VI

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El último miembro en unírseles fue Hoshi Nakamura, también conocido en la península de la zona este como Oh Se Hun.

Este encuentro fue además de especial, íntimo. No existía otra intimidad de Baëk hacia nadie que se asemejara a la que poseía con Hoshi. Al momento en que se conocieron cuando cursaban los diecisiete años Baëk todavía no sabía si le gustaba más el helado de fresas o de pistache, pero había una certeza no tan fútil que sí lo había golpeado antes, y era la siguiente.

Pensó, en el tiempo detenido de los primeros diez segundos de conocerlo: "quiero pasar mi vida al lado de este chico".

Se trató de una sentencia proveniente de un corazón febril, cuando Baëk tenía por corazón una estrella que crispaba y se enardecía naturalmente, encendida en todo momento por las fusiones que se suscitaban en su interior. Emanaba de Baëk un brío impresionante a palabras de Hoshi, su querido amigo, con quien compartiría mil horas jocosas entre investigaciones sobre la bóveda celeste, lecturas de la cotidianidad y las comitivas del Palacio Este.

Como chico provinciano, Hoshi nunca fue adepto del estilo de vida en bares, por el contrario, el suyo se enraizaba en la labor de campo y la docencia rural, no obstante, no tuvo más remedio que dejarse hacer por los extravagantes lugareños con los que coincidió en su traslado por trabajo.

Sucedió así: un día, ese mismo en que Hoshi era reubicado para enseñar las disciplinas básicas en uno de los colegios rezagados de la aldea, la carreta donde se trasladaba había tenido un percance. Al caballo que los conducía se le había esguinsado la pata trasera y no había podido proseguir pese a cuán duro le atizaran con el látigo. Hoshi Nakamura no tenía la costumbre de implicarse en desventuras y conflictos, pero en ese mismo instante tuvo el impulso de hacerlo y detener por su propia mano aquella que azoraba al miserable bayo, de la misma manera que con anterioridad había servido su cuerpo como muralla de las reprimendas que los soldados llegaban a dar contra sus estudiantes, mujeres de la aldea o ancianos, todas personas vulnerables.

Este de aquí que los conducía no se trataba de un soldado, por supuesto, pero los simples hechos enervaban la sangre de Hoshi por lo inhumano de su naturaleza. No obstante, cinco segundos antes de que se acercase a enfrentar al hombre, dos jóvenes aparecieron en escena, uno de ellos con el pelo oscuro rebelde y ojos sagaces, crepitantes como las brasas de algún antiguo festival celebrado.

—Si no lo quieres me lo puedes dar —dijo él y su voz cantarina iba a juego con sus sonrisas agudas.

—Está sufriendo una descompensación, si le ofreciera algo de agua estaría mejor en unos minutos. —Su acompañante comentó mostrando más respeto y estuvo a punto de acercarse al animal, pero detuvo sus propios pasos antes de hacerlo.

La respuesta del temperamental hombre fue atizarles el látigo sin llegar a siquiera rozarlos. No podría con la intrepidez de Baëk ni con la agilidad para el combate de Henry ni habiendo querido, de modo que terminó avergonzándose al tropezar por su propia fusta y embarrarse de musgo la cara. En ese momento Hoshi, como un espectador más al igual que todos en la carreta, quedó aún más sorprendido al ver al bayo apoyarse en sus cuatro patas, incorporarse y mecer todos sus músculos en completo orden y fortaleza, zarandearse con fuerza hasta que habiéndose deshecho de sus ataduras y en el proceso casi volcar la carreta, echó a correr de manera desenfrenada por la vera del camino. Nadie podía dar crédito.

Más tarde hablando sobre ello Hoshi tuvo la hipótesis de que el caballo había fingido una lesión y soportado los golpes a fin de lograr su cometido. Henry prefería pasar de largo, ni él mismo pudiendo creer haber sido engañado por un caballo en caso dado, que la anécdota le producía bochorno.

Fuera como fuese, y siendo que no había transportista que lo llevase a su destino, Hoshi se apresuró a tomar sus pertenencias y captar la atención de aquel par que se alejaba del sendero en aras de marcharse. No había probado agua en el lapso de un par de horas y el reciente evento le había dejado una estupefacción difícil de apaciguar para observadores natos como él, así que sus palabras se atropellaron un poco al momento de pedirles indicaciones. No obstante, su coreano seguía siendo pulcro, que ni Baëk fue capaz de percatarse de la procedencia verdadera del joven maestro.

Querida lunaWhere stories live. Discover now