EL RASTRO DE LA OSCURIDAD

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Mallow me dio una y mil razones para que abandonara el hogar de los Suominen y pusiéramos rumbo hacia Goldenclove para continuar con mi entrenamiento, pero desistió cuando me aferré a las maderas astilladas del cabecero de la cama de Rainer.

Todas las palabras murieron en su boca, asintiendo en silencio con un enorme pesar. Su gesto, aunque casi imperceptible, demostraba que comprendía bien lo que estaba sintiendo en ese preciso instante. Había tomado su forma original, con sus ojos prácticamente blancos que escaneaban minuciosamente la noche antes de lanzarse por la ventana. Rebuscó entre sus bolsillos, tomando de nuevo aquel famoso pañuelo para olerlo y volverlo a guardar.

Sin girarse, me dijo con cierta tristeza.

―Mañana por la mañana vendré a por ti. Soy responsable de tu persona cuando Eilam no está, así que...por favor, no hagas que me arrepienta de esta decisión.

Le agradecí en silencio, ladeando un poco la cabeza. Las lágrimas fluían tranquilas, mojando la deshilachada almohada que aún olía a él. Mallow no se había marchado, se esperó unos instantes antes de desaparecer de mi vista. Su sufrimiento encharcó las palabras que me dedicó antes de desvanecerse.

―Si desgarra su aroma, si duele su ausencia...si no puedes dormir en la noche, si todo lo que tomas sabe a ceniza―hizo una pausa para girarse; ella ahora estaba llorando, silenciosa, sin que ningún espasmo doblase su estilizada figura ni su semblante regio―si forma parte de ti, de tu vida, de tus momentos más oscuros...si no temes a morir por él...entonces es amor.

No pretendía que le contestara a ello; era una simple afirmación de la tormenta que yo misma había comenzado a sentir en mis entrañas. Había sacado al exterior aquello que me costaba aceptar. Para nosotros, los que pertenecíamos a la Comunidad, enamorarnos conformaba nuestro mayor deseo y nuestro mayor temor. ¿y si es simple deseo o atracción? ¿de verdad que este ser es el elegido para mí? Porque sí, era cierto que mi abuela era la que anunciaba las uniones, pero si echaba la vista atrás y miraba a las parejas que conformaban mi hogar, algunas de ellas no se mostraban demasiado entusiasmadas. La mirada de amor, de obnubilamiento, no siempre estaba presente en el rostro de las parejas que conocía, así que no podía evitar pensar, tras todo lo sucedido, en si realmente nuestra pareja destinada era la que realmente era la que nos convenía.

Yo me debatía entre dos enlaces, el real y el hecho por la magia, ¿qué diferencia había realmente entre ellos? ¿acaso no podía ser un ser libre de elección y amar sin que los dioses lo escriban todo en piedra? Si aceptaba el enlace, ¿realmente yo sería feliz, tendría la vida que realmente deseaba?

Enterré de nuevo la nariz, pensando en lo mucho que necesitaba a Rainer, en lo que revoloteaba en mi cabeza cuando Eilam sonreía. Las sensaciones que mi cuerpo sentía con respecto al uno o al otro, eran diferentes y su intensidad también lo era. Cuando era humana, el fervor era mucho mayor cuando Rainer se encotnraba cerca, pero desde que me transformé, algo conmigo cambió y comenzó a ver a Eilam con un ser hermoso, orgulloso pero leal, que me hacía perder la cabeza en más de un sentido.

Quizás fueron las palabras de Mallow, lo que desencadenó en mi una determinante sensación de liberarme, de romper las cuerdas que me ataban. Si realmente amaba a uno de los dos, lo sabría en cuanto no existiera dicho enlace.

Sabía lo que tenía que hacer, y por mucho que me convencía de que mi abuela ya había dejado de serlo, que ya era una diosa más que una humana o elfa y que había dañado a los míos, no cesaba en recordarla con cariño. Mi parte de niña, de pequeña que buscaba la aprobación absoluta de su abuela, lloraba conmigo cuando pensaba en el momento en el que tenía que matarla, en el que yo dejaría de ser lo que era. En el que yo sería la diosa Selenia.

Kupari Lanka y los hilos del destinoWhere stories live. Discover now