VII - Las Cuevas de Lexadur, Parte II

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Permanecer junto a la puerta recién cerrada a sus espaldas no era algo que a Hazel le agradara, pero no tenía otra alternativa. Debían aguardar para recobrar fuerzas. Ari se recostó junto a su padre en un montículo rocoso que parecía elevarse en forma de columna hasta la cúpula de la caverna que apenas era alcanzada por la luz del brazalete de Hazel. Ari se encontraba más callado que de costumbre, tenía la mirada perdida en la profunda oscuridad que lo asediaba por fuera y la que sentía que se había apoderado de él por dentro.

—¿Fue tu primera vez? —preguntó Hazel

Ari no respondió de inmediato. Recogió una rodilla y descansó el brazo en ella mientras observaba atentamente hacia ninguna parte.

—Me pregunto si habrá tenido hijos, una esposa o una madre que lo llorara —se cuestionó Ari.

—Sin lugar a dudas —respondió Hazel

—¿Lo conocías? —preguntó Ari

—No es necesario. La persona a quien mataste era un Roinnasi. Son una comunidad unida, pocos quedan. Por cuestiones culturales y religiosas Hombres y mujeres Roinnasi se sienten obligados a unirse y tener hijos. Si es una niña mejor.

—Ya veo. Voy a tratar de dormir un momento. No me siento bien.

—De seguro no podrás conciliar el sueño por unos meses... O por lo menos eso fue lo que me pasó a mi la primera vez que maté a alguien. Después tu cuerpo se acostumbra. —continuó Hazel con voz suave, pensativa

—¿Se acostumbra a que?

—A matar

—¿A cuantas personas has matado?

—A muchas

—¿Cuántas son muchas? ¿cinco? ¿Diez?

Hazel no respondió. Levantó la mirada al techo oscuro, donde las estalactitas se aferraban como lanzas dispuestas a atravesarla.

—Perdí la cuenta hace mucho —respondió Hazel

Ari quedó petrificado. ¿Qué imagen se había hecho de Hazel? Después de todo, ella llevaba años trabajando para la fuerza armada del reino. La conversación se volvía más incómoda con cada palabra, así que Ari prefirió no continuar.

—Entiendo... Esperaré unos meses y me sentiré mejor... Deberías descansar tú también.
Ari revisó el pulso y la respiración de su padre y cerró los ojos mientras se recostaba en su regazo, como lo hacía de niño.

Hazel se aventuró por los alrededores. Hacía tiempo que no estaba en las cuevas. Pero el paisaje majestuosamente aterrador no había cambiado mucho. Solo algunos derrumbes y menos charcos que la última vez.

—Hoy, son ciento treinta y cinco las que llevo en mis manos y tu una. ¿A cuántas personas más tendrás que quitarle la vida hasta que te acostumbres. Espero que nunca llegue ese día, no me gustaría darte la bienvenida a la horda de basura humana que yo encabezo. Porque solo, nosotros, la porquería de este mundo puede dejar de sentir algo al quitar una vida. —dijo Hazel para sí misma, pensativa.


Una hora después, Hazel se acercó a Ari y lo despertó con un firme golpe en sus botas. Aún no se había recuperado del todo, pero si lo suficiente como para tratar las heridas de todos. Le pidió a Ari que mostrara su costado, y este así lo hizo, la tela de su camisa se había pegado un poco a la herida, estaba empapada de sangre, las marcas de las garras del roinnasi se veían perfectamente. Hazel acercó las palmas de su mano, cerro los ojos, respiró profundo y pronunció un hechizo:

CICLOS ARCANOS - En los Templos del Caos - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora