La espada

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Me apresuré en recoger todos los papeles antes de que él pudiera verlo. Tarde. Su expresión indicaba que había visto suficiente.

—Tuve una idea, quería...

Mi padre recogió una hoja del suelo y la contempló con el ceño fundido.

—¿Has hecho el diseño?

Solté las hojas y me puse en pie.

—Puedo explicarlo, por favor.

Para mi sorpresa, relajo la expresión. Dio unos golpecitos sobre la hoja y luego caminó al tablón de madera en la pared y la sujetó con chinches.

—Es un buen diseño —admitió—. Te lo dije Oliver, este es tu destino.

Mis ojos se llenaron de lágrimas por la emoción.

—Gracias, padre.

—Ahora descansa —carraspeó—. Puedo encargarme del resto.

Regresé a mi habitación con una extraña sensación en el pecho. Estaba tan emocionado porque mi padre reconociera al fin mi trabajo que no pude dormirme. Solamente pensaba en la espada y aquellos ojos rojos que me habían acompañado toda la noche, guiándome.

Me estaba colocando la camisa negra de mangas largas y el pantalón de cuero que usaba para el trabajo cuando escuché un grito. Corrí descalzo por las escaleras para ver a mi padre sostenerse la mano ensangrentada.

—¡Rápido, trae agua! —ordenó.

Cogí un balde y se lo llevé para que pudiera introducir la mano, mi padre gritó otra vez al contacto del agua. Con la sangre limpia pude ver la magnitud de la herida, la cortada comenzaba en la muñeca y terminaba entre los dedos índice y medio. Coloqué las manos sobre mi cabeza. «Esto era mi culpa».

—Buscaré al médico, tal vez él...

Mi padre negó.

—Nadie puede saber esto Oliver, ¡nadie!

—Pero...

—Si alguien se entera, le darán el encargo a otra familia —replicó—. Nadie pude saber que me herí una mano.

Bajó la mirada a su mano. La herida seguía sangrando, así que fui por unas vendas y pomadas. Nos sentamos en la mesa de la cocina para poder curarlo sin temor a que alguien entrase. Mi padre estuvo todo el tiempo en silencio.

—Escúchame Oliver, tú serás quien hará la espada.

Casi caí de bruces. Él me miró con seriedad.

—No hay otra opción.

—¡Es imposible! Nunca he trabajado la plata ni las llamas de dragón. No sabré darle la dureza necesaria ni la elasticidad para atravesar la coraza, también hay que fundir...

Mi padre me pegó una cachetada con la mano sana. Cerré los labios.

—Respira —me dijo.

Hice lo que me ordeno. Mi pecho bajó y subió con brusquedad hasta que la respiración se acompasó.

—Yo estaré a tu lado.

Aquella noche tampoco pude dormir, ni a la siguiente. Mi padre evitaba entrar al taller durante el día por temor a que alguien viera su mano, pero por la noche, me daba órdenes de como mezclar los metales. Tres días después, teníamos el molde hecho.

Comparaba las medidas del dibujo con la de la réplica cuando la princesa volvió a visitarnos. Estaba vez llevaba una ropa de batalla, demasiado ancha para su delgado, aunque tonificado cuerpo. Su piel se había bronceado y traía el cabello negro un poco más corto. Solté las herramientas para realizar una reverencia.

Herederos de sangre y hierro #PGP2024Where stories live. Discover now