XIII

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Retornando al punto de partida, el desembarco tuvo lugar en Shinagawa. La tropa provisional de Baëk quedó atrás y él volvió con los suyos, el ejército aéreo. Se le brindó un par de días de descanso, pues su presencia ante el emperador debía apremiarse nuevamente por las recientes batallas perdidas que iban en aumento y por los cuales se había creado el Cuerpo de Ataque Especial, nombrándose a Oh Baëk como general de la división aérea nuevamente y sin percances.

La ironía del nombramiento le sacó una sonrisa seca y efímera. Aun después de haber intentado sacarlo del mapa, la condecoración le seguía persiguiendo como una maldición que no podía eludir esta vez por ser el mismo emperador quien en persona le ofrecía mayor posición del nuevo ejército aéreo.

En un breve paseo por la pista del aeródromo, Baëk intentó olisquear el clima como Hoshi le enseñara hacer alguna vez. "Normalmente tienes que inhalar profundamente, pero no tanto como para que se hinchen y exploten tus pulmones", le dijo Hoshi y él había soltado una risotada simplona por la expresión. Pero lo intentó. En Tokio a esas horas soplaba un viento incesante que producía frío en la sombra, pero que bajo los rayos del sol despejado sabían a un abrazo. Baëk no inspiró profundamente, pero sí olisqueó como cualquier can. El aire no se sentía húmedo, concordaba con los reportes meteorológicos. Hoshi se habría burlado de su intento de inhalación.

De su enrevesada mente se producían pensamientos por azar, ya carentes de importancia o de afecto o de interés. Como la orden del emperador de conducir al ejército aéreo a una línea por completo ofensiva, por ejemplo. Si Baëk intercambiase unas palabras por otras, habría dicho algo como «línea suicida», reflejaría con más fidelidad el panorama de su propósito.

"Si el emperador quiere una fila suicida-homicida, la tendrá", pensaba antes de encender un cigarro. Ese día sería el último de descanso, por lo que sin importarle cualquier nimiedad en lo que restaba del atardecer, rebuscó en los hangares su avión predilecto hasta dar con él. No había nadie a la vista, de manera que pudo despegar sin contratiempos. El avión poseía ventanillas idóneas para sentir la brisa en los continuos ascensos y descensos que maniobraba. No era de combate. Se trataba de un avión transportista que había sido construido como una aeronave comercial y era de corto alcance. Con él era incapaz de realizar un rizo en el aire sin importar si dominaba el cielo o no. Recordó la primera vez ejecutando la maniobra en un caza y recordó haber pensado que la vista de un cielo azul mientras se está de cabeza le habría gustado a Hoshi. Luego pensó, al final del vuelo, que no le gustaba mirar el cielo de esa forma tanto como le gustaba tumbarse de espaldas junto a Hoshi a mirar el mismo cielo. Y en esta ocasión sobre el avión de transporte, volvió a pensar en él y cuán melancólica le parecía su ausencia con las nubes arreboladas de Tokio, a pesar de haberse deslindado emocionalmente de todos sus seres queridos —sin que ellos lo supieran—. "Creo... siempre acabo retornando a él". Era un hecho indudable, uno en el que prefería no gastar energías puesto que siempre llevaba el taque a punto de vaciarse. Sin más ni menos, el día siguiente llegó y con él la pesarosa carga de ser el general a cargo de las Unidades de Ataque Especial. Tenía noción que una gran mayoría de escuadrones del antiguo ejército aéreo como agregadas a las Unidades hubieron efectuado ataques kamikaze en los últimos conflictos armados. Baëk suponía que de eso se trataba todo ello: morir por el honor. Una mentalidad que jamás pudo inyectársele en sus venas. ¿Es que acaso no conocía el honor?

Las dudas le daban vueltas la cabeza y un par de pastillas eran ingeridas antes de posicionarse al mando y dar órdenes a diestra y siniestra a bordo de un portaviones. Vio las aeronaves despegar, mas nunca volver. Los días y las semanas siguientes emulaban los anteriores. Pastillas, trasnoche, estómago vacío y un par de ojos hundidos que observaban a sus aviadores colocarse los cascos. Se despedía siempre de ellos bebiendo sake, haciéndoles entender que volverían, pero que en caso de no ser así tenían la obligación moral de traer honor a su familia y su nación.

—No existe honor más grande que el de morir por el bien del Imperio —clamaba con ese tono de voz convincente de sus dotes de actor, aunado a la imponencia que con el paso del tiempo su desolado cariz reflejaba—. Por el contrario, si el enemigo la atrapa, tengan presente que sus almas se consumirán en la vergüenza eterna.

Su mente estratega planeaba ataques continuos y disgregados en puntos débiles del enemigo. Sabía que no contaban con los suficientes recursos y aviones para ganar la guerra, de modo que como general al mando del ejercito aéreo había tomado la parcial decisión de conducir a su ejército a un declive intencionado en donde todos y cada uno de los soldados no tuviese más remedio que inmolarse, y donde solo por fuerza del azar ganarían en un bajo porcentaje de probabilidad.

Tal vez, al final del día, Baëk creía, no había cambiado en absoluto su actitud despreocupada e infantil. La única diferencia es que todo ahora no tenía ningún valor, ni las vidas ni las muertes, apenas los cielos, mas no las estrellas.

Oh Baëk, general del ejercito aéreo

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Oh Baëk, general del ejercito aéreo

N/A: obviemos las insignias, mis queridos.

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