Minho conducía su Jeep de camino a la calle Tchoupitoula.
Iba a llegar antes de lo previsto. En su vida se había sentido tan contrariado como aquella mañana.
La noche anterior, borracho como una cuba, no había podido resistirse a hacerle el amor a Hyunjin. Y se había ido de la lengua en un momento huracanado de sexo y sinceridad aplastante.
A ver… Era obvio que no se habían declarado amor eterno ni nada por el estilo, pero le había dicho más a Hyunjin de lo que nunca le había dicho a ninguna otra persona. Y eso, le hacía bien a su corazón de amo, pero no a sus principios como dominante.
En el torneo necesitaría mucha sangre fría para hacer con él todo lo que se suponía que debían de hacer. Y no quería cometer ningún error con Hyunjin; no quería romperle el corazón de ningún modo.
Por eso, el tiempo con Hyunjin solo debía servirle para que él conociera sus preferencias y para que se introdujera en su mundo.
Después del torneo y, si la misión finalizaba con éxito, sería Hyunjin quien decidiera si seguir en su mundo de amos y mazmorras; pero debía hacerlo por decisión propia, porque de verdad le gustara aquello, y no por confundir lo que fuera que Hyunjin sentía por él, no por una necesidad de agradarle y de someterse solo porque a Minho le gustaba jugar así.
Ya había leído novelas de ese tipo y no le gustaban.
Hyunjin tenía que sentir la necesidad de ser dominado, al igual que él anhelaba la sensación de dominarlo. No podía ser de otro modo.
El BDSM era un estilo de vida, no algo que te obligaras a hacer porque la persona a la que amas te lo pide.
Todavía veía el rostro confiado y enternecido de Hyunjin por todo lo que él le decía entre sus brazos.
—Quiero besarte, Hyunjin… —repitió golpeando el volante con el puño y fustigándose por su estupidez—. ¡Imbécil! —Se miró en el retrovisor—. Te dije que no debías hacerlo. Que no podías mezclar lo que él despertaba en ti con la preparación y la disciplina de la misión. ¡Y lo has hecho! ¡La has cagado!
Estaba asustado.
Nunca había querido a nadie de un modo romántico. Esos pensamientos solo los guiaba a el hada pelirrojo que esperaba en Tchoupitoulas, y siempre había sido él. ¿Por qué? Había una leyenda que rezaba que las almas que se pertenecían estaban destinadas a someterse la una a la otra para encontrar la verdadera libertad.
Hyunjin le dio vida cuando era pequeño.
Hyunjin lo excitó con su picardía y su descaro cuando era un adolescente y él, mayor de edad.
Ahora, como adulto, Hyunjin le freía el cerebro y los huevos.
Y, para colmo, estaban juntos en un caso. Pero eso se lo había buscado él mismo. Podría haber dejado que Seo escogiera a un instructor para Hyunjin y entrara en el torneo como otra infiltrado más. Pero pensar que Hyunjin quedara en manos de alguien que no era él… No lo soportaba.
Por eso decidió ser su instructor. Nunca pensó en acercarse antes a él porque le asustaba que Hyunjin pensara que era un loco por tener esos gustos sexuales; y, sabiendo exactamente lo que él buscaba, no quería atemorizarlo. Pero si Hyunjin debía tener contacto real con un amo, entonces esa era su oportunidad y solo él estaba destinado a ejercer su doma. Nadie más podría tocarlo.
Si Hyunjin entraba en la mazmorra, solo él estaría esperándolo.
«Siempre fuiste tú», le había susurrado Hyunjin la noche anterior. Qué tierno.
Se acordaba perfectamente de lo sucedido; se acordaría siempre de su dulzura, de su calidez y de lo fácil que le era llamarlo «señor» cuando estaba bebido.
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𝑳𝒂 𝑫𝒐𝒎𝒂 / Minjin
Fanfiction𝐀𝐝𝐚𝐩𝐭𝐚𝐝𝐨 𝐚𝐥 𝐌𝐢𝐧𝐣𝐢𝐧 𝑪𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝑯𝒚𝒖𝒏𝒋𝒊𝒏 𝒏𝒐 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒆 𝒆𝒔𝒄𝒐𝒈𝒆𝒓 𝒆𝒏𝒕𝒓𝒆 𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒃𝒆𝒓 𝒚 𝒍𝒂 𝒑𝒂𝒔𝒊ó𝒏, 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒐𝒔𝒂𝒔 𝒔𝒆 𝒕𝒐𝒓𝒏𝒂𝒏 𝒖𝒏 𝒑𝒐𝒄𝒐 𝒅𝒆𝒔𝒂𝒔𝒕𝒓𝒐𝒔𝒂𝒔. 𝑴𝒊𝒏𝒉𝒐 𝒅𝒆𝒃𝒆 𝒈𝒖𝒊𝒂𝒓𝒍�...