Capítulo: XI

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Hasta siempre, mi amor.

El detective Hernán Silva, uno de los mejores oficiales e investigadores de Nueva Segovia tan solo superado por Cory, recibió una extraña llamada en la mañana. Le dio un suave soplo a su taza de café humeante mientras la atendía, el sol brillaba dorado en el cielo anunciando con jolgorio la mañana fresca que hacía, su esposa dormía a gusto luego de un agotador turno en el hospital que apenas y le había dejado apetito para comer algo ligero. No esperaba que lo llamaran para un caso, menos tratándose de Managua, –la jurisdicción de su ex colega con el que alguna vez tuvo una diferencia, y a quien él mismo instruyó como un mentor–, pero cuando le explicaron lo que estaba pasando, no tardó en ponerse su abrigo y dirigirse hasta allí personalmente para atenderlo.

Los cuerpos –o lo que quedaba de ellos– en la comisaría, fueron llevados con el forense Martín Mongalo, el cual determinó que no parecía un suicidio masivo ni un tipo de atentado, sino más bien una sádica tortura meticulosamente premeditada en haces de venganza, como si estuvieran cobrando alguna deuda de sangre o como era costumbre, se tratara de una de las tantas advertencias de narcotraficantes.

En Managua, los oficiales que llevaron a cabo la investigación del caso, se mostraban confundidos, desorientados, aterrorizados.

Sin sobrevivientes, era imposible recolectar algún testigo, una prueba o un sospechoso. Revisaron una y otra vez las grabaciones, hasta que al fin lograron aislar el ruido que saturaba el audio captado por las cámaras de vigilancia.

—Meléndez —el oficial Silva dejó caer el expediente sobre la mesa de caoba, encendió la lámpara que apenas desvaneció la oscuridad que consumía la oficina de Cory. Se sentó en la silla cuyas ruedas chasquearon rodando por el piso de baldosa blanca, mientras se llevaba la yema de los dedos a los labios y trataba de hilar cabos, pensativo—. Corián Salvador Meléndez... así que el maje te andaba buscando a vos, ¿y ahora en qué bochinche te fuiste a meter gran caballo?

Entrelazó los dedos, y apoyó el mentón sobre los nudillos mientras fruncía las cejas con suspicacia, algo no parecía coincidir. Según los pocos testimonios de vecinos y compañeros, no había tenido ningún altercado con un desconocido, a lo mucho una riña con su mejor amigo motivo por el cual fue despedido, y que además era una de las víctimas encontradas en la escena del crimen. Tampoco parecía tener problemas de dinero, recientemente se le había visto de vacaciones en San Juan y de fiesta con su esposa.

El detective Silva miró la sortija de oro en su dedo por inercia, su dedo índice se agitó mientras miraba pensativo el expediente en la mesa.

Según los vecinos, era empalagoso con su mujer, hasta hicieron una fiesta para celebrar que van a tener un hijo. Nunca los escucharon pelear, y en la casa pese al desorden que hay allí, no encontré ningún signo de violencia, cuchillos o sangre, si acaso se la llevó a otra parte y la mató allí, ¿en dónde está? ¿Por qué se la habría llevado?

Miró su ordenador, se pasó toda la tarde buscando alguna carpeta con información, notas, mensajería, pero no encontró nada de utilidad.

Algo no estoy viendo, se me habrá escapado y quizá debí revisar bien.

Se levantó de su lugar, prendió el ordenador y volvió a registrar. En el historial encontró los sitios web sobre el idioma miskito al que antes no le quiso dar importancia, pero ahora decidió echar un vistazo.

—¿Este se volvió loco o qué onda? Ya hasta se puso a buscar cosas sin sentido —dijo para sí mismo—. Sitan...

Sin una aparente explicación, la lámpara a sus espaldas comenzó a cintilar mientras emitía un molesto zumbido. Hernán se volvió sobre el hombro unos segundos, pestañeó como si intentara asegurarse de que no estaba dormido, y fue hasta entonces que se percató de que la temperatura había bajado drásticamente en la oficina.

Líbranos De Tu Mal #PGP2024Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum