EL PROTECTOR

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El sonido del timbre no enfrió el fuego que había iniciado entre los dos. Entre la penumbra del pasillo, ambos nos mirábamos con los ojos brillantes, maliciosos y atrevidos, esperando el momento próximo a volver a nuestro incansable juego.

Porque volveríamos, pelearíamos, nos arrastraríamos por el suelo como dos salvajes para luego, mirarnos a los ojos y perdernos entre su inmensidad. Ambos nos resistíamos ante las sensaciones, pensamientos y sentimientos que teníamos el uno del otro, esperando y temiendo caer del todo en ellos, ahogarnos en ellos aceptando que no teníamos posibilidad de escapar el uno del otro.

Que incluso si la Tierra comenzara a partirse por la mitad y nos separara un abismo, saltaríamos sin miedo a caer y morir en el intento. Eso me aterraba, me consumía el pánico de depender tanto de una persona; esa vulnerabilidad me hervía la sangre porque no me hacía pensar con claridad. Quizás esa ira mezclada con un pavor sobrehumano era el cóctel que me hacía desear tenerla lejos y hacerle daño a cada oportunidad que tuviera.

Y Ákseli no estaba ayudando. Quizás esa pequeña mariposa no se había dado cuenta, pero mi hermano perdía las pelotas por ella. Casi olisqueaba el suelo por donde ella caminaba, completamente en celo y dispuesto a que ella hiciese con él lo que deseara. Por esa razón, la arrastré a mi dormitorio, sin tener nada preparado que decirle, simplemente, tuve el impulso.

Y esa palabra era desgarradora: impulso.

Incluso en ese momento que me odiaba, que odiaba toda esta mierda de los sentimientos, deseaba agarrarla de nuevo para hacerle daño, para besarla, para decirle que se fuera y para arrancarle la ropa. Y desde su transformación, la sentía de otra forma, como si me atrajese más, como si llamase a mi parte animal, a esa voz que escucho desde que tengo uso de razón, desequilibrando mi balanza. Todo esto debía contárselo a mi padre porque era bastante razonable y siempre buscaba una solución ante cualquier problema, pero entonces tenía que contarle que mis reservas de energía estaban bajo mínimos y que requeriría sangre muy pronto.

Quizás esa era la razón por la que me encontraba más irascible y cuando solucionara eso mi necesidad por Portia disminuiría. Me convencí de ello mientras que la miraba acercarse a la barandilla de la escalera escuchando la conversación que estaba aconteciendo en el hall de casa. Sus facciones denotaban una gran sorpresa: le conocía.

Mis pies me guiaron hasta colocarme a su lado, bajando la vista hacia mis padres que estaban hablando con un chico joven que portaba una maleta. Observando sus rostros sabía que algo iba mal.

Los nudillos de Portia se tornaban blancos al aferrarse con fuerza sobre la barandilla. Por un lado, deseaba calmarla porque no me gustaba verla sufrir. Cuando la vi llorar al sujetarla del cuello, mi voz interior me ordenó que parase, que debía sentir vergüenza de ser un auténtico gilipollas. Esta lucha era agotadora.

Me asomé aún más, concentrándome en las voces para saber qué estaba ocurriendo. En cuanto escuché que nombraban a Portia, el corazón se me aceleró.

―Siento interrumpir, pero he venido a por mi hermana. Han surgido cosas en la Comunidad que requieren de su presencia.

Mi madre intentó sonreírle amablemente, pero fue mi padre el que se adelantó en la conversación. La tensión podía cortarse con un cuchillo. Me revolvía en mi sitio paseando mi mirada de la conversación a una Portia cada vez más nerviosa. Mi padre guardó perfectamente la compostura.

―Me alegro de conocerte por fin. Verás, dentro de una semana una de nuestras hijas se casa y sería un enorme gusto que Portia viniera con nosotros. En nuestra familia nunca invitamos a gente de fuera de nuestro círculo, pero ella se ha ganado nuestros corazones. Sería estupendo que se quedara hasta ese día.

Kupari Lanka y los hilos del destinoWhere stories live. Discover now