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Naruto recordaba también, la primera noche que Hinata pasó entre sus brazos.

Esa, y las noches siguientes.

Desde el comienzo amó la forma en que sus cuerpos parecían complementarse bajo las sábanas. O en cualquier lugar dónde las ansias de tenerla fueran mucho más grandes.

Amaba oír su respiración agitada.

Amaba oír su propio nombre salir de esos labios que constantemente quería devorar.

Amaba sentir sus manos aferradas a su espalda, incluso el ardor de sus uñas clavadas contra su piel.

Amaba la suavidad de su piel contra su cuerpo. Amaba poder besar cada parte de él. Amaba poder aferrarse a él de todas las formas posibles, una y otra vez.

Amaba poder abrazarla después de hacer el amor.

Pegarla a su cuerpo, sentir su calor. Sentir su corazón acelerado. Su aroma. Amaba el verla dormir entre sus brazos, exahusta.

Amaba también despertar primero sólo para verla dormir, acariciando su espalda con sus nudillos. O juguetendo con su largo cabello oscuro, enredándolo con suavidad contra sus dedos.

Amaba apreciar su figura. Cómo sus sábanas se enredaban entre sus piernas. Amaba apreciar esos pequeños detalles. Y también amaba sorprenderla todos los días con distintos desayunos, disfrutando de las sonrisas de agradecimiento que Hinata le brindaba siempre, acompañada de un suave beso que siempre terminaba transformándose en algo más.

Amó cada situación vivida a su lado, sin creer que en algún momento terminarían.

Naruto jamás creyó que aquello podría suceder. Pero decisiones egoístas ajenas, terminaron por acabar con ese sueño que Hinata y él estaban viviendo.

Y quién comenzó por destruir su felicidad, fue Minato Namikaze, su propio padre.

—¿Hmm? ¿Qué dices? —una carcajada involuntaria brota desde lo más profundo de su garganta. Naruto cruza ambos brazos sobre su pecho, e incluso si hace unos momentos atrás reía, ahora en su rostro sólo se dejaba ver seriedad. — No estás hablando en serio.

Minato, su padre, se acomoda sobre la silla frente al escritorio. Sus ojos azules demuestran seriedad y enojo. Lo sabía, lo supo siempre. Las andanzas de Naruto en algún momento le pasarían la cuenta.

—Estoy hablando en serio —no mueve un solo músculo de su rostro. Su expresión es dura. Aunque también sabe bien que eso no escarmienta a su hijo ni un poco.

—No puedes.

—Por supuesto que sí —Minato asiente.

—No —Naruto cierra ambas manos con fuerza sobre el escritorio, intentando mantenerse firme, pero por sobre todo, cuerdo. Las palabras de su padre poco a poco comenzaban a desquiciarle. — No puedes obligarme a hacer algo así.

—Por supuesto que puedo. ¿Qué pensaste? ¿Qué continuarás con tu vida llena de libertinaje incluso siendo un hombre tan importante?

—¿De qué demonios hablas? —gruñe. — Hace mucho que dejé de actuar así. Mi supuesta vida llena de libertinaje, como tú dices, acabó hace mucho.

Minato suspira fuertemente, moviendo la cabeza hacia los lados. Estaba cansado de tener que solucionar problemas ajenos, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados cuando la integridad de su familia y todo lo que había creado se veía amenazada por una muchachita que supo aprovecharse de la situación.

¿Cómo es que Naruto, siendo su hijo, no pudo actuar con más inteligencia?

—Debiste pensarlo mejor.

La Amante [NaruHina]Where stories live. Discover now