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Una Jeon JiHyo de quince años intenta abrir uno de los cajones asegurados de la cocineta en su pequeña casa, da una mirada llena de rabia hacia el sofá en el que su madre se encuentra tirada cuando no logra abrirlo. Tira más fuerte de él, gruñe y golpea el mismo repetidas veces, de nuevo tira y tira y grita con furia cuando esta sensación de adormecimiento que nunca ha buscado le llena el cuerpo.

—¡Ya deja esa mierda!—Reclama a su madre, que poca atención le presta, porque está consumida por la sustancia que ella misma ha introducido a su cuerpo a través de una jeringa.

JiHyo odia no ser una beta, odia sentir a través de su lazo familiar las consecuencias de la drogadicción de su madre, odia que ella ni siquiera se de cuenta y sobre todo detesta que su hermano menor viva la misma situación.

Su madre a penas logra enfocar la vista en su hija, una sonrisa divertida se forma en sus resecos y pálidos labios.

—¿No te gusta?—Pregunta, con esa burla y pasividad que tanto había asustado a JiHyo através de los años—Ahí está la puerta.

Con su mano, la que no tiene la jeringa encajada, señala la puerta, la vieja y amarillenta puerta que JiHyo tanto ha pensando en cruzar y, esa vez, esa en la que su hermanito lloró tanto por una paranoia proveniente del lazo con su madre como efecto de la sustancia inyectada en su progenitora, sintiendo la gravedad de la situación y decidiendo que su hermano no merecía vivir tal vida, no dijo una palabra más, dio media vuelta, caminó hacia la habitación de un JeonGguk de doce años y tomó la única maleta que yacía en un rincón del closet, tomó cuanta ropa pudo del menor mientras veía cómo este dormía, probablemente desmayado, en su mullida cama.

—Estaremos bien—Juró. Con la voz quebrada y la mirada nublada.

Cuando su madre estaba lo suficientemente dormida, ellos emprendieron camino al único destino que JiHyo sabía con certeza que nunca serían echados; la casa de la madre de su padre.

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La mujer mayor que les dio alojo tampoco sabía el paradero de su progenitor. De todas maneras buscarlo nunca fue una opción, ni siquiera cuando leyó la hoja entre sus manos temblorosas y llenas de estas grietas que causa el envejecimiento le avisaba que una enfermedad terminal no tratada estaba consumiéndole la vida.

Mostró sonrisas, hizo feliz a sus nietos y dio todo de ella para no mostrar su preocupación y rendición a la situación.

Pero la astuta Jeon JiHyo de ahora diecisiete años logró encontrar aquellos documentos.

—JeonGgukie—Zarandeó el cuerpo de su hermano menor que hace no mucho había caído rendido ante morfeo.

—¿Mmh?—.

—Voy a salir—Siguió hablando en un susurro.

—¿Dónde va?, Son la una de la madrugada—.

—Es solo un momento, regreso pronto, ¿sí? Te amo. Mañana levántate temprano para la escuela, no quiero verte con prisa.

—Eso quería hacer, pero Noona me despertó.

—Lo siento, cariño. Sigue durmiendo, te amo.

—También te amo, Noona.

E intentó seguir con su sueño.

El mismo que JiHyo sabría no tendría más luego de su plan en esa noche.

Los chicos lentos son tomados [TK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora