CAPITULO 11: EL PESO DEL JURAMENTO

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La Dra. Vania Wagner, paralizada ante la visión del hospital en ruinas, sintió cómo el mundo se desmoronaba. La devastación que sus ojos contemplaban era un golpe directo al corazón, una puñalada al alma que dedicó su vida a salvar a los demás. La luz del día, que se colaba entre las nubes dispersas, iluminaba un escenario de abandono y desesperación que parecía sacado de la peor de sus pesadillas. Al ver las puertas del hospital, antes símbolos de esperanza y refugio, ahora asediadas por los infectados, un escalofrío recorrió su espina dorsal, un presagio de la oscuridad que la esperaba adentro.

Con cada movimiento errático, cada sonido gutural de los infectados, Vania se veía asaltada por imágenes de sus compañeros - Emily, Sandra, Reyes.... - cada nombre evocaba un rostro, una vida con la que compartió incontables días y noches, luchando juntos contra la adversidad. La idea de que pudieran estar perdidos, o peor, convertidos en uno de esos seres descontrolados, la llenaba de un dolor insoportable.

La culpabilidad la invadió, apretando su pecho con garras heladas. "¿Cómo pude dejar que esto sucediera?" se preguntó, su voz interior teñida de desesperación y remordimiento. "¿Cómo es posible que en solo unas horas...?" No podía terminar el pensamiento, la realidad demasiado cruel para aceptarla de lleno.

Tragando el nudo que se formaba en su garganta, Vania cerró los ojos por un momento, buscando en lo más profundo de su ser la fortaleza para enfrentar lo que venía. Al abrirlos de nuevo, la determinación brillaba en su mirada, un faro de resistencia contra la desolación que la rodeaba.

Su frente perlada por el sudor de la tensión y el esfuerzo, marcaba número tras número en su teléfono móvil, cada uno un hilo de esperanza que se desvanecía con el silencio al otro lado de la línea. La constante señal de ocupado, un recordatorio cruel de la completa y abrumadora desolación que había asolado la ciudad, hacía eco en sus oídos. La sensación de aislamiento era asfixiante, como una niebla que se cerraba en torno a ella.

La desesperación crecía con cada intento fallido, la realidad del colapso de la infraestructura de emergencia se hacía más evidente, más inmediata. Era como si, con cada número marcado sin respuesta, el mundo en el que había confiado, en el que había creído, se desmoronara pieza a pieza ante sus ojos. Este era un mundo donde los gritos de ayuda se perdían en el vacío, donde las promesas de seguridad y asistencia eran devoradas por el caos desenfrenado que se había apoderado de todo.

La frustración y el miedo se entrelazaban en el pecho de Vania, formando un nudo apretado de emociones contradictorias. Por un lado, estaba la ira impotente contra un sistema que había fallado espectacularmente en el momento más crítico. Por otro, el temor visceral a lo que significaba ese silencio al otro lado de la línea: que estaba sola, verdaderamente sola, en esta lucha por salvar a los que quedaban atrapados dentro del hospital.

A pesar de la desolación que la rodeaba, Vania sabía que no podía permitirse ceder al desánimo. La necesidad de actuar, de hacer algo, cualquier cosa, para marcar la diferencia, se convirtió en su faro en la oscuridad. Con cada intento fallido de conexión, su determinación se fortalecía, transformando el dolor y la desesperación en un impulso inquebrantable para seguir adelante.

La imagen de Rick Grimes, inmóvil en su lecho de hospital, sumido en un coma del que quizás nunca despertaría, se entrelazaba con los rostros de innumerables pacientes que habían depositado su confianza y sus esperanzas de vida en manos de ella y su equipo. Estas imágenes encendían en su pecho una llama de determinación feroz y desesperada.

"No puedo dejarlos atrás", murmuraba para sí, sus palabras no solo una afirmación de su deber, sino un mantra que la impulsaba hacia adelante, a pesar del miedo que amenazaba con paralizarla.

La decisión de ingresar al hospital, ahora un nido de caos y desesperación, era un reflejo no solo de su compromiso profesional sino también de su profunda humanidad. Vania se enfrentaba a un conflicto interno tortuoso: la comprensión de que cada paso hacia el interior del hospital era un paso hacia lo desconocido, hacia un peligro inminente, pero también la convicción de que abandonar a aquellos que no podían salvarse por sí mismos sería una traición a todo lo que había jurado proteger.

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