20, 𝘽𝙖𝙗𝙚

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⋆⭒˚。⋆ 𝘊𝘢𝘳𝘪ñ𝘰
📍 :: Paris, francia.
🗓️ :: 11 de mayo, 2018.
👤 :: narración omnisciente.

Daisy había seguido el consejo de su hermana menor. Se limpió el rímel corrido de los ojos, caminó al minibar de la habitación y tomó todas las botellas que pudo entre sus manos para sentarse en la cama, poner 10 Things I Hate About You en la televisión y abrir la primera de vino tinto.

Lo que no había mencionado a Rory, es que esa mañana había recibido una llamada, pero no de Taylor, sino de Morgan.

Tree Paine le había llamado, informándole que pronto saldría a la luz que Taylor y Tom no solo habían ido a cenar, sino que se habían besado después de un par de copas. Tree intentaría evitar que las fotos se publicaran, pero no podía prometer que así se haría, por lo que Morgan debía avisar a Daisy.

—¿Por qué no me llamó ella, Morge? —preguntó la castaña hecha lágrimas cuando su agente le dió la tan terrible noticia.

No lo sé, Dayse. Lo siento.

—No lo entiendo...

Yo sé, linda. Todo estará bien, pero por ahora no podemos decir nada, lo entiendes, ¿cierto?

—Sí. Supongo que sí. —tocaron la puerta de la habitación— Es Rory, debo irme.

Cuídate, chica. Te quiero.

—También yo.

Fue así como Daisy sintió a todas las promesas romperse, todos los te quieros, los días de camisas a cuadros y las noches en las que Taylor la hacía suya. Todo se desvaneció entre finos suspiros y lágrimas de tristeza y despecho puro. El sentido del anillo sobre su dedo anular parecía evaporarse en el aire, parecía perder todo significado y valor.

Entonces, cuando todo parecía un infierno lleno de decepción, todo ardió incluso más, si eso era posible.

La fotografía de Taylor iluminó la pantalla de Daisy. La morena se detuvo unos segundos, más bien se paralizó. ¿Qué iba a decirle?

Decidió contestar, con la poca dignidad que le quedaba en los huesos. Se quedó callada y puso el altavoz.

Daisy... —Taylor tenía un tono de arrepentimiento en la voz, parecía temblarle.

—...

Por favor habla conmigo, bebé.

—No hagas esto, Taylor. Sabes que no es justo.

—Lo siento... —sollozó.

—No, no lo sientes. Debiste haber pensado esto anoche. No ahora que literalmente estoy tirada en la cocina de la habitación buscando tu tonto anillo.

Por favor escucha... no-no tienes idea de lo qué pasó.

Daisy exhaló con frustración —¿Que no la tengo? ¿Entonces que carajos pasó, Taylor? ¿Él te obligó a besarlo? ¿Te hechizó? Y encima de todo no pudiste decírmelo tu misma. Tree no tiene porqué salvarte el pellejo.

La rubia sollozó de nuevo —Es mi culpa, yo sé, cariño. Solo dame otra oportunidad... hablemos en persona. Por favor...

—¿No crees que ya te he dado muchas?

La línea telefónica se quedó en silencio, solo se escuchaba la respiración agitada de la rubia.

—Te di todo de mí. —Daisy comenzó a llorar de nuevo— Absolutamente todo. Lo único que hiciste fue romper promesas, Taylor. Promesas que para mí significaron muchisímo. Te hice mi templo. Tú eras mi razón para todo. Se suponía que no terminaría así. Lo prometiste.

No tiene por qué terminar, amor... por favor...

—No tienes por qué tolerarme, ¿sabes? Yo pude haberme ido hace mucho, créeme. Después de tantos celos, peleas sobre idioteces, acusasiones. Y nunca lo hice. Me quedé por ti. Porque te amé tanto... aún te amo. Y me parece totalmente absurda la manera en la que a ti ni siquiera te importó. Yo quería casarme contigo.

—...

—No me llames más. No voy a contestar. Adiós.

Taylor escuchó el tono de llamada desvanecerse de a poco. Las lágrimas ya le habían mojado el cuello y los labios le sabían a sal. Su pecho se movía de manera agitada, todo parecía un sueño. Uno terrible.

¿Cómo podía haberle hecho eso a la mujer de su vida? ¿Al amor de su vida? Sí, tal vez el alcohol había tenido la mitad de la culpa, pero también la tenía Taylor.

Se recostó en la cama, con un sentimiento de culpa en el medio de las costillas. El corazón de Daisy era frágil como el cristal, con problemas de confianza y ella lo había estrellado en el piso sin ningún interés. Lo que más le dolía era que Daisy tenía razón. Taylor la había empujado a su límite en más de una ocasión y ella siempre fue demasiado amable como para dejarla.

Ahora le aterraba la idea de que muy probablemente tendría que aprender a vivir una vida sin Daisy. Sin su risa, sin verla dormir por las noches, sin escribirle canciones románticas en la madrugada —porque, claro, seguiría escribiéndole día y noche, solo no cosas de enamoradas—. Ahora le tocaría caminar por Cornelia Street sola, que su jersey de las Águilas no estuviera junto al de los Steelers, ambos colgados en su puerta, quitarse el collar con la D en el, que había estado usando por los últimos seis meses y quedarse solo con el recuerdo de su novia, pero más importante, su mejor amiga.

Entonces Taylor se dió cuenta de todo el daño que le había provocado al amor de su vida y su cabeza comenzó a sonar como una muy deprimente película de romance. Una donde ambos corazones se desgarran. Había dos afectados, pero solo un culpable. Y ese era Taylor.

Las dos habían sangrado pero Dios sabía que las heridas jamás habían sido iguales. La de Daisy siempre fue más profunda, más roja y por lejos mucho más dolorosa que la de Taylor.

Ahora tendría que preguntarle a las luces del tránsito si ella regresaría. Tendría que seguir escribiendo una historia que ya se había terminado. Tendría que distraerse en otras cosas para no pensar en ella. Oh, Daisy... su cabello perfectamente marrón y rizado en las puntas, sus maravillosos ojos cafés y como brillaban cuando se miraban. Todo estaba dicho y hecho.

Por primera vez desde 2014,

Taylor y Daisy habían pasado de moda.

new year's day, 𝘵𝘢𝘺𝘭𝘰𝘳 𝘴𝘸𝘪𝘧𝘵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora