3. Sueños lúcidos

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Eran altas horas de la madrugada cuando la colcha que cubría a la joven se cayó al suelo, provocando un ruido sordo al chocar contra este.

El sudor perlaba su piel morena y una mueca de disgusto se instauró en su cara conforme se revolvía en la cama. Su ceño se fruncía y algún que otro quejido nacía de sus algodonados labios, sus manos se crispaban ocasionalmente.

La luz de la luna se colaba por sus persianas e iluminaba su rostro que dejaba entrever una expresión de disgusto. Su descanso se veía arruinado noche tras noche, no por los ocasionales coches que atravesaran la calle, las risas de los jóvenes que cometían gamberradas nocturnas o el lejano ulular de una lechuza. Este se veía comprometido por lo que tenía lugar dentro de ella, en su mente.

Deidre llevaba toda una vida siendo espectadora de sueños que no podía concebir como suyos. Estos eran confusos, incómodos y la solían despertar a media noche, impidiéndole descansar. Eran diferentes los unos a los otros mas todos tenían un elemento en común como hilo conductor para dar forma a la historia: él.

A la colcha la siguió una sábana, que ahora comenzaba a sofocarla y de un tirón se deshizo de ella.

Todo a su alrededor tomó forma, se apareció un paisaje verde y húmedo, una pequeña población y una gran mansión blanca y elegante se erigió frente a ella. Deidre vio cómo entraba allí, pues no controlaba su cuerpo y cómo empezó a seguir una rutina de servicio al caserío.

A bandazos, le llegó la información que la situaría en el momento. Era una muchacha joven, huérfana de madre, que había entrado al servicio de una familia antigua, rica y poderosa que acababa de instalarse a las afueras de aquella población.

Los forasteros que acababan de llegar destacaban enormemente de entre los pueblerinos y Deidre lo sabía bien.

Sabía que había comenzado a servirles hacía poco, por petición de la mujer del matrimonio y había sido ella quién la había instruido en todas las tareas que debía hacer y cómo. Había dejado el hogar con su padre debido a la baja posibilidad de casarse a pesar de su belleza, pues su familia no contaba con suficiente dinero para la dote que tenían que ofrecer, una costumbre medieval que aún se seguía haciendo en el pueblo de Bury.

Por ello, se había visto obligada a buscar trabajo en y solamente habían sido aquellos recién llegados los que la habían aceptado.

Nada más entrar a trabajar a la gran casa se encontró con otra situación que no era la que tenía en su pequeña casa.

Allí el señor de la casa era un militar que se ausentaba algunos meses al año y regresaba sin previo aviso. la mujer era dedicada con unos hijos que no podían aborrecerla más, como si les debiera algo que no podía pagar, y después contaba con los tres hijos que no se parecían en nada a sus padres.

Entre ellos tres sí tenían ciertos rasgos en común, pero las similitudes se quedaban en el cabello negro, el mechón blanco y la tez blanca. Personalmente, aunque no tratara con ellos a menudo, había podido discernir de cada uno, una gran personalidad y estatus.

El mayor no solía estar en casa, prefería pasear por el pueblo encantando a las damas esperando ser desposadas y entrar en una familia rica como aquella. Solía ausentarse de las comidas y las cenas y aparecía de madrugada, entrando sigilosamente para que nadie se enterara. Deidre siempre lo pillaba.

La hermana, la única chica de su edad en aquella casa se negaba a hablar con ella. Le giraba el rostro cuando trataba de hablar con ella, pero más de una vez había visto que la miraba con lástima y solía hacer ella misma las tareas que le encargaban a Deidre.

Por último, el más joven de ellos. Deidre sabía que habían nacido el mismo año que ella, pero la cercanía entre ellos no se estableció por la edad, igual que no lo hizo con su hermana. Entre ellos nació algo desde sus pechos, una sensación desconocida para Deidre pero muy familiar para él.

CONDENADOS #PGP2024Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz