PROCLAMANDO SU PRESENCIA

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HOLA ENCANTOS! Ante todo os doy las gracias por vuestro apoyo y paciencia, ¡Ya la historia tiene más de 7000 lecturas y eso es gracias a vosotros!

Quizás no sea muy interesante lo que os voy a decir pero llevo una racha muy mala últimamente y se me está haciendo muy complicado actualizar ( de ahí a que no suba tan a menudo) pero le estoy poniendo solución a esto ¡ no es preocupéis! 

Mi intención era subir capítulo doble pero he preferido subir uno porque estoy perfilando el siguiente para que quede mejor ( y que lo disfrutéis más). Sólo deciros que va a ser un capitulazo increíble (todos de culo nos caeremos, os aseguro).

 Así que para mañana ya tendréis el siguiente^^. Os leo guapos y guapas, millones de gracias por leer, se os quiere.


La presencia de las herederas de Rhiannon no era un buen augurio, menos cuando me fue entregado un documento cuya firma conocía como la palma de mi mano. Aquello no era él único problema que me robaba la calma, sino el hecho de que no tenía idea de lo que estaba sucediendo en la Comunidad de Selenia.

Mientras que la comandante puso sus zarpas sobre Portia para comenzar a entrenarla, aproveché para intentar ponerme en contacto con Tidus. A diferencia de lo acostumbrado, no me había contestado aún. Las noticias de una Selenia cada vez más despierta, significaría que buscaría a su querida nieta para ver si seguía con su misión de conseguir a su amado futuro engendrador que haría sentirla orgullosa.

Cuanto más lo pensaba, más necesidad tenía de destruir una montaña.

Y si a Tidus lo pillaba en primera línea, lo más probable es que estuviera en peligro. Tenía que ocupar su lugar cuanto antes, pero las cosas se habían torcido demasiado.

Tenía las malditas manos atadas una vez más.

Antes de volar hacia una reunión que se había concertado muy a mi pesar, eché un vistazo hacia el claro que rodeaba mi hogar, el cual había sido elegido por Elegy para desplegar sus conocimientos acerca de lucha, magia y defensa. Por un lado, deseaba defender a Portia para evitar que se hiciera daño, pero si lo pensaba mejor, era ahora en su estado tan débil lo que me quitaba el sueño.

Aquel vínculo tiraba demasiado, y me daba más penas que alegrías porque ella no me aceptaba, no quería si quiera conocerme. Se había enfocado en descubrirse a sí misma con una intensidad tal que no confiaba en nadie y eso la hacía estar en una situación aun más vulnerable, puesto que, en la guerra, debes elegir bien a tus aliados con el que cubrir tu espalda.

Apoyado en la copa de un árbol cercano, cerré los ojos y escuché el chocar del metal de las espadas y los gemidos de esfuerzo tanto de Portia como de Elegy. Aun a pesar de su transformación hacía muy poco tiempo, su cuerpo estaba dando signos de una gran vitalidad y robustez. Conforme más se adaptara a su nuevo cuerpo, sus heridas cicatrizarían antes y sus sentidos se desarrollarían hasta convertirse en la perfecta máquina de matar.

Para cuando abrí los ojos, me permití deleitarme con su rostro contraído, concentrado en la mano de Elegy que sostenía la espada, en los pies de ella, incluso si había algo alrededor que usar a su favor. Nunca había visto a la comandante tan ofuscada ni tan feliz en un entrenamiento.

—Escamitas, espiar está fatal—me dijo una voz que casi me hace caer al suelo. Pude agarrarme a malas penas al tronco, quedándome boca abajo mientras que Rhiannon, bueno, Mallow, levitaba con las piernas cruzadas sobre sus rodillas y su aura más brillante que de costumbre. Le gruñí en voz baja para no alertar a ambas.

—Después de intentar matarme de un susto, ¿podrías ayudarme?

Aquello la hizo reír, girando sobre sí misma para quedar boca abajo con su pelo llegando hasta casi el suelo. aquellos ojos en ocasiones me aterraban; tenía la sensación que podía mirar a través del alma de cualquiera. Lo que era cierto es que apenas sabía de sus capacidades; era necesario para protegerse, a fin de cuentas, era una diosa y tenía descendencia propia.

Cuando me enteré que Elegy había sido engendrada físicamente por ella, la sorpresa me golpeó tan fuerte que me reí en su cara durante un buen rato pensando en que sus bromas habían escalado hasta hacerme creer cosas tan inverosímiles como ésa. Pero entonces, ella sacó un pañuelo bordado de su bolsillo, con unas lágrimas tan frías y tristes que se habían convertido en témpanos de hielo.

Fue la única vez que me lo contó, que se abrió a mí lo suficiente como para saber que se había enamorado de un humano, un humano que era un elfo oscuro y que sufrió la transformación que todos ellos alguna vez experimentan. Los dioses tenían prohibido enlazarse a humanos; tan sólo eran espectadores de sus creaciones o, como mucho, los instruían y enseñaban para prosperar, pero jamás podía existir ninguna clase de vínculo.

Los dioses generaban humanos con magia, tejiendo al igual que cualquiera teje un jersey. Esa magia engloba el mismo universo, la misma esencia de la creación, donde hay una mota de polvo del Todo. Ese polvo, lo que al principio somos, comienza a moldearse en el paraíso de los Dioses, donde ellos descansan y poseen todas sus capacidades a la máxima expresión. Y cada Dios o Diosa, debe dar algo a cambio por cada ser que crea sus manos para que haya un equilibrio entre creación y destrucción.

Ninguno de ellos dice nunca lo que abandona, lo que da por cada uno de sus descendientes. Todo ello queda registrado en algún lugar de ese paraíso, como un secreto que debe quedar como tal para siempre.

Y el enamorarse es algo que siempre se paga con sangre. Ya le sucedió a la diosa Selenia en el pasado, que tuvo que pagar el precio de que todos sus descendientes debían enlazarse a una sola persona de por vida y que sus pensamientos se debían enlazar a su enamorado justo cuando sintiera que el amor realmente estaba ahí, que no era una mera ilusión.

Si se equivocaban, no tenían derecho de elegir de nuevo, ese era el precio de los descendientes de Selenia. Pero algunos, no demasiados, no veían con buenos ojos tales atrocidades y preferían huir para tener una vida diferente a la que acostumbran en la Comunidad. Lo que no sabían es que, tarde o temprano, aquella detestable vieja los terminaba encontrando y haciendo pagar su alta traición.

Pero Rhiannon no había sido malévola; había cuidado a los suyos con un amor y dedicación envidiables entre todas las familias de elfos existentes. A veces actuaba como una niña caprichosa, pero sabía perfectamente que era un juego, una forma de escapar de la pena que siempre le ronda la cabeza y que no permite que nadie vea.

Me sonrió tirando de una de mis trenzas antes de ayudarme a volverme a sentar. Sus ojos iban de mí a Elegy, que ahora había hecho caer a Portia sobre un parterre de flores. Se río ligeramente antes de ensombrecer su mirada.

—Veo que te han llamado. Y no, no hace falta que me mientas como haces siempre.

Asentí ligeramente, evitando hablar del tema. Aquella carta aun la guardaba en el interior de mi chaqueta y quemaba como el maldito infierno. No quería volver, a decir verdad, deseaba quedarme en aquella montaña y poder visitar Goldenclove cada día.

Pero la realidad se imponía una vez más, teniendo que responder por mis obligaciones, abandonando el hermoso sueño que había construido de verla cada día, aunque fuera de lejos. Respiré hondo antes de ponerme de pie para transformarme y marcharme. Rhiannon tiró de mi manga.

—Eres fuerte, muchacho y nadie puede contigo, menos lo hará tu sangre. No te preocupes, cuidaré de tu querida Portia.

Quería decirle que no era nada mía, que por mucho que doliera y me hiciera sangrar, ella era de otra persona. Que tarde o temprano, ella aceptaría sus sentimientos y el último enlace quedaría sellado entre ella y ese suertudo.

Por lo menos, mientras rompía el cielo con mis alas y me aproximaba a mi destino, pude derramar las lágrimas que llevaba guardando tantísimo tiempo. Durante años, solo pude verla de lejos y para cuando pensaba que tenía una oportunidad, aparece Rainer a destruir la poca esperanza que albergaba.

Pero no podía guardarle rencor por sentir cosas por ella, porque sabía perfectamente esa sensación, ese vértigo placentero que me recorría el cuerpo tan sólo con detectar su olor. No, por lo que nunca le perdonaría era por dejarla sangrar, por alimentarse de ella cuando su vida comenzaba a apagarse. Cuando necesitaba que sus instintos quedasen a un lado para ayudarla, para hacerla sobrevivir.

Si no lo mataba, era porque ella lo quería. Si eso fuera distinto, sus tripas estarían colgadas de las ramas del árbol más cercano a mi casa.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora