquello no sonaba a advertencia, sino como algo que sucedería en el futuro.

Devuelve mi CabezaWhere stories live. Discover now