2. Amantes del pasado

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Dos figuras esperaban impacientes en medio de la sala de estar de la casa del matrimonio Goncharov, que había fallecido una semana atrás.

Inquietos, los mellizos adoptivos del matrimonio esperaban la llegada de su hermano mayor para comunicarle las noticias y pedirle que se hiciera cargo de ellos aunque hubiera desaparecido de sus vidas hace años.

Udrys Altair esperaba con la espalda recta y sus musculosos brazos cruzados sobre su pecho a cualquier señal de vida por parte de su hermano Giedras Altair.

Yekaterina Altair tenía en sus manos el pequeño dispositivo móvil por el que solía comunicarse Giedras con ellos cada pocas semanas. Aún así resentía enormemente la ausencia de su hermano en su vida.

—¿Se habrá enterado, siquiera? —preguntó Yekaterina rompiendo el espeso silencio que se había establecido entre ellos.

Más le valía que sí, pensó, después de todo, tanto ella como Udrys se habían visto obligados a abandonar sus respectivos internados donde debían terminar su último curso para resolver todo el papeleo que había surgido tras el fallecimiento de sus padres. Y todo porque Giedras no había hecho acto de presencia cuando se le citó.

Resopló al pensarlo y copió la postura de su hermano, cruzándose de brazos.

Udrys se encogió de hombros y sopló para quitarse un mechón de pelo negro negro que le caía sobre los ojos.

La impaciencia comenzó a hacer mella en él y lo que había comenzado como un repiquetear con su zapato el suelo, se convirtió en caminar por la estancia.

El parecido entre ambos era innegable, compartían una tez marfileña que solo se manchaba de lunares en lugares que los dotaban de elegancia, sus cabellos compartían la misma tonalidad de negro azulado; el de ella largo y liso y el de él corto y salvaje. Además, compartían un rasgo genético muy único con su hermano mayor también y este era un mechón blanco que contrastaba con el resto del cabello. No obstante, la semejanza terminaba ahí pues sus ojos, aunque ambos de un profundo azul, no podían ser más diferentes. Los de ella se asemejaban a un oceáno profundo y embravecido, que había amenazado cenetares de barcos con la muerte, los de él, tan oscuros que parecían negros, estaban teñidos de pequeñas motas titilantes de un plateado brillante que se asemejaban al firmamento nocturno.

—No va a venir.

Las palabras de Udrys quebraron el rostro de Yekaterina en una mueca de disgusto.

Unos años atrás, hubiesen puesto sus vidas en las manos de su hermano sin dudarlo. A día de hoy tal declaración no era más que una sentencia a muerte, pues volvía a demostrarles una vez más que no estaba allí para ellos.

—Necesitamos que se haga cargo de nosotros... —comenzó Yekaterina.

Udrys se sabía de memoria la frase, la había repetido una decena de veces desde que habían entrado por la puerta para esperarlo.

—Lo sé.

El tono de Udrys fue autoritario y demandó silencio. Él ya estaba lo suficientemente nervioso como para escuchar a su hermana acrecentar sus temores.

Yekaterina cerró la boca e inspiró hondo para tranquilizarse, pero su corazón latía tan rápido que temía que fuera a salírsele del pecho.

Udrys repasó la situación en su mente otra vez, si Giedras no aparecía, sería él el que por un tiempo llevara la voz cantante al ser registrado como el mayor de los mellizos.

Los Goncharov estaban muertos. Tus padres, se corrigió a sí mismo. Repitió en su mente la conversación que habían tenido por teléfono con su tía, la hermana de su madre adoptiva.

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