Capítulo 4

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Corazón desierto

Atenea Morelli

Domenico me ayuda a subir a la camioneta, el vestido que llevo tiene cola de sirena, los tacones no me dejan desplazarme con facilidad, por eso al verme batallar para subir a la camioneta él decide ayudarme.

Mientras la camioneta avanza por la ciudad, saco un pequeño espejo de mi bolso y observo el labial rojo vino que me he puesto en los labios, me veo más que hermosa, imponente, más madura, pero sobre todo soberbia, esa es la impresión que me gusta dar.

― Te ves hermosa.― aprieta uno de mis muslos desnudos con su enorme y suave mano.― Va a perder la cabeza cuando te vea, así como la estoy perdiendo yo al verte con ese maldito vestido.― intento cerrar las piernas por el cosquilleo que producen sus palabras en mi interior.

― Sabes que aunque me digas lo hermosa que me veo, siempre tengo la obsesión por verificar que todo esté en orden con mi vestuario y maquillaje― meto el pequeño espejo nuevamente en mi bolso.

― Lo sé, los años que llevo conociéndote no han sido en vano.― mira hacia adelante, no importa que no sea él quien maneje, aun así le gusta llevar el control del volante.

Dejo caer mi cabeza hacia atrás y suelto un sonoro suspiro, siento como los nervios me hacen una mala jugada, una leve punzada se cruza en mi estómago y provoca que sienta ganas de orinar.

― Pudieron hacer esta patética reunión a horas de la mañana.― ruedo los ojos, es absurdo perder toda mi noche en este lugar hablando sobre estupideces.

― Sabes que siempre suelen hacer estas reuniones en horario de la noche, es más cómodo para los organizadores, como también aprovechan para emborracharse hasta perder el conocimiento.― arregla su Rolex, como también los gemelos de oro que lleva en su camisa.

― Está hermoso el anillo que me has regalado para fingir nuestro compromiso.― veo la hermosa sortija que adorna uno de mis dedos, el diamante brilla en la oscuridad.

― Me hubiera gustado que el motivo fuera real.― toma mi mano y la aprieta con suavidad.

La camioneta se detiene indicando que hemos llegado a nuestro destino, Domenico aprieta mi mano levemente para que pueda calmar mis nervios. Me extiende una pequeña daga la cual guardo a la perfección en la parte superior de mi muslo derecho.

Aunque el lugar esté repleto de seguridad, hombres armados que velan por la protección de todos, nosotros no confiamos en ellos, en esa mesa hay enemigos y no sabemos sus intenciones, por eso preferimos estar prevenidos.

― Cualquier cosa.― me volteo a verlo, este hace una pausa antes de continuar.― Con solo una mirada sabré si algo anda mal y atacaré.― besa mi frente y sale de la camioneta.

Rodea el vehículo hasta quedar a mi derecha para abrir mi puerta, me ayuda a bajar con cuidado, una vez que he salido de la camioneta, cierra la puerta y sostiene mi mano para que caminemos hacia la enorme mansión colonial.

― Sé que nada malo sucederá, trataré de contenerme.― sostengo su mano y caminamos hacia la mansión.

A penas te acercas a la entrada puedes apreciar los autos de lujo que se encuentran estacionados en la entrada, varios hombres de seguridad nos detienen, piden nuestras identificaciones, Domenico muestra su anillo y yo hago lo mismo con la medalla que tengo en el cuello, es lo que nos identifica en este mundo.

Los hombres nos dan el acceso al interior, meseros caminan de un lado a otro con bandejas, la reunión será en el comedor, como siempre suelen ser este tipo de reuniones, al entrar al comedor todas las miradas recaen en nosotros.

Sed de venganzaOnde histórias criam vida. Descubra agora