CAPITULO 15: LEALTADES FRAGMENTADAS, EL ECO DEL DESAFIO

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El polvo se levantaba en nubes bajo los pasos determinados de Simón, quien avanzaba hacia el Santuario con una sonrisa triunfante que no llegaba a sus ojos. Detrás de él, Beatrice y Maya eran empujadas hacia adelante, sus manos atadas y sus rostros marcados por el dolor y la desesperación. La realidad de su situación, capturadas y a merced de un hombre sin escrúpulos, era una carga pesada que las agobiaba con cada paso.

La moral de Beatrice, una vez inquebrantable, se encontraba ahora fracturada. La mujer fuerte y decidida que siempre había sido capaz de encontrar una salida, incluso en las situaciones más desesperadas, luchaba por mantenerse erguida bajo el peso de su derrota. Sus ojos, que una vez brillaron con determinación, ahora reflejaban un abismo de desolación.

Maya, por su parte, se sentía igualmente destrozada. La realidad de haber sobrevivido solo para ser capturada, de haber visto caer a sus amigos sin poder hacer nada para salvarlos, la consumía por dentro. La impotencia y el miedo se entrelazaban en su pecho, formando un nudo que dificultaba cada respiración.

A medida que se adentraban en los pasillos del santuario, la atmósfera se volvía cada vez más opresiva. Los muros que una vez representaron seguridad ahora se alzaban como barreras de su prisión. Los rostros de aquellos que observaban su llegada no mostraban compasión, sino una curiosidad fría, desprovista de humanidad.

—Miren lo que traje— anunció Simón con orgullo, su voz resonando a través del silencio que se había asentado sobre el lugar. La multitud se agolpó para ver a las nuevas cautivas, sus miradas vacías de empatía.

En el fondo, entre los rostros de la multitud, algunas expresiones revelaban una chispa de simpatía, rápidamente ocultada bajo el manto del miedo que el Juez había tejido alrededor de sus corazones. Era un recordatorio de que, incluso en los lugares más oscuros, la humanidad luchaba por sobrevivir.

La multitud, inicialmente curiosa, se hizo a un lado al escuchar la voz imponente del Juez, que resonaba con furia a través del espacio abierto.

Emergiendo de las sombras del Santuario como un presagio de tormenta, fijó su mirada ardiente en Simón. Su porte era el de un depredador a punto de atacar, la ira irradiando de él como el calor de un fuego incontrolable.

—¿Esto es lo que traes de vuelta? ¿Dos prisioneras y una lista de hombres caídos? — escupió las palabras, cada sílaba impregnada de desprecio y rabia.

—¿Esto es lo que traes de vuelta? ¿Dos prisioneras y una lista de hombres caídos? — escupió las palabras, cada sílaba impregnada de desprecio y rabia

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Simón, sorprendido por la súbita aparición del hombre, trató de mantener su compostura. —Nos atacaron. No esperábamos resistencia alguna, pero logramos traer....— intentó explicar, pero el Juez levantó una mano, callándolo de inmediato.

—¡Silencio! — rugió el hombre, acercándose a Simón con una velocidad que contradecía su tamaño. Agarró a Simón por el cuello de su camisa mientras con la otra sostenia una pistola, su fuerza demostrando la ferocidad de su liderazgo. —Tú eres responsable de la vida de cada uno de mis hombres, de cada jodido fracaso. ¿Crees que estas dos compensan las vidas de mis hombres?

THE WALKING DEAD: ECOS DE UN NUEVO MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora