II

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Debajo de los cerezos que para esa época habían florecido tempranamente se encontraba el par de amigos tumbados en la hierba recién podada. Mientras la mente de Baëk divagaba en sus recuerdos de hacía unos años en compañía de otras personas, Kimu leía con expresión de aburrimiento los folios que Baëk le había tendido apenas verlo; se trataba de un relato corto de aquellos que toleraba un poco y trataba sobre un ser lejano que habiendo habitado más allá del sistema solar bajaba a conocer la vida en la tierra. "Es Dios" había dicho Kimu haciendo resoplar de risa a Baëk en respuesta. Su justificación fue que el dios evangélico era un extraterrestre para venir de «los cielos», y aunque Baëk se considerara cristiano, no pudo hacer sino reír por lo absurdo que sonaba. Era además de soldado en servicio activo y escritor por convicción, un amante de los astros, poco más que un aficionado. Dicho gusto había sido infundado por un ser querido y desde entonces la mayoría de sus cuentos y crónicas se centraban en la magnanimidad del cielo y lo que habría más allá. Para mejorar, consideraba necesario hacer pasar sus relatos por un extenuante ojo crítico, pero su posición le complicaba recurrir a su editor de confianza y buen amigo, por lo que Kimu se había convertido en la segunda persona que lo leía en una tentativa de corregir y analizar lo leído, siendo que pasaba más tiempo a su lado que de otra persona. Si hubiera existido un contador omnisciente que cronometrara cada segundo que pasaba con alguien, en los últimos dos años Kimu se habría llevado el primer puesto, delegando inclusive a Hoshi, íntimo amigo de Baëk y editor de confianza.

Fue así que pasaron vastos momentos de convivencia, entre la calma fortuita que incluso el jui jitsu proporcionaba hasta los momentos decisivos bajo presión dentro de bases militares o tras las trincheras, antes de que Baëk fuera trasladado al regimiento aéreo. Tuvo que decirle adiós a Kimu entonces, mas no se trataba de una despedida de aquellas que acostumbró a decirle a Hoshi o sus padres, latentes de resignación como si tuviera la certeza de que era mejor esa clase de adiós tajante porque la posibilidad de no volver era alta. En cambio, estaba seguro de que era más probable volver a encontrarse con Kimu. Al final del día, se fiaba no del sentido común sino del sentimiento abrasador que le producía la realidad (aunque ambos aspectos tuviesen el mismo sentido): era más probable, después de todo, estar rodeado del conflicto armado que de las raíces de su hogar, morir en combate en lugar de hacerlo en un lecho confiable cerca de sus allegados.

En la víspera al traslado Kimu se presentó en la habitación compartida de Baëk. Era ya un hecho inusual en sí mismo que incluso Baëk percibió cierto mal agüero de la insólita visita. Por lo general, su camarada mostraba desinterés por la gran parte de las cosas y los hechos, y se enfocaba en hacer bien su trabajo por una cuestión pragmática y no moral; era la muestra clara de un hombre maduro, solo que sin ambiciones, y Baëk intuía que eso se debía en gran parte a su edad (lo sobrepasaba por siete años). El que pasasen tiempo juntos se debía a que Baëk, que no había perdido del todo su personalidad bulliciosa y sociable, lo interceptaba continuamente. De otro modo su amistad no se habría desarrollado.

Sin embargo, esa noche estaba allí el reservado hombre delante de su puerta. Los compañeros de Baëk se encontraban fuera por motivos personales y la habitación fungía en un silencio quedo que solo las cigarras arrullaban, el escenario perfecto para encender a la musa del escritor, misma que se crispó a punto de esfumarse por la llegada.

Baëk parpadeó por la confusión inicial y musitó: —Qué raro verte por aquí. ¿Vienes por la revancha?

No había revancha alguna que Kimu desease cobrar, habría resultado ganador como siempre. Pero la sonrisa llena de agucia de Baëk era familiar, esperable, y Kimu solo sonrió en respuesta. Entonces dijo algo insólito, la segunda rareza de esa noche.

—Vete a casa.

Baëk creyó que estaba bromeando por un momento, pero ese era Kimu y él nunca bromeaba. Baëk resopló suavemente y mantuvo la sonrisa.

—En cuanto termine la guerra, claro, lo haré.

—Hablo en serio.

—¿Es así? Me sorprendes —Y se dio la vuelta para terminar de acomodar el cuarto—. Pero aunque quisiera, qué más alta deshonra huir simplemente, no... por siquiera pensarlo.

—Todos lo piensan...

—No, no es verdad —increpó Baëk de espaldas y con la sonrisa escuchándose incluso en el tono de su voz—, ¿crees que alguien lo confesaría, que tiene más ganas de combatir al enemigo que estar al lado de las personas que aman? "Por el Imperio", dicen... Ese nacionalismo es lo que en verdad está matándonos, Kimu, no la guerra. Pero todos se niegan a creerlo.

Y lo que pudo haber sido causa de su condena, lo mencionó sin ningún filtro, sin temor a que algún mando pasase frente su habitación que no tenía la puerta cerrada y escuchase un motivo de alta traición. Oyó silencio provenir de Kimu, y después un balde de agua helada.

—Estás plagado de ideas extranjeras, Baëk. No sería extraño considerando que eres uno.

La aseveración lo tomó desprevenido e hizo a su pulso desenfrenarse como el latido de un corcel en una carrera. Se sintió desfallecer, pero no lo mostró como el buen bufón que había aprendido a ser. Se dio la vuelta doblando aun la frazada en sus manos y miró a Kimu con una ceja levantada, recordándose que era su camarada y no un riesgo al cual rebajar.

—Si tú lo dices. Mi mente está limpia porque en mis venas corre sangre japonesa.

—Correrá la sangre, pero no sus ideales y claramente no del todo su propósito. Tú solo estás aquí porque fuiste forzado, Baëk, no tienes una gota de afecto a este país. Niega lo contrario y de todos modos lo sabré —remató Kimu tan tranquilo como habituaba, como si tampoco le interesase que lo escucharan, pues no había bajado siquiera el tono de voz.

En ese momento la quijada de Baëk se endureció, pero mantuvo la mente despejada y rio con esa clase de risa cantarina y despreocupada suya.

—Si ese es el caso, ¿qué? Dudo que estés aquí para hacerme cambiar de ideales o entregarme.

En el semblante de Kimu se reflejaba un pesar que iba haciéndose mayor. Nada de su postura le decía a Baëk que buscaba obrar en su contra, por lo que podía tener la certeza de que bajando la guardia a su lado como había estado haciendo no representaba riesgo alguno.

—Vuelve a casa —insistió su amigo—. Tienes familia que espera tu sano regreso y si partes mañana al regimiento solo causarás tu propio declive.

—Deja de maldecirme, por favor. —Baëk resopló y, al igual que un niño pequeño haría, echó la cabeza atrás y languideció el cuerpo.

—Hablo en serio. Podría romperte la pierna, así te inválido para seguir peleando.

—Kimu, hoy actúas extraño. Vuelve a tu cuarto y descansa un poco. Estaré bien y te veré, así sea tarde o pronto. —Desoyendo cualquier comentario más, Baëk se acercó y le propinó dos palmadas livianas en el hombro portando la misma sonrisa juguetona natural, la última que Kimu le vería.

 —Desoyendo cualquier comentario más, Baëk se acercó y le propinó dos palmadas livianas en el hombro portando la misma sonrisa juguetona natural, la última que Kimu le vería

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Kimu

Querida lunaWhere stories live. Discover now