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Dos años transcurrieron hasta la llegada de Im Jong In y Kim Jong Dae, un par de huérfanos nacidos en Corea que sin ninguna línea directa de sangre se habían adoptado entre ellos. Cada vez que alguno de los dos mencionaba que no había ningún parentesco sanguíneo entre ellos, la gente exclamaba escéptica que no era posible. Sus rostros podrían no asemejarse, pero sin duda eran la clara muestra de un par de hermanos que cuando uno estornudaba en la punta de la región, el otro lo haría al mismo tiempo desde el extremo opuesto por pura conexión. La gente llegaba a tales deducciones bárbaras.

La manera en que se conocieron se debió a un juego de mesa. A tan corta edad los malos hábitos ya rodeaban a los hermanos Jong, por lo que dicho juego estaba lejos de verse envuelto por una circunstancia ética como se pensaría; en realidad, debido a que subsistían de las artimañas que ambos se ingeniaran, era común en ellos involucrarse en las apuestas al punto de desvivirse. Las afrentas con gente mayor eran habituales en especial por el dificil temperamento de Jong Dae que difícilmente dejaba pasar las tretas que sus rivales les hicieran. Se vieron envueltos en más peleas de las que tenían a la edad de dieciocho en el bar-club y habían recibido más palizas de las que alguna vez pudieran contar. No obstante, Jong Dae reclamaba cada una de sus cicatrices como victoria, mientras Jong In no podía hacer más que mitigar la vergüenza que sentía por su precario estilo de vida dejándose llevar por la extravagancia y espontaneidad de su hermano.

Pese a cuanto detestara verse implicado en escándalos y peleas, Jong In llegó a sentirse profundamente agradecido de que una se suscitara una mañana en que jugaban al go y Jong Dae llevaba la delantera, lo cual provocó el descontento de su oponente, un hombre voluptuoso con un séquito de seis personas. El descontento se tornó pedantería cuando comenzó a hacer alarde de que era imposible que alguien de su calibre perdiera y que había una artimaña oculta. Las mordaces respuestas de Jongdae no se hicieron esperar. Poseía una lengua afilada que cortaba el buen ambiente de tajo con un solo envite y el temperamental hombre no cayó en caer en su provocación. Jong In maldecía entre dientes, pensando en que allí mismo debería soportar más golpes solo porque su hermano no sabía cerrar la boca.

Por el contrario, los golpes nunca llegaron. En su lugar había un joven de tez clara que de la nada había emergido después de que Jong In cerrara los ojos al sentir que lo tomaban del pescuezo. El recién llegado articuló unas suaves palabras que detuvieron los puños en alto y acto seguido dejó una bolsa pesada sobre el tablero de go. Una vez que el gran hombre la urgió de manera cauta, mirando con duros ojos de recelo al bienvenido, chasqueó los labios y escupió a sus pies antes de volver a tomar asiento en una silla de paja y encender un cigarrillo, con sus hombres imitando sus acciones.

—Más vale que no vuelvan a menos que quieran que use su carne para el estofado —rumió con la voz ronca y aburrida, y al igual que un león satisfecho languideció las extremidades, volviendo a acomodar el tablero para otra ronda de la mañana. Pese a la enervación de Jong Dae que no menguaría hasta dar u obtener una paliza, Jong In lo tomó de la nuca obligándole a alejarse.

—¡Se quedó con nuestro dinero y todavía ese tipo le da más! Hubieras dejado que le diera una lección, In, si tan solo... maldición.

Como un fúrico animal enjaulado Jong Dae trazaba una línea recta de ida y de regreso. Lo que era peor es que no estaba realmente enjaulado y cualquiera con el infortunio suficiente podía ser blanco de la descarga de su ira. Jong In estaba ligeramente preocupado por el joven que les había seguido.

—De haberle quitado lo que quería los había apaleado hasta la muerte —pronunció él tranquilamente. Era una mañana con el sol a punta y el sudor le perlaba la frente rojiza.

—¿Estás diciendo que es mejor someterte y darles lo que quieren? Cobarde —escupió Jong Dae encarándolo con la mandíbula elevada. Era así como debía mirar a la gran mayoría de las personas, hecho que por cierto despreciaba.

Querida lunaWhere stories live. Discover now