2. El conciliábulo de los brujos.

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20 de diciembre de 1519

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20 de diciembre de 1519. Chillingham, condado de Northumberland, Inglaterra.

Lady Cecily entró primero en la gran sala donde se desarrollaban los encuentros periódicos. Le servía de escudo a sus nietas, ya que detestaba que otros las regañaran.

     Observó a los asistentes y asintió satisfecha, pues vestían con propiedad. Las damas se enfundaban en vestidos dorados —lucían tocados a juego— y los caballeros llevaban jubones, braguetas y medias del mismo color. Y olían como si entre todos se hubieran echado un frasco gigante de perfume de ruda y de manzanilla.

—¡Ah, lady Asalta Cunas, estáis aquí! —Thomas Grey, actual marqués de Dorset y padre de Sophie, pronunció estas palabras mientras clavaba la vista en su progenitora—. Temía que hubieseis asistido con vuestro joven marido. Y, dada la demora, que os divirtierais con él. —Los rifirrafes entre madre e hijo primogénito eran habituales y determinaban que los sabbats se prolongasen hasta el infinito—. ¿O todavía hay que cambiarle los pañales? Papá le doblaba la edad.

     Lady Margaret —Wotton de soltera y Grey por matrimonio— lanzó una carcajada y observó a su esposo con aprobación, adoraba divertirse a costa del resto. «¡Mi madrastra es una estirge que se alimenta de nuestra sangre!», pensó Sophie y su odio era evidente. «Y hace honor al refrán, es tan promiscua como la bolsa de un abogado».

—Os equivocabais como siempre, el conde de Wiltshire no concurre porque respeto las reglas, a diferencia de otras brujas. —Lady Cecily, calmada, sonrió y analizó a su nuera con doble intención—. Es una ventaja que tenga diecinueve años menos que yo porque los hombres luego envejecen y se ponen ácidos como vos. ¿O será que lo envidiáis porque siempre parece satisfecho gracias a los placeres que le doy? Ningún miembro de esta familia ignora que vuestra mujer de cara avinagrada no os proporciona la misma dicha.

—¡Por la varita de Merlín, qué repugnante comentario! Y, encima, delante de mi hija Sophie y de mi sobrina Jane. —Lord Thomas puso cara de horror—. Quizá ignoráis que lo que vuestro marido anhela no es vuestro cuerpo ni vuestros jueguitos eróticos, sino vuestro oro y vuestros territorios.

—Sin duda también los anhela, pero mucho menos de los que vos los ambicionáis. ¿O negáis que habéis tenido el descaro de privarme de administrar mis estados y mi herencia? —Lady Cecily lo apuntó con el índice, si hubiera tenido a mano su varilla mágica le hubiese efectuado un hechizo debido a la cólera que la embargaba—. Yo debía ser la única ejecutora del testamento de vuestro difunto padre, puesto que los tesoros y las propiedades son míos.

—Y por eso, lady madre, me habéis denunciado y el asunto está en manos de nuestros abogados y de la Justicia. ¡Dejad de acosarme con vuestra cantinela de siempre! —le replicó, cansado, lord Thomas y se pasó la mano por la frente—. No respetáis que soy yo el marqués de Dorset desde que papá murió.

—Y vos no respetáis a las mujeres. ¡Ni siquiera os percatáis de que me resulta intolerable que administréis lo que es mío! —La sacó de nuevo de sus casillas—. Sabéis a la perfección que ejecutaron a mis parientes varones por ser de la Rosa Blanca. Y que los títulos y la fortuna recayeron en mi persona por derecho propio. Es más, si también sois barón de Harington y barón de Bonville es gracias a mí.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora