LA INQUIETUD DE LA PRINCESA

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No, no había sido una noche de las que considero "normales". Había retazos en mi mente que me hacían sentir aún más confusa conforme más intentaba unir puntos. En algún momento, caí en una especie de sueño o desvanecimiento sin motivo aparente, aunque, desde que llegué, algo incubaba en mi sistema que no me permitía un segundo de paz.

No me desperté por la hora ni porque nadie me avisara, sino por la luz que había impactado en mis párpados y me recordaba el enorme dolor de cabeza que martilleaba mis sienes. Gruñí mientas me estiraba, cerrando los ojos de nuevo al tenerlos altamente sensibles por el sol de la mañana. Le froté los párpados, echando a un lado la colcha que se arremetía perfectamente bajo mi cuerpo. Me llevé la mano al pecho pensando en cómo de preocupados debían de estar los Suominen ante tal reacción de mi parte cuando no llevaba ni diez minutos de presentaciones. Me sentía completamente avergonzada y quería causarles una buena impresión para olvidar cuanto antes el suceso de ayer.

Puse un pie fuera de la cama, echando un vistazo a la sombra de sudor que se encontraba debajo de mí. Puse las manos en mi frente, palpándome la temperatura que, aunque no era demasiado alta, podía adivinarse unas fiebres recientes que seguro me habían hecho caer inconsciente. Por el momento, tenía fuerzas, aunque mi cabeza me mataba, cosa que podía arreglar con algo de medicina.

Por costumbre, lo primero que comprobaba era mi cabello. Solía soltármelo ligeramente para dormir un poco más cómoda, pero siempre recogido en un gorro de satén para evitar ser vista por nadie. El único momento que podía liberarlo era mientras me duchaba, así que prolongaba esos momentos para disfrutar de ese peso liberado. Era mucho más cómodo para mí el no tener que trenzarme con tal pulcritud la enorme maraña de mi cabeza, pero me habían adiestrado de joven que siempre tenía que tener en mente mi modo de vida y tradiciones, más aún, siendo la heredera del mayor cargo de mi comunidad. En ocasiones, todo aquello me agotaba y no quería continuar, pero luego pensaba en que era lo único que conocía y que pondría en peligro mis relaciones tanto de familia como de amistad.

Pero no todo estaba perdido; en secreto, mi idea era cambiar las cosas en cuanto mi abuela me diese las riendas. Si lo lograba "emparejándome" con alguien, fingiría si era necesario para lograrlo. Solo en ese momento, podría cambiar las cosas, que las fronteras de nuestro pequeño círculo se abriesen más y que siempre se tuviera una segunda oportunidad en el amor si se quería. Según mi abuela, eso era imposible ya que nuestra alma queda vinculada con el amor de nuestra vida de forma permanente. Yo no me creía una sola palabra y pensaba que eso era algo más poético que verdadero, pero ella lo creía a pies juntillas.

El que hablara con la luna del destino de cada uno también era un invento y temía que mi abuela padeciera algún trastorno mental debido a la edad. Ella ya era muy mayor, tanto que no tenía idea de cuántos años tenía y, para cuando le preguntaba, ella siempre me reñía con que eran una pregunta de mala educación, que nunca volviera a hacerlo.

Conforme mi reflejo me ayudaba a quedarme presentable para el resto del mundo, pensaba en el chico que se había caído al pie de las escaleras. Me había impactado de una forma que no quería aceptar, pero ahí estaba. Mi ansiedad era aún mayor al pensar que no tenía escapatoria, que en apenas unos minutos era el momento del desayuno en familia y seguir con la ronda de presentaciones. Me palmeé varias veces las mejillas para infundirme valor.

Abrí la maleta y lo que allí encontré me hizo tragar saliva: toda la ropa que allí contenía, siempre mostraba una parte de mi anatomía de forma escandalosa, al menos para mí. Los vestidos, todos ceñidos y si eran sueltos era porque mostraban un generoso escote. La ropa interior contenía aún la etiqueta cuyo material era de encaje al igual que los sujetadores, encontrando varias medias que aún estaban en sus pequeñas cajas. Si iba al apartado de pantalones, oscilaban entre ceñidos o cortos al igual que las faldas, así que no habría forma de ir discreta.

Kupari Lanka y los hilos del destinoWhere stories live. Discover now