capítulo 1

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Un año atrás
Edificio J. Edgar Hoover. Washington D. C.

Uno nunca sabe cuando le va a sonar el teléfono, ¿verdad? El día tiene veinticuatro horas, es largo para muchos y corto para otros… ¿Por qué su maldito teléfono decidió tronar como un histérico incontinente justo en aquel preciso momento?

Estaba a punto de responder a la pregunta número quince de su trascendente entrevista psicotécnica: «¿Cómo actuaría si tuviera al asesino de su “hipotética” hija frente a usted?», había preguntado el psicoanalista.

Hasta entonces, le estaba saliendo todo muy bien. Controlaba el tic de su pie, tenía las manos cruzadas sobre el vientre, y escuchaba con porte sereno el interrogatorio de aquel especialista en control mental. Hyunjin había cuidado su aspecto; informal pero a la vez serio. Tejanos ajustados, zapatos negros; una americana corta del mismo color y, debajo, una camiseta blanca sin florituras y ligeramente pegada al pecho. Se había recogido el pelo rojo en una coleta, estético y respetable; las gafas de ver de pasta negra que, dicho sea de paso, no necesitaba, otorgaban un toque más interesante y menos aniñado a sus ojos rasgados y gatunos de color verde muy claro.

Solo había una mesa que se interponía entre su futuro más preciado y su intrascendente realidad como policía de la ciudad de Nueva Orleans. La habitación en la que tenía lugar la entrevista era espartana, no tenía muebles. En el techo colgaba una lámpara que alumbraba directamente a sus rostros. Las paredes eran blancas y ni siquiera había cortina en la solitaria ventana. Cuanto menos objetos hubiera que distrajeran la atención de los interrogados, más fácil sería leer sus mentes.

—¿Señor Hwang? —Arqueó las cejas con expresión contrariada.

¡Naziiiiiiiiiiii! ¡Naziiiiiiiiiii!, repetía el móvil.

—Yo no tengo hija, señor —contestó con cara de «no-está-sonando-ningún móvil-que-llame-a-Hitler».

Hyunjin se relamió los labios. Se le humedecieron las manos y, sin querer, sus ojos se desviaron a su bolso. Tenía su iPhone ahí, justo en la silla que había al lado del señor Stewart, pegada a la pared. Si tan solo pudiera cogerlo y…

—Estamos aquí para analizar sus reacciones ante escenas de alto compromiso emocional, señor Hwang. Póngase en situación, por favor. La empatía es uno de los rasgos característicos de los agentes.

—¿En caso de que tuviera una hija me pregunta? —carraspeó deseando darle una pedrada al celular.

¡Naziiiiiiiii! ¡Naziiiiiiii! ¡Cógeselo o te dará manguerazos!, cantaba el tono de llamada que había personalizado para su madre, Sehun. Que conste que la quería muchísimo, pero era una de esas mujeres a las que si no le cogías el teléfono a la primera, al cabo de unas horas se presentaban en la puerta de tu casa con dos policías para comprobar si todo iba bien.

Sí. Sehun era un poco hipocondríaca.

¡Naziiiiiiii! Cógeselo, esta mujer estornuda diciendo: ¡Auschwitz!

No bajaría la mirada. No lo haría. Aguantaría estoico las gafas reflectantes del psicólogo que debía evaluar sus aptitudes psíquicas y emocionales, y haría como si no hubiera un politono alertándole sobre los riesgos de no atender la llamada de una posible ultraderechista. Esperaba que el señor Stewart también tuviera la misma facilidad de abstracción que él.

El hombre, que rondaría los sesenta años, se subió con el índice las lentes de metal.

—¿Y bien?

—Sinceramente, me cuesta ponerme en ese pellejo… —Levantó la mano y apartó un mechón de pelo rojo que le rozaba el párpado izquierdo. Lo llevaba demasiado largo, ya se lo decía Mark. Pero a el le gustaba así y, si se lo ponía todo hacia un lado, peinado estilo Kennedy, le favorecía mucho y dejaba de molestarle. «Céntrate, por Dios»—. Supongo que cualquier padre haría cualquier cosa por vengar la muerte de su hijo. Todos somos Sally Field en Ojo por ojo —Mierda. ¿De verdad había dicho eso?

𝑳𝒂 𝑫𝒐𝒎𝒂 / MinjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora