Parte 2

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La rosa

Dos lágrimas idénticas nacerán de la sangre del primer cazador.

Una, destinada a reinar; la otra, dará muerte al rey dragón.

La sangre y el hierro se unirán y de su centro, una nueva flor brotará.

Al principio la imagen dentro de la esfera de viento se veía borrosa, pero luego el recuerdo fue tomando forma hasta mostrar a dos jóvenes dragones junto al río. Obsidian rugió al reconocer a su padre, Vall, cuando este apenas tenía cincuenta años. A su lado estaba Prisma, una dragona cambia formas de escamas blancas y ojos del azul que alcanza el agua en las mañanas despejadas. Prisma había pasado toda la madrugada pescando para llevarle un gran pez a Vall por su cumpleaños. Los dragones habían nacido el mismo año y Prisma quería celebrar que alcanzaban la adultez juntos con un gran botín. Vall se lo había zampado de un bocado sin compartir y Prisma se había enojado. Años después se volvería su anécdota favorita.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Obsidian, enojado. Sus escamas negro-azuladas eran una copia del color de su abuelo, quien ahora reía a carcajadas al ver a su amiga soltar humo por la nariz.

—Son los recuerdos de Prisma —expliqué. Ver aquellas imágenes me destruía, pero debía exponer la verdad ante ellos si quería detener esta guerra—. Me los transfirió antes de morir.

—¿Por qué a ti? —rugió.

Jasper desvió la vista de la esfera para fijar sus ojos rojos en mí.

—Esto no cambiará nada —replicó.

—Por favor, sigan mirando. Solo cuando les haya mostrado todo, liberaré la magia y decidirán si continuar esta batalla o no.

Cerré los ojos, concentrándome. Hubo un minuto de silencio y luego escuché su voz.

—¿Qué has hecho, Vall? —gritó enojada—. ¿Ni siquiera me has traído un regalo y te comes el mío sin compartirlo?

Vall regurgitó un trozo de pescado.

—Toma, te he dejado algo.

—Eres un idiota.

Prisma lo rodeó para atravesar los árboles que conducían al frondoso bosque que ocultaba a los dragones de cualquier enemigo. Los humanos le habían regalado semillas de sus viajes para que lo hicieran crecer con su magia y ahora la montaña Dragón se había convertido en un jardín fértil donde ambos podían disfrutar de variedades de alimentos.

—¿Adónde vas? —preguntó Vall, siguiéndola—. Es solo una broma, te lo compensaré trayéndote frutas por una semana.

Prisma se detuvo.

—Un mes o no hay trato —refutó.

—Vale, un mes —aceptó Vall.

—Así mis padres pensarán que me estás cortejando y me dejarán tranquila.

Vall casi regurgita otro trozo de pescado al reírse.

—Eres como mi hermana, tus padres nunca sospecharían de mí. Además, somos muy jóvenes aún para tener pareja.

—Tenía que intentarlo —suspiró Prisma—, quiero escoger a mi compañero cuando llegue el momento y no por pertenecer a una raza de dragones al punto de la extinción.

—Lo harás y estaré feliz de aceptar a tu compañero o incendiarlo.

Prisma se encorvó para deshacerse de su piel escamada, luego se estiró para formar dos pies y dos brazos. De su cabeza brotó una melena negra que le llegaba hasta la cintura. Sus garras se retrajeron hasta formar uñas suaves y delicadas; los dientes perdieron su filo para transformarse en pequeños cuadrados de nácar.

Herederos de sangre y hierro #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora