Capítulo: V

68 14 104
                                    

Donde Dios no te encuentre.

D Í A  2.

Cory despertó con el agua fría de la ducha estremeciendo su cuerpo, se sintió desorientado y confundido acerca de cómo había terminado allí, sus dedos arrugados eran una clara señal de que pasó toda la noche mojándose, le sorprendió que no muriera de hipotermia, por un segundo creyó que se había golpeado muy fuerte en la cabeza de nuevo, pero entonces vio la botella de alcohol en el suelo a unos metros de la cama, fuera del baño.

No quiero volver a beber en mi vida.

Se dijo a sí mismo, sentía un intenso dolor de cabeza que lo atolondraba, se levantó como pudo, luchando por mantener el equilibrio ante la goma que aún le impedía agudizar sus sentidos, se maldijo entre dientes por su insensatez.

—Mi chistecito me va a salir como por cinco mil pesos de agua ahora —se burló, Eliana lo habría ayudado a salir de la ducha y acomodado en la cama después de secarlo y vestirlo. Aunque Cory agradeció que su esposa no pudiera verlo en ese estado, le parecía vergonzoso, por no decir humillante e injusto para ella—. Mi vuelo sale en cuatro horas, mierda.

Aprovechó para bañarse ya que estaba cubierto de vómito y apestaba alcohol. Limpió el baño en cuanto terminó, desayunó huevos pateados –comúnmente denominados 'huevos revueltos'–, y se cepilló los dientes. En poco más de una media hora ya estaba vestido, bien perfumado y limpio para continuar con su investigación, recordaba muy poco de geografía, era la clase que menos le gustaba y solo por obligación brindaba unas intachables respuestas en sus exámenes, aunque en su trabajo era indispensable, eso no le impedía a Cory algunas veces olvidar incluso cuántos municipios tenía un departamento. Normalmente cuando lo llamaban a investigar un caso, solía estar cerca de Managua o Masaya, lo más lejos que había viajado era Chinandega y Jinotepe; jamás en su vida imaginó tener que mudar sus pistas a la Costa Atlántica; y mucho peor aún.

Que el motivo para ir hasta allí, fuese su esposa.

Mientras hojeaba el diario una vez más en busca de pistas, pensó en uno de los casos más famosos similares a lo que estaba pasándole, ocurrido en Diriamba, un año atrás. En una tarde de septiembre, la lluvia torrencial no dejaba distinguir con nitidez las pistas, la gente se quejaba del lodazal que provocaba cuando la temporada de huracanes llegaba, a Cory lo llamaron para informarle el caso de una mujer de treinta y dos años a la que habían decapitado afuera de la ciudad en un campo, el cuerpo conservaba todos los miembros salvo la cabeza, la cual encontraron a unos metros en un terreno baldío, sin los ojos ni la lengua. Unos niños la encontraron mientras jugaban como todas las tardes, desacatando las órdenes de sus madres que no querían que se mojaran en la lluvia, el olor a carne muerta los atrajo, había una bolsa negra con algo muy pesado adentro arrojada cerca de unos matorrales, cuando se acercaron a ver se horrorizaron al encontrar el rostro con cuencas vacías de la pobre mujer con un fatídico destino, estaba hinchada y algunos gusanos brotaban de su piel.

El culpable –y único sospechoso–, había sido su esposo, un hombre de cuarenta y cinco años que afirmaba haberse comido sus ojos y su lengua para darle al fin un descanso eterno, Cory no olvidaría nunca su mirada desorbitada, con aquellos ojos saltones, lo seguía a todas partes como si lo vigilara, mantenía una sonrisa apaciguada de oreja a oreja, como si no midiera el nivel de daño que había hecho, o como si estuviera seguro de que hizo lo correcto. Al recordar el interrogatorio, no pudo evitar poner los ojos en blanco, fueron preguntas absurdas.

Cory se sirvió un poco de su café favorito mientras veía de soslayo al tipo en la silla, relamiéndose los labios manchados de su propia sangre, mordisqueados. Amaba el café recién hecho, su marca favorita era el Presto,

Líbranos De Tu Mal #PGP2024Onde histórias criam vida. Descubra agora