XII

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Con el paso de los años, la suave frente de Baëk se había vuelto un lienzo de líneas oscuras de recelo y tensión perennes. Nadie podía saber si estaba realmente enojado por algo o no. Unos cuantos apostaban a que, en realidad, pasaba sus días completos cargado de una profunda ira incurable y las arrugas de su entrecejo eran fiel prueba de ello. Aunque esto era causa de vastas burlas entre sus coetáneos, no sabían que estaban muy cerca de la realidad, todavía más que eso, habían dado en el blanco.

La ira tenía origen y motivos justos para existir. ¿Ira contra la humanidad? ¿Contra las naciones enemigas que se despedazaban entre sí por intereses propios? ¿Por sus superiores, como Tajômaru? ¿Por una insolente deidad que miraba sin actuar?

Para contestar a esto es preciso dar a conocer aquel último vuelo en una misión en que se vio forzado a participar. Desde la última charla con Kimu en el dormitorio no había vuelto a encontrarse con él, pero de haberlo hecho nunca habría obviado que, en efecto, pertenecer a la fuerza aérea le había traído más desgracias de las que estaba dispuesto a escribir, porque hacerlo significaba develar la miserable persona que era.

Cuando se le hubo asignado a un escuadrón en 1942, tras solo un año exhaustivo de entrenamiento, su primera impresión de montar un caza fue de ser poderoso. Ese no había sido el primer avión de combate que pilotaba —en realidad ese fue un entrenador básico—, pero desde que hubo aprendido a volar, cada vez que montaba un avión el corazón se le aceleraba y el pecho se le hinchaba y su cuerpo entero vibraba de una sensación casi indescriptible. El deleite lo embargaba al estar en las alturas, y su aprecio por el cielo en esos instantes superaba con creces el que poseía desde antes.

Un ingeniero aeronáutico, Nobu Taguchi, solía decir al verlo pilotar que poseía una predisposición para las alturas. Un simple dotado, añadía. Si bien muchos jóvenes eran reclutados por esas épocas con propósitos inciertos, siendo infundados de un nacionalismo extremo que nunca tocó el centro de Baëk, ninguno de los conocidos por Nobu rezumaba esa sed de idilio. Y solo pocos, como Baëk, reflejaban un haz de pureza bajo su presuntuosa posición de jóvenes reclutados. Cada vez que el ingeniero observara a Baëk descender del avión, comúnmente entrenador avanzado, y mirara su sonrisa refulgente y soñadora, y le preguntara el porqué de tanta maravilla y ensoñación suya, Baëk siempre respondería "A Hoshi le encantaría mirar esto", o "puedo tocar el cielo con la punta de mis dedos, ¡de verdad puedo!".

En el escuadrón se hizo de camaradas con los cuales compartía un tipo de afecto más cercano que en el regimiento anterior. Baëk volaba a menudo en soledad, pero la paz le sabía mejor y en consecuencia lograba mantener una mejor relación de fraternidad entre los demás pilotos del escuadrón, y añadidos. Su año de entrenamiento en la academia estuvo repleto de nuevas maravillas que eclipsaban los sinsabores pasados de la guerra y sedaban la despedida casi eterna de los suyos, a quienes no había tenido oportunidad de volver a ver.

A cambio, la vida le había concedido pequeñas dosis de felicidad que años más tarde consideraría como distracciones.

Habiéndose graduado con una puntuación máxima de la academia, Baëk experimentó la dicha interna que trajo el éxito de su primera misión; fue receptor por vez primera de ese nacionalismo exuberante de sus compatriotas cuando, en un ataque inesperado a los almacenes de armas en Tokio, voló un caza y derribó tres aviones enemigos en mitad de una abrasadora sensación de triunfo, delirio y peligro. Pronto se convirtió en un piloto a destacar, y mientras que a otros pilotos les insertaban la filosofía extremista de pilotar en misiones kamikaze, Baëk se erigía como un candidato a capitán por consejeros estratégicos del departamento de logística. Su desempeño era agradecido por sus superiores y ante cualquier amago de alabanza, Baëk se limitaba a negar con un suave movimiento de cabeza y a profesar "es mi deber, estoy a las órdenes del emperador".

Querida lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora