PRÓLOGO

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No sentir el cabello sobre mis hombros cuando me encuentro en medio de un bosque, ni tampoco la suavidad de esas finas hebras cubriendo mi espalda en un lago a la luz de la luna.

Ni mucho menos, soltar mi eterna trenza sujetada en un moño en una fiesta cualquiera. Eso es lo que me toca vivir hasta que mi corazón se digne a saltar dentro de mi pecho cuando encontrara al indicado. Las costumbres ancestrales de mi familia son bastante arraigadas: no mostrarás tu cabello a nadie, porque es la prolongación de tus pensamientos, los cuales serán visibles ante la persona que ames. A partir de ahí, no te esconderás más pues habrás elegido.

Y no, no amamos sino una sola vez en la vida. Una vez que nuestro corazón elige, sea o no correspondido, no hay vuelta de hoja. Te preguntarás, ¿y si esa persona no siente lo mismo? La respuesta es sencilla: quedas sola hasta el final de tus días.

Por culpa de esa situación, mi pueblo comenzó a desaparecer por los pocos nacimientos que acontecían en nuestras tierras, lo que hizo sentir obligadas a las más ancianas a tomar la decisión de que las más jóvenes cruzasen las fronteras y marcharan a diferentes partes del mundo. Es casi una lotería, pero cada año, algunas de nosotras, queramos o no, nos enfrascamos en un viaje si no encontramos un hombre que sea el definitivo.

Y si, esta vez me ha tocado a mí.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora