La rosa 2

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—Gracias por tu ayuda —Galem levantó la cabeza, preocupado—. Debes irte, Rubín está cerca.

Prisma se cruzó de brazos.

¿Le sigues enseñando magia al príncipe?

—Viene cada dos días, quiere aprender, aunque no hay mucha magia en sus venas. Los magos nacemos así —se señaló—, no somos creados. El príncipe Rubín piensa que practicando lo logrará.

¿Por qué no le dices la verdad?

Galem inspiró.

Desistirá pronto.

Dos golpes en la puerta interrumpieron la respuesta de Prisma. El mago le hizo señas para que saliera por la puerta de atrás. Prisma negó, quería ver qué podía hacer aquel al que llamaban "príncipe" de los humanos. Se transformó en un ave de color blanco y voló hacia la ventana.

—Ábrele —le ordenó al mago, que la observaba con la boca abierta.

Galem salió de la sorpresa cuando se escucharon nuevamente dos golpes, esta vez más altos. Caminó hacia ella y la abrió. Rubín no esperó el permiso para pasar.

—¿Tienes ya tu báculo? —preguntó sorprendido al ver a la herramienta mágica brillar desde el soporte donde el mago la había colocado. Galem caminó hacia ella y la cubrió con una tela.

—Aún no —contestó.

—Qué aburrido eres, Galem —dijo el príncipe, imitando su pose.

Prisma vio al joven de cabello rubio brillante y ojos negros recorrer la habitación como si él fuese el dueño. Tenía una postura firme y sus ojos miraban con curiosidad los objetos del mago, había algo en él que le pareció diferente y a la vez, intrigante. Vestía una ajustada camisa blanca de lino que resaltaba su musculatura y pantalones negros de cuero con cinturones entrecruzados llenos de dagas, tantas como argollas plateadas en su oreja derecha. La dragona no podía creer que tan solo con veinte años ya se preparaba para dirigir un reino. Ninguno de los reyes anteriores se había preocupado nunca por aprender magia, a pesar de que todos descendían de una línea bendecida por los dragones. «¿Por qué quería aprender?»

—Hoy no es un buen día —dijo Galem, temiendo por Prisma.

—Siempre me dices lo mismo —protestó Rubín—. ¿Le negarás aprender magia a tu futuro rey?

Galem frunció el ceño.

Su alteza, la magia toma tiempo y es peligrosa, alguien que no ha nacido para ella puede terminar cayendo en la locura como le sucedió a su abuelo.

Mi abuelo era un tonto, la magia está para servirnos y como mago al servicio del reino debes proporcionarme las herramientas para obtenerla.

Prisma agitó las alas en descontento. ¿Quién se creía él para hablarle así a su amigo? Los ojos del príncipe brillaron al ver al ave blanca de larga cola posada en el alfeizar de la ventana, una sonrisa se extendió por sus labios al descubrir lo que era.

—Había leído sobre ustedes —balbuceó Rubín, sorprendido—. Nunca imaginé ver uno.

Galem lo miró sin comprender, era imposible que un humano carente de magia lo hubiera visto a través de su transformación. Prisma era un ser perfecto, los dragones de su especie podían adoptar la forma de cualquier criatura entre la tierra y el mar.

—Nunca debes contarle esto a nadie —ordenó Galem. No le importaba quién estuviera parado frente a él, protegería a su amiga a toda costa.

—Dudo que alguien creyera que una criatura así todavía existe —replicó el príncipe—. Son...

Prisma se transformó ante sus ojos, volviéndose humana. Estaba enojada, muy enojada. Nadie debía verla y menos el príncipe.

—Ya no necesitaré tus servicios, Galem —dijo Rubín—. He encontrado una nueva maestra.

Prisma tomó a Rubín del cuello de su camisa y lo pegó a la pared con brusquedad. El príncipe dejó escapar un quejido cuando sus huesos crujieron.

—¡Discúlpate! —gruñó junto a su cuello, sus dientes afilados le rozaron la piel.

—Espera Prisma, déjalo ir —pidió Galem—. La relación entre dragones y humanos se ha convertido en una fina línea después de la muerte del rey, amenazar a su descendiente puede provocar el final del tratado.

—No lo haré hasta que se disculpe contigo —rugió. En su piel las escamas comenzaron a aparecer.

—Por favor —suplicó el mago.

Prisma lo dejó caer al suelo. El príncipe se levantó sosteniéndose el torso, dos de sus costillas estaban rotas. Manteniendo su mirada en los ojos azulados de la dragona, ronroneó:

Presiento que nos llevaremos bien.

Abrí los ojos cuando las garras de Obsidian rasgaron la magia, intentando romperla. Recordaba ese día en que ambos se conocieron y sin quererlo, prendieron las llamas de una hoguera que consumiría al reino. Jasper levantó una ceja, asqueado ante el recuerdo de su antepasado.

—¿Por qué le enseñaron magia a ese cretino? —preguntó Jasper, sin dejar de mirar el recuerdo congelado dentro de la esfera.

—Es imposible, ella nunca haría eso —gruñó Obsidian—. Siempre pensamos que habías sido tú quien rompió las reglas.

Suspiré. Todavía recordaba el día en que Prisma me confesó que entrenaba al príncipe en secreto, había dejado su odio por él a un lado para seguir a su corazón. Una dedición que la llevo a la muerte.

—Rubín se había convertido en rey a temprana edad y los reinos vecinos nos declaraban la guerra, aprovechándose de su juventud —expliqué—. Prisma pensó que sería lo mejor para mantener la alianza y proteger a los dragones de una inminente guerra, pero estaba equivocada, él nos engañó a todos.

Cerré nuevamente los ojos, concentrándome en proyectar la noche en que había invitado a Prisma a ver las estrellas junto al lago, el príncipe no había vuelto a buscarme desde ese día y con una guerra a punto de empezar, quería tener una última noche de paz antes de que todo empezara. Sentí el viento besar mi mejilla y a pesar de tener los ojos cerrados, podía ver el reflejo de las estrellas en el lago.

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Herederos de sangre y hierro #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora