CAPITULO 9: LUZ EN LA PENUMBRA

13 2 0
                                    

El aire dentro del coche estaba cargado con el olor a desinfectante de sus manos y un toque de café frío, el cual había sido su único sustento en las últimas horas. Vania intentaba concentrarse en la carretera, pero su mente estaba en otra parte, reviviendo cada momento el encuentro con aquel ser, las caras de los pacientes, la determinación de sus colegas y, sobre todo, la incertidumbre sobre la seguridad de su familia.

Al acercarse a la casa de su cuñada, la intensidad de sus emociones crecía exponencialmente. El contraste entre la quietud exterior y la tormenta interna que Vania enfrentaba era abrumador. La luz de la luna, jugando entre nubes que se desplazaban como espectros en el cielo, iluminaba su camino con una claridad etérea, prestando un carácter casi sobrenatural a la escena. Cada sombra, cada silueta proyectada por la tenue iluminación, parecía cobrar vida, alimentando la imaginación y los temores de Vania.

Al abrir la puerta del coche, el viento frío de la noche se coló dentro, llevando consigo los sonidos distantes de la crisis que se desplegaba más allá de su pequeño refugio. Vania se abrigó con su chaqueta, sintiendo el peso de cada paso hacia la puerta de su hogar.

El frío se adhería a su piel como una segunda capa, una fría caricia que contrastaba con el calor febril de su pánico interno. El viento, un susurro entre los árboles desnudos, parecía llevar consigo voces fantasmales, murmullos de los que ya no estaban, recordatorios crueles de la fragilidad de la existencia humana. Cada hoja que crujía bajo sus pies era un grito en la oscuridad, un eco de la soledad que la envolvía.

Al encontrar la puerta del hogar cerrada, una oleada de desesperación la golpeó con la fuerza de un tsunami. La llave, fría y metálica en su mano temblorosa, era el símbolo de una esperanza que se desvanecía con cada segundo que pasaba. El clic de la cerradura sonaba como un disparo en el silencio, un preludio a la revelación de su peor pesadilla: la ausencia de aquellos a quienes más amaba.

El silencio que la recibió al abrir la puerta era un vacío ensordecedor, una ausencia que pesaba más que la más oscura de las noches. La llamada de Vania, una mezcla de esperanza y desesperación, se perdía en las sombras, sin encontrar respuesta. La soledad de la casa, una vez refugio de risas y amor, ahora era un mausoleo de recuerdos, cada habitación vacía un recordatorio de lo que estaba en juego.

La nota en el vestíbulo, en la que Hanna avisaba estar refugiada en casa de los Kennedy, parecia un faro de esperanza en la desesperación. Pero no era suficiente para disipar el terror que la consumía. La posibilidad de perder a su familia, de que fueran solo nombres en la larga lista de infectados, era una tormenta que rugía en su interior, amenazando con arrasarla.

La determinación de Vania de encontrarlos, era una llama que ardía con ferocidad en la tormenta. A pesar del miedo, a pesar de la desesperación, esa llama la impulsaba hacia adelante, a través de la oscuridad y hacia lo desconocido. No era solo amor lo que la movía; era una necesidad visceral, la comprensión de que no había vida sin ellos.

La ciudad estaba sumida en un silencio sepulcral, roto únicamente por el lejano aullar de las sirenas y el crujir de las hojas. La oscuridad era casi tangible, una presencia opresiva que envolvía todo. Vania avanzaba con determinación por las calles desiertas, el peso de su responsabilidad como médica y la preocupación por su familia chocando en su interior con cada paso. Llegando a la casa de los Kennedy donde esperaba encontrar a Hanna y Hailey, su corazón latía con fuerza, temeroso de lo que podría descubrir.

— ¿Hanna? ¿Hailey? — llamo a la puerta, su voz, un susurro en la penumbra, llevaba un matiz de urgencia y temor. Los segundos se estiraban como horas hasta que dos figuras emergieron detrás de la puerta, sus rostros iluminados por una mezcla de alivio y cansancio.

Cuando la puerta se abrió, revelando las figuras de Hailey y Hanna, el mundo de Vania se detuvo por un instante. La luz tenue del interior iluminó sus rostros, marcados por el alivio y el cansancio, y en ese momento, todas las preocupaciones, el miedo y la incertidumbre que habían pesado sobre Vania se disolvieron en el aire.

THE WALKING DEAD: ECOS DE UN NUEVO MUNDOWhere stories live. Discover now