Capítulo: III

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Después de perderte.

 Seis y quince minutos de la mañana, eso marcaba el reloj digital en la mesita de noche junto a la cama, estaba despedazado y arañado, la habitación olía mal todavía, en el suelo había quedado una mancha negra en donde antes estaban las almas arrastrándose. Cuando Cory recobró la conciencia y se encontró solo en la habitación, sintió ganas de llorar; deseó tanto que todo hubiera sido una pesadilla, pero la triste realidad es que no lo era.

Todo había sido real, a Eliana se la habían llevado. Se removió alargando un gruñido, sentía un agudo dolor punzando en la parte posterior de su cabeza, su visión aún se encontraba nublada, era capaz de escuchar su propia respiración entrecortada en el silencio funesto que consumía el oxígeno de la habitación, aislaba el ruido del exterior, y lo encerraba como en una caja de concreto. El aire caliente lo estaba asfixiando, su camiseta empapada en sudor y sangre se le apelmazaba a la piel fría, se arrastró gateando hacia una de las ventanas para coger algo de aire fresco, pero la rama de un árbol bloqueaba el acceso al jardín.

—¿Cómo púchica llegó eso ahí? —Gruñó entre dientes, se preparó para embestirla, pero su cuerpo adolorido y maltrecho no le permitió más que arrodillarse en el suelo polvoriento. Soltó un gemido de dolor mientras se llevaba una mano al costado, le dolían las costillas y su espalda lo estaba matando—. Jueputa, ay...

Como pudo, se levantó, había dejado de sangrar, pero tenía moretones en el cuerpo y un agudo dolor entumeciendo sus piernas, evitaba mover demasiado la cadera, se encontró súbitamente sorprendido, incluso estaba por echarse a reír, pero debido a sus condiciones el simple hecho de respirar era una tortura. Su sorpresa se debía a pensar que de milagro no había roto la pared al estrellarse con tal fuerza, o peor aún, su espalda pudo haberse roto de haber corrido mala suerte, y ni siquiera podría mover las piernas, o en el peor de los casos, casi todo su cuerpo.

—Eso es para que acabara cuadripléjico no jodás, auch... —se quejó—. Eliana... ¿dónde estás?

Miró en la dirección en la que se había abierto el portal, y por el que se llevaron a su amada esposa, unas cuantas lágrimas amenazaron con asomarse en sus ojos, pero rechazó la tristeza cerrando los ojos mientras arrugaba las cejas y apartaba el rostro.

No, este no es el momento de llorar. Se dijo a sí mismo.

Trató de encontrar algún rastro o marca extraña en alguna parte, algo que le indicara el paradero de su esposa o los seres que se la habían llevado, pero nada. Solo encontró papeles tirados por toda la habitación, las sábanas raídas y sucias, no había más sangre que la suya, esa era una buena señal al menos. Era algo completamente extraño, en tan solo una noche, la casa parecía haber sido azotada por un huracán o un tornado, los muebles estaban rotos o tirados patas arribas, las paredes manchadas de lo que parecía ceniza negra, el suelo estaba cubierto de polvo y marcas como zarpazos en la madera; pensó que quizá alguna vela se había caído al suelo y se había quemado, pero la recámara en donde dormían tenía las mismas manchas, y de allí estaban saliendo las almas.

Tal vez el Infierno estuvo aquí por un momento. Pensó, logró arrastrarse fuera de la habitación, el aire seguía siendo caliente, pero podía respirar un poco más, por cuenta era más pesado en el cuarto. No encontró nada más que un reguero, muebles rasgados y cuchillos en el suelo de la cocina, Eliana no estaba por ninguna parte y tampoco las criaturas que se la llevaron. Afuera el sol se asomó por una de las ventanas de la sala, le iluminó el rostro abatido con su luz dorada, un pequeño rayo de esperanza para Cory; que trataba de recordar algo de lo que había ocurrido la noche anterior, pero lo cierto era que todo lo que sabía poco antes de caer desmayado, era lo único que había pasado. Pensó en llamar a sus compañeros en la oficina, pero al ver el desastre que había en la casa, los cuchillos en el suelo y su herida en la cabeza, pensarían que aquello había sido una discusión matrimonial con un fatídico desenlace, más al no estar su esposa. Él mismo ya había visto casos en donde el asesino finge estar deshecho y no saber nada de lo ocurrido, después de haber cometido el crimen e intentar fugarse, resolvió uno o dos así, no pensaba echarse ese problema encima. El dolor consumía sus fuerzas, la aflicción agotaba su discernimiento, no pasó mucho antes de que cayera de rodillas en el suelo de nuevo, maldiciendo entre dientes al sentirlo extenderse por todas las partes de su cuerpo.

Líbranos De Tu Mal #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora