LA ORQUESTA DE LA MUERTE

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El enorme cansancio no era nada comparado con el tremendo dolor de cabeza con el que volví al mundo de los vivos. Tuve que hacer acopio de todo el valor que albergaba para abrir los ojos cuando me desperté, pues temía encontrarme de nuevo con algún monstruo que deseara jugar conmigo antes de darme caza de nuevo y matarme cuando se cansara de mí.

En lugar de eso, una gran espalda me dio la bienvenida y por su aroma, supe de quién se trataba. Al bajarme de la cama, le rodeé para verle mejor: tenía los ojos cerrados y los brazos cruzados como si estuviera en guardia, aunque siguiera descansando.

Era y no era Rainer; el tamaño de sus brazos era mucho mayor; sus venas granates ahora resaltaban mucho más sobre su piel más pálida, de hecho, daba la sensación de que, por ellas, circulaba sangre negra en vez de roja. Y de entre su pelo, emergían unas orejas que eran más de elfos que de humanos. Seguí en mi busca de diferencias con el Rainer que conocía, topándome con unas garras cuyos dedos eran oscuros tales como la noche y unos intrincados dibujos que reptaban por ambos antebrazos a modo de tatuaje. Estaba segura que habría más cosas increíbles que escondía en los recovecos de su enorme cuerpo, pero a simple vista sólo alcancé a ver lo evidente, lo superficial.

Un frío recorrió mi espalda, ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿averiguaba que Rainer no era humano y actuaba como si se tratase de algo admirable, deseable para desenvolverlo y mirarlo con lupa? No, era peligroso y podría hacer lo mismo conmigo que con la puerta de esa cámara frigorífica de la que pude salir milagrosamente. Conforme más pasaban los días, menos me comprendía a mí misma, cosa que nunca logré hacer realmente, pero sí, era más extraño de lo que estaba acostumbrada. Debía poner distancia, no podía fiarme de alguien a quien apenas conocía y menos si mostraba animadversión por mi presencia y prefería esfumarse.

Di varios pasos hacia atrás, pero su mano me agarró de la muñeca, tirando de mí para evitar mi huida. Quise gritarle que me soltara, pero al ver esos enormes ojos borgoña cuya intensidad me dejaba sin habla, apenas pude disimular mi sorpresa, quedando con la boca abierta. Su voz ronca, me provocó otro escalofrío. De nuevo, mi cuerpo gritaba incoherencias, cosas que me decían hacer con él y que no eran aptas para todos los públicos precisamente.

—No puedes levantarte de la cama aún. Estás débil y estuviste cerca de la muerte―sentenció sin dejar de ejercer fuerza sobre mi muñeca.

Sólo pude asentir en silencio mientras que su pulgar me acariciaba insistentemente, presionando a veces sobre el cúmulo de venas del nacimiento de la palma de mi mano. Si era una criatura sobrenatural y los libros contaban algunas verdades acerca de ellos, estaba completamente segura de que escuchaba como mi corazón parecía presentir que corría una maratón más que tener una simple charla.

Hechizada, sólo podría encontrarme debajo del influjo de la magia para explicar mi comportamiento. Quizás tenía una especie de virus y por eso desde que puse un pie en esa ciudad, actuaba como si no fuese yo misma. Y para colmo, tenía la misión de encontrar al hombre de mi vida, ¿Cómo se supone que lo logre si tengo a una familia de seres extraños cuyas intenciones no estaban muy claras? Porque si Rainer no era humano, desde luego, el resto de la familia tenía muchas papeletas para tampoco serlo, a no ser que fuera adoptado, cosa que me extrañaba porque encontraba similitudes físicas con algunos de ellos.

Quizás por mi mirada que no cesaba en analizarle desde la cabeza a los pies, él me soltó un tanto irritado. Estaba siendo una completa maleducada, pero, ¿quién no lo haría? ¿quién no lo miraría como un hallazgo extraño pero hermoso y a la vez, terrorífico?

Una nueva pregunta me congeló en ese mismo lugar, ¿mi abuela tendría idea de lo que eran esta familia? Si la respuesta era negativa, la creía capaz de poner un pie ipso facto en Sottunga sin importarle lo que fueran capaz de hacerle. No, ella tendría las de perder si los cabreaba.

Si, necesitaba poner espacio porque, a ver, daño no me harían. Habían tenido tiempo de sobra para hacerlo, así que debía haber otras razones por las que a ellos no les importo poner en peligro su secreto dejándome quedar en su casa. Con una leve sonrisa, Rainer levantó el mentón.

―Si sigues así, tu cabeza comenzará a echar humo. No sé qué demonios piensas, pero―se levantó lentamente para mostrarse en toda su inmensidad. Dio una vuelta sobre sí mismo para que pudiera verle mejor. Aunque con ropa me era imposible saber si tenía alguna marca, escama o cosa semejante. Negó con la cabeza antes de contestarme: ―no, Portia, no voy a hacerte daño, ni yo ni mi familia. Créeme cuando te digo que el que ha salido perdiendo de todo esto, he sido yo.

Era la primera vez que manteníamos una conversación desde que llegué y era incómodo, desde luego, ya que seguía provocándome cosas extrañas cuando nos encontrábamos no muy lejos el uno del otro. Aunque claro, ese era un secreto celosamente guardado.

Era una estúpida: tratándose de seres no humanos, seguramente se habrían dado cuenta de mi comportamiento y pensaban que iba tras Rainer. Pero no, nada más lejos de la realidad; no me apetecía emparejarme con nadie sino ser alguien libre que en un futuro guiara a los míos hacia una vida en la que ellos pudieran elegir. Para lograrlo, debía jugar bien mis cartas y usar mi tiempo sabiamente para que mi abuela Selenia no sospechara de mis intenciones reales.

Al quedarme tanto tiempo callada, Rainer carraspeó un tanto molesto. Alcé mis ojos para mirarlo, disculpándome de nuevo y agradeciéndole toda hospitalidad. Aun con las piernas que me funcionaban por ratos, le dije mientras caminaba torpemente a la puerta:

—Debo de irme a mi habitación. Ha sido...demasiado. Todo...— hice una señal a su alrededor para remarcar el shock de saber todo aquello—esto es demasiado para mí. No sé si debería quedarme aquí, de hecho, no es que me fie demasiado de vosotros. Pero si uso mi razón o mi intuición, algo me dice que ya me habríais hecho algo.

Sonrió de medio lado, negando con la cabeza y suspirando varias veces. Sus ojos seguían siendo rojos y, a riesgo de parecer una loca, le quedaban mucho mejor. Intentando no quedarme mirándole demasiado intensamente, me pegué al marco de la puerta y deslicé la vista hasta el pomo. Rainer se cruzó de brazos; pude verlo por el rabillo del ojo.

—Si fuese por mí, créeme que ni siquiera habrías venido.

Tras varias zancadas, llegó a mi altura para poner una mano sobre el pomo, justo donde la mía se sujetaba con fuerza. Con un leve giro, abrió para invitarme a salir sin dirigirme ni una sola palabra más. Su tacto me quemaba y enfriaba con agujas invisibles que se clavaban en mi pecho. Eso sin contar las oleadas de sudor que recorrían mi cuerpo por culpa de mi temperatura corporal que no lograba quedarse tibia.

Oscilaba entre quedarme y salir corriendo; algo curiosamente contradictorio, pero, así era. En su mirada, podían leerse múltiples cosas: rechazo hacia mí y hacia sí mismo, necesidad de abalanzarse sobre mí, de darme una patada para que abandonara este lugar ipso facto. E incluso, entre todo ello, una especie de admiración, un brillo leve entre capas de animadversión. Corté todo contacto visual, bajando la cabeza y recordando la frase tan fría que me había dedicado: "Si fuese por mí, créeme que ni siquiera habrías venido"

Eso bastaba para herir mi orgullo. En mi comunidad, todos hacíamos una piña y el trato entre nosotros era cordial siempre. Existían rencillas, como en todo lugar, pero nunca ese total desprecio. No tenía más que hacer aquí, así que me marché lo más rápido que pude sin mirar atrás.

Si deseaba poner tierra entre nosotros, debía encontrar mi alma destinada para volver a casa.

Kupari Lanka y los hilos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora