ERES MALO...Y YO LO SÉ

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Daba gracias a que el día había llegado a su fin, porque quería encerrarme antes de comentar algo que acabara con una pelea. La estadía de Tidus me había puesto de un humor de perros, y había terminado con una conversación a medias con Portia.

Todo este estrés me había pasado factura; mi cuerpo se resentía de todo el desgaste, costándome horrores mantener mi forma humana. Por el momento, mis garras se encontraban medio fuera con tonalidades purpúreas y el tatuaje de mi antebrazo, aunque no aparecía por el momento, me picaba la piel.

Rememoré la conversación que presencié minutos atrás mientras me echaba un vistazo en el lavabo: Portia se marcharía a casa dentro de una semana. Si eso era así, lo más probable es que no la viera nunca más.

Tampoco me hacía feliz que estuviera en la búsqueda de su pareja que, en este mes que llevaba conviviendo con nosotros, no había encontrado. Eso me hacía pensar que quizás ella no estaba interesada demasiado en ello y que se veía obligada a cumplir con la tradición que le habían impuesto desde que nació. Era extraño, pero la comprendía bien.

En nuestro círculo también había reglas, algunas de ellas muy estrictas y tradiciones que cargábamos a nuestra espalda. De mí se esperaba que comenzara a sentar la cabeza, que buscara a una compañera de familia respetable y ser el padre de familia que se esperaba de mí. A mi padre ese papel le sentaba muy bien, pero a mí no, no me veía capaz de ser responsable de alguien más.

Incluso yo era un desastre para mí mismo. Sólo había que echarme un vistazo ahora, resoplando delante del lavabo y con el aspecto de haberme peleado con una jauría de lobos en medio del bosque. La bañera me llamaba, me susurraba que lo mejor era sumergirme un rato, aliviar todo el peso que sentía en mis hombros. Conforme transcurrían los días, más enrevesado se volvía todo y más me cuestionaba mi vida. Muchos dirían que simplemente era madurar, pero no era sólo eso; todo había cambiado y Portia había sido el detonante.

Quizás parte de mi resentimiento derivaba en esa razón. Si tanta molestia me ocasionaba, ¿por qué me hería saber que habían venido a por ella si sabía perfectamente que tras la boda de mi hermana ella se marcharía? Me sujeté la cabeza; el dolor de cabeza me estaba matando, así que corté de raíz todas las dudas que se generaban en mi cerebro.

Y cómo no, estaba excitado. Había comenzado a acostumbrarme al dolor de encontrarme siempre erecto sin importar el momento del día o lo que estuviera haciendo. Hasta ahora, me había negado a desfogarme, pero, dadas las circunstancias y mi estado cada vez más deplorable, ésta quizás era la señal de que se abría la veda.

Me di prisa llenando la bañera; no eché nada más, no lo necesitaba. Tan sólo quería ponerme cómodo y dejarme llevar un poco: lo necesitaba.

Subí una de mis piernas colocándola en el borde de la bañera y dejándola caer. Era tan alto que casi tocaba el suelo con la punta de mis dedos. Suspiré de alivio, teniendo cuidado de no hacer demasiado ruido porque, por desgracia, vivía con una familia cuyo oído era prodigioso.

En cuanto toqué la punta, apreté los dientes, sacudiéndome como si me hubiera atravesado una corriente eléctrica. Las venas de mi polla se resaltaban tanto que comenzaban a verse moradas, casi a juego como las de mis brazos ahora que estaba casi completamente transformado. El placer y el dolor fueron de la mano al principio, ya que me había contenido mucho durante bastante tiempo. Los gemidos subían por mi garganta al igual que yo subía y bajaba con cada vez más rapidez.

El paraíso había abierto las puertas para mí y me era muy complicado contener los alaridos que nacían y morían en mi garganta. Incluso dejando mi mente en blanco, mi yo verdadero, el de la voz que siempre retumba en las paredes de mi carne, me obligaba a pensar en ella.

Kupari Lanka y los hilos del destinoWhere stories live. Discover now