El Mago

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La princesa Amber estaba acostada en una cama de cuatro postes con cortinas de gaza blanca que la escondían de la vista de todo aquel que entraba. Se incorporó al verme, sonriendo con satisfacción. Su piel estaba demasiado pálida y sus ojos rojos tenían un haz blanco en los bordes, como si la vida se escapase de ellos. Una sirvienta acercó una silla junto a la cama y me hizo una seña con la mano para que la ocupara. Preferí permanecer de pie.

—Estaré bien, Gyda, puedes marcharte —ordenó Amber.

La rubia me fulminó con la mirada antes de abandonar la habitación. Al parecer, solo ella podía entrar a los aposentos privados de la princesa. Su enfermedad era un secreto bien conservado.

—Su alteza —hice una reverencia.

—Gracias por venir.

Amber traía el cabello suelto sobre los hombros y vestía una bata de color jade con cordones dorados que se entrelazaban en el pecho. Sus mejillas recuperaron un poco de color al posar la vista sobre mi báculo. La gema absorbió un rayo de sol que entro por la amplia ventana y lo dirigió hasta ella, calentándola. Observé con el rabillo del ojo la rosa blanca sobre un viejo libro al lado de su cama. No sabía dónde la princesa había encontrado el diario del príncipe Rubín o si lo había leído, pero nada bueno podía salir de esas páginas.

—¿Dónde lo has encontrado?

—¿Tiene algún remordimiento? —preguntó, arqueando la ceja. Negué. Rubín merecía ese final—. He leído muchas cosas interesantes sobre usted y cierta dragona.

—No creo que eso haya sido lo más interesante que leíste.

—Tiene razón, no lo fue.

—¿Cómo se encuentra?

—Estoy empeorando, pero eso ya lo sabe —respondió, sosteniéndome la mirada—. Las convulsiones son cada vez más frecuentes y no las puedo controlar.

—Puedo preparar una poción que alivie los efectos secundarios.

Realizó un leve asentimiento a forma de agradecimiento.

—Estaría encantada de al menos poder salir de la cama, pero no eso por lo que le he llamado.

Levanté una ceja.

—¿Qué puedo hacer por usted, alteza?

Ella miró a la rosa.

—Quiero que detenga a mi hermano, planea hacerse pasar por mí y ser él quien mate al dragón.

—Eso es...

—Traición —respondió ella.

Aunque no me refería al deber real, sino a qué era ella quien debía ir a la batalla para cumplir su destino. Rasqué mi mentón, confundido. ¿Y si esto estaba destinado a pasar? ¿Quién realmente había nacido primero?

—No creo que pueda persuadir al príncipe Jasper, su madre me ha prohibido la entrada al reino y acercarme a ustedes. Me consideran enemigo del reino.

—Pero eso no le ha impedido vigilarnos.

Di un golpe con el cetro sobre el suelo, enojado por su atrevimiento. ¿Cómo se había dado cuenta? Había utilizado hechizos para cubrir mi rastro y nunca me acerque lo suficiente a ellos. Era imposible que hubiese notado mi presencia.

—Ahorrémonos las explicaciones —replicó Amber—. Entiendo que somos especiales, no crea que es el único que ha mantenido sus ojos sobre nosotros. Tampoco me importa. Y no, no quiero que converse con Jasper. Conozco a mi hermano y cuando toma una decisión, nada lo hará cambiar de parecer. Él me protegerá sin dudarlo y yo haría lo mismo por él.

Di un paso hacia ella.

—¿Qué realmente me está pidiendo?

La princesa irguió la cabeza, adoptando una postura de superioridad. Era la misma que le había visto utilizar a su antepasado cuando quería algo y la misma que tenía cuando volvió con las manos ensangrentadas. Frente a mí no había una joven enferma, no, cometería un error si la subestimaba por su condición. Amber era una reina y con cada gesto me lo hacía saber.

—Quiero que lo detengas.

Un escalofrío me subió por la espalda.

—No puedo hacer eso —rugí. Era un intermediario entre los bandos, nunca tomaría partido a favor de ninguno y menos me interpondría ante el curso natural del destino. Ya una vez lo había hecho y aún pagaba las consecuencias.

—Oh si lo hará y no por nosotros, sino porque es la única forma de detener la profecía que usted ayudó a iniciar.

Ladeé la cabeza. Mis pupilas se abrieron un poco para ver la magia corriendo por sus venas. Sonrió de una manera que me recordó a... Retrocedí un paso. ¿Quién era Amber en realidad?

—Es bueno ver que tengo su atención —ronroneó—. Ahora escúcheme, necesitamos detener esto de una vez o seguiremos pagando una deuda de sangre que nunca finalizará. Está conmigo...

Sus labios se movieron en apenas un susurro. Un nombre fue suficiente para congelarme, había pasado tanto tiempo desde que lo escuché que olvidé que aquella palabra me pertenecía.

—Haré lo necesario para proteger a mi hermano y al reino —aseguró.

—Te estás adentrando en terreno peligroso. —Se encogió de hombros, restándole importancia. No solo había entrado, estaba tan envuelta en la magia que no habría una salida para ella. Amber volvió a sonreír, dándome las respuestas que necesitaba.

—Busco forjar alianzas, no enemigos. Rubín fue un idiota en creer que podía controlar todo a la fuerza. A veces solo tienes que hacerle creer a las personas que tienen el control e ir plantando ideas como semillas, un día brotarán por sí sola y nadie podrá podar las raíces de lo que conciben como "real".

—No sigas sus pasos, solo te espera la muerte.

Amber sonrió. Por la forma en que lo hizo supe que ya la muerte caminaba a su lado y no le tenía miedo.

—Solo habrá una oportunidad, cada uno hará su parte del plan —inició. La escuché hasta que terminó de hablar. En el instante en que sus labios se detuvieron y alzó una ceja en espera de confirmación, desaparecí de la habitación llevando conmigo un olor a rosas y muerte. Su idea era descabellada y cruel, pero tenía razón en una cosa: solo había una oportunidad.

***🔮***

N/A: ¡Hola! Si has llegado hasta aquí gracias por leer y ser parte de esta batalla épica. Poco a poco se van a ir revelando lo que sucedió siglos atrás y el final de esta pelea. Voy dejando pistas así que atentos con los detalles. Saludos y feliz inicio de año 🤗.

Herederos de sangre y hierro #PGP2024Where stories live. Discover now