Familia

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Narrador: Bryn


Nos encontrábamos ambos en la cama, ya vestidos y sin el pestillo puesto.

Eran las 3 de la tarde. Justo habíamos acabado de comer.

Pasamos toda la mañana juntos, y ya con las pocas horas que estuve con él pude notar ciertas diferencias.

Eran pequeños detalles que solo notarías si lo analizas a fondo.

Por ejemplo, durante la comida, Yuna se estuvo metiendo con él de diversas maneras, sin recibir respuesta alguna, era como hablarle a la pared.

Me pareció sorprendente el hecho de que hubiera pasado de Yuna. No la insultó, no la miró mal, nada de nada.

Por un momento me extrañó tanto, que hasta quería que volviese ese Brack que se picaba a la mínima. Pero por otra parte, me generaba curiosidad saber hasta qué punto podría llegar.

En aquel instante, yo estaba apoyada en su pecho mientras me acariaba la cabeza.

Todo estaba en calma, hasta que entró Yuna por la puerta, rompiendo el silencio.

—No te creas que por haberte ido de la cocina te ibas a librar de mí.

—¿Quieres algo? —preguntó, sereno.

—Molestarte. El drama os ha durado muy poco y necesito verte sufrir.

—Te parecerá poco, pero yo lo sentí una eternidad. Una tortura —le dije, mirándola sin cambiar de postura.

—Eso no te lo niego, y lo siento mucho por ti, pero creo que él aún se merece sufrir un poco.

Él sonrió y se quedó mirando a Yuna con curiosidad.

—A ver, ¿de qué manera me vas a torturar?

—Se me ocurre una que nunca falla —respondió ella, con una expresión de victoria en su rostro.

Rápidamente se acercó a la cama. Ya sabía lo que venía.

Se sentó a nuestro lado y lo abrazó como pudo, ya que yo estaba prácticamente encima de él.

Pensé que eso lo haría enfadar, hacerlo sentir molesto, pero me sorprendió ver que ni se inmutó cuando Yuna lo abrazó.

Esto no podía ser posible. ¿Dónde estaba mi Brack?

Yuna parecía igual de sorprendida que yo, puesto que lo miró, deseosa de verlo sufrir. Y claro, al no suceder eso digamos que no se lo tomó muy bien.

—¡Oye! ¿Por qué no me estás gritando y diciéndome que me quite de encima?

—Después de todo lo que me hizo pasar Ángela, esto no es nada.

¿Lo que le hizo pasar Ángela? ¿De qué estaba hablando?

—Ah, ¿me estás diciendo que Ángela ha conseguido quitarle las espinas al cactus en apenas una semana y yo no lo he conseguido en toda mi vida?

—Es que hay que ser más insistente. Además, ahora la situación era diferente.

—Ya veo ya —se rio mirándome de reojo.

No entendía nada. ¿Quitarle las espinas al cactus? ¿Esa era la razón por la cual él estaba tan raro?

—¿De qué estáis hablando? No entiendo nada —pregunté confusa.

Yuna, aún abrazándolo, respondió a mi pregunta, pero lo hizo de una manera un tanto peculiar. Se ve que todavía buscaba algo con lo que molestarlo.

—Pues resulta que el niño se ha propuesto ser mejor persona solo por ti, para que no le dejes. Porque tiene dependencia emocional hacia ti y le da pánico perderte —me explicó en un tono exagerado y burlón.

Cegada por el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora