CAPITULO 1: EL MUNDO ANTES

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Los primeros destellos del amanecer se filtraban a través de las ventanas del hospital, tejiendo patrones de luz sobre las superficies estériles y los rostros pasmados del personal en acción. En este epicentro de esperanza y humanidad, donde cada día era una batalla contra el infortunio, Vania emergía como una presencia constante, su existencia entrelazada indisolublemente con los principios de la medicina que ejercía.

Atravesando los corredores con una gracia que rozaba lo etéreo, su figura se recortaba con claridad contra el entorno de tonos fríos y calculados del hospital. Vania Wagner, conocida por su destreza excepcional y una empatía que trascendía lo profesional, se movía entre los pacientes y colegas con una autoridad suavizada por la calidez, ganándose el respeto y cariño de todos quienes la conocían.

La luz matinal iluminaba su rostro, delineando las facciones marcadas por la resolución y suavizadas por la compasión. Sus ojos, profundos y azules como el océano en calma antes de la tormenta, reflejaban una amalgama de fortaleza y sensibilidad, evidencia de un alma curtida por incontables desafíos y victorias. Su cabello castaño, recogido en un moño que desafiaba la gravedad, permitía escapar mechones que enmarcaban su rostro, dotándola de una humanidad palpante en medio de la asepsia hospitalaria.

Más que una médica, Vania se erigía como una custodia de la vida, armada con el conocimiento heredado de generaciones y la vanguardia de la ciencia contemporánea. La serenidad que proyectaba era el resultado de batallas libradas en el silencio de su interior, una lucha constante por equilibrar el deseo de salvar cada vida con la aceptación de la naturaleza a veces implacable de su profesión.

 La serenidad que proyectaba era el resultado de batallas libradas en el silencio de su interior, una lucha constante por equilibrar el deseo de salvar cada vida con la aceptación de la naturaleza a veces implacable de su profesión

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Ese día, mientras se inmiscuía en la rutina del hospital, Vania no captó las miradas de admiración o los gestos de agradecimiento que la seguían. Para ella, su labor iba más allá de un empleo; era una vocación que resonaba con cada fibra de su ser. Cada paciente representaba un universo, una historia, un enigma a desentrañar, y ella se sumergía en cada caso con una pasión que desterraba el cansancio y la duda a meras sombras pasajeras.

A pesar de la aparente calma y el dominio de su entorno, existían momentos de introspección, breves instancias en las que Vania permitía que su mirada trascendiera los muros del hospital hacia un mundo ajeno a las victorias y derrotas cotidianas. Durante estos lapsos, se cuestionaba sobre el verdadero impacto de su labor, ponderando el valor de cada vida salvada frente a cada pérdida sufrida.

En la sala de emergencias, el tiempo parecía detenerse y acelerarse simultáneamente. El aire estaba saturado de tensión, cada segundo contaba, y el margen para el error era prácticamente nulo. En este torbellino de urgencia médica, un grupo de residentes se agrupaba alrededor de una camilla, sus rostros tensos como cuerdas a punto de romperse, reflejando la gravedad de la situación. Se movían con una eficacia nacida de la práctica, pero la inexperiencia aún sombreaba sus acciones, sus manos temblaban ligeramente bajo el peso de la responsabilidad.

Vania se abrió paso entre ellos con la autoridad que le conferían años de experiencia. Su presencia era como un faro en medio de la tormenta, su seguridad y calma un contraste marcado con la frenética actividad que la rodeaba. Observó rápidamente la escena, su mirada analítica captando de inmediato el problema. Se acercó a la camilla, su figura imponiendo un silencio expectante entre los residentes.

THE WALKING DEAD: ECOS DE UN NUEVO MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora