LLAMADA INESPERADA

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¿Qué os habíais creído que solo habría dos capítulos hoy?¡pues mentira! Aquí os dejo el tercero^^

Nada más poner un pie en mi dormitorio, me derrumbé como lo haría un castillo de naipes ante un vendaval. Mi estancia pasó de ser una experiencia enriquecedora a un maldito infierno y más con ese calor estúpido que siempre abrasaba mis entrañas. Estar cerca de ese imbécil, sacaba de mí una vena violenta que no soportaba. El caso es que, por desgracia, no podía evitarlo porque vivíamos bajo el mismo techo y, si llamaba a mi abuela quejándome de todo esto, quizás provocaría más de un problema que no deseaba que tuviera.

La tarde pasó un poco más lenta de lo habitual; el flujo de la casa parecía haberse detenido también, infectándose de mi oscuro semblante y mis nulas ganas de asomar mi nariz al exterior. No había tomado nada y la noche comenzaba a caer, por lo que la cena era un evento inevitable que se presentaría, aunque no lo deseara.

Si Rainer no me soportaba, no me acercaría a él ni aunque tuviera necesidad de ello. Ni aunque mi cuerpo tuviera necesidad de ello.

Las palabras de mi abuela resonaban fuertes en mi cabeza: "no beses a aquel que no sea tu alma destinada, lo sabrás cuando lo veas, el fuego de la pasión solo tiene reserva para tu amor verdadero." Resoplé molesta, mirando el reloj de pared: las nueve menos cuarto de la noche. Tenía una cita obligada y, resignada, me puse de pie con un salto que casi me hace caer ridículamente al suelo. Mi reflejo en el espejo de pie de la esquina, me devolvió una imagen horrible de mí a modo de saludo, casi como si se burlase de mí al haber rozado la muerte con mis dedos.

Me gruñí como lo haría un animal salvaje; era más fuerte de lo que pensaba y eso lo sabía bien. Tenía tendencia a ser demasiado dura y estricta conmigo misma, pero no la tuve fácil desde mi tierna infancia al estar llena de exigencias y protocolos que cumplir. Y luego estaba esa extraña sensación de no salir corriendo incluso cuando había descubierto que, lo más probable, es que viviera en una casa de criaturas bastante parecidas a lo que se conocen folclóricamente como vampiros.

Rainer no me lo había confirmado, pero no hacía falta; con su silencio cuando lo analizaba igual que lo haría un científico con una placa de Petri, me confirmaba todo lo que sospechaba. Y no había dejado de martirizarme, ¿por qué no les temía? ¿o al menos no lo suficiente como para echar a correr? Si ahondaba en mis pensamientos y sensaciones, era cierto que un cosquilleo extraño levantaba oleadas de ansiedad por todo mi cuerpo.

―Debo estar en estado de shock, no tengo otra explicación que esa―me dije a mí misma sin quitarme ojo del espejo. Y si eso era así, quedarme quizás sí que me ponía en peligro.

Sacudí la cabeza intentando despertar de toda la vorágine de acontecimientos que me habían pasado en tan poco tiempo; quizás el que fueran criaturas no humanas, explicaba mi comportamiento extraño y el enorme calor que no abandonaba mi cuerpo.

Fue ahí cuando el miedo sí que me atropelló y me hizo despertar de golpe. Me agarré el pecho, girando la cabeza bajo la cama dónde descansaba mi maleta. Si poseían un sentido del oído muy desarrollado, no podría arrastrar la maleta y largarme sin ser vista.

Si quería escapar, sería por la ventana y con poco más de lo que tenía puesto. Odiaba tener que dejarme cosas de gran valor para mí, pero mi vida valía más.

La hora era propicia para marcharme ya que todos estaban preparando la cena y organizando la mesa. Además, la oscuridad de la noche podría ayudarme a escabullirme con mayor facilidad. Descalzándome y deslizándome con cuidado, tomé una mochila para coger lo más importante: mi teléfono, documentación, dinero y algunos libros que consideraba indispensables para mí. En cuanto puse las manos en uno de los bolsillos, un pequeño bulto me hizo abrirlo; era la caja de música que el dueño de la juguetería me había regalado.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora