CAPITULO 10: SOMBRAS Y ALMAS PERDIDAS

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La alarma, un presagio incesante, perforaba el silencio con su clamor, eco de un mundo sumido en la desesperación. El hospital, antaño refugio de sanación, se había transformado en un laberinto de sombras y caos, sus pasillos, que una vez resonaron con el bullicio de la vida, ahora yacían en un silencio sepulcral, interrumpido solo por el zumbido de la alarma. En algunos rincones, las figuras de los pacientes, que en otro tiempo albergaron esperanza y humanidad, vagaban ahora sin rumbo, perdidos en un hambre voraz e incontrolable. Estas sombras de lo que una vez fueron, moviéndose sin propósito, eran el único testimonio de la catástrofe que había consumido cada espacio, cada rincón de esperanza, dejando tras de sí un vacío ensordecedor.

— ¡Mierda! — Se escuchó aquella palabra llena de preocupación entre los pasillos; Negan, ahora atrapado en el área de cuarentena, se devolvía de donde venía escondiéndose tras una pared que separaba un pasillo de otro. El corazón de Negan latía con fuerza en su pecho, la adrenalina y la incertidumbre mezclándose en un cóctel explosivo.

Ante él, un enjambre de reanimados bloqueaba implacablemente el camino hacia la vital área de suministros médicos, una barricada viviente de cuerpos hambrientos, sus gestos torpes y ojos vacíos reflejando una existencia reducida a meros impulsos primitivos. Negan, con la determinación forjada en la promesa a Lucille, se negaba rotundamente a abandonar la misión de llevarle los medicamentos que podrían ofrecerle un alivio, aunque fuera efímero.

Sus ojos, acostumbrados ya a la penumbra del hospital en emergencia, escaneaban rápidamente su entorno, buscando rutas alternas o cualquier cosa que pudiera darle una ventaja. El sudor frío recorría su espalda mientras evaluaba cada movimiento de los reanimados, su mente trabajando a toda velocidad para trazar un plan. La sensación de estar al borde del abismo era asfixiante, cada sonido, cada sombra, incrementaba su tensión.

La odisea vivida hasta ese momento, un laberinto de pasillos desconocidos y enfrentamientos agotadores contra esas criaturas deshumanizadas, le había robado tiempo precioso. La ausencia de la Dra. Vania y el caos generado por la evacuación del hospital complicaban aún más su situación, sumiéndolo en un mar de incertidumbre. Ignorante de la geografía interna del hospital y la ubicación exacta de los departamentos esenciales, se encontraba atrapado en un dilema crítico, enfrentando no solo la amenaza física de los reanimados sino también la frustración de un objetivo que parecía cada vez más complicado.

— Aquí estoy, empeñado en una misión casi sagrada por unos medicamentos para mi querida esposa, y estos enfermos de mierda no parecen querer cooperar. — Se decía así mismo, cansado. Su voz teñida de una mezcla de frustración y un humor sarcástico que rozaba lo absurdo.

De pronto, el ambiente se saturó con un estruendo aún más alarmante que el propio sonido de la alarma que aún resonaba. Golpes y alboroto estallaban más allá de las paredes, capturando la atención de los reanimados. Negan, aprovechando este inesperado giro, se asomó cautelosamente para observar. Los reanimados, como si fueran marionetas arrastradas por un nuevo maestro, se desviaban de su camino original, atraídos por la conmoción.

Justo cuando Negan creía tener el camino libre gracias a la distracción, una mano firme en su hombro lo detuvo abruptamente. Al girarse, se encontró frente a frente con un hombre y dos mujeres, sus rostros marcados por la adversidad reciente. El Dr. Simon Reyes, con su bata manchada y su mirada penetrante, evaluaba a Negan con una mezcla de precaución y curiosidad. Su porte era el de alguien acostumbrado a tomar decisiones rápidas en situaciones críticas, su cabello ligeramente despeinado y sus ojos cansados delatando las largas horas tratando de sobrevivir.

Junto a él, la Dra. Emily Torres observaba con una cautela impregnada de preocupación, no solo por la seguridad inmediata, sino por el bienestar profundo de este desconocido en un hospital que debería estar vacío. Sus ojos, aunque marcados por la fatiga, se detenían en él con una mezcla de interrogante y compasión, reflejando el peso de un corazón que no sabe dejar de cuidar incluso en el fin del mundo. Su compromiso con su juramento hipocrático brillaba como una luz tenaz en su expresión, una promesa inquebrantable de luchar contra el infortunio, incluso cuando las probabilidades se apilaban como sombras en contra.

THE WALKING DEAD: ECOS DE UN NUEVO MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora