4. Heridas abiertas

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Una vez en el aeropuerto, Udrys y Yekaterina se vieron en la obligación de tomar un taxi que los llevara a la pequeña ciudad donde vivía la señora Vivienne Walsh, la "tía abuela" que había accedido acogerlos de buena fe.

Tras estirar las piernas por la terminal y respirar aire fresco al salir del aeropuerto, discutieron cómo llegar a la ciudad.

Por suerte para ellos, el dinero jamás fue una preocupación por lo que pedir o no un taxi no fue una decisión difícil de tomar.

Llamaron la atención a un conductor que justo acababa de quedarse libre y se subieron en él. Le indicaron el nombre del pueblo, Dewsbury, con educación y el taxista les afirmó que sabía cómo llegar ya que era su pueblo natal.

Qué casualidad.

El coche puso rumbo hacia el pueblo de Dewsbury con un ronroneo suave, que, de no haber dormido a lo largo de todo el vuelo, les hubiera dejado K.O a ambos hermanos.

—¿Y qué os trae por aquí? —preguntó el taxista al ver que ninguno de ellos se dormía.

Se metió en la autopista con suavidad y mantuvo una velocidad prudente pero rápida.

—Venimos a visitar a un pariente —respondió Yekaterina antes de que le diera tiempo a Udrys de reaccionar.

Se había quedado embobado mirando las farolas acercarse, iluminar el coche y alejarse, una tras otra.

—Oh, espero que os guste muchísimo Dewsbury —comentó—. Yo creo que tiene mucho encanto, pero no obtiene apenas turismo, la ciudad de Durham lo acapara todo a lo largo del año.

Yekaterina solía tomar la delantera en cuestiones sociales y hablar por Udrys en la mayoría de ellas. A su hermano no es que le importara, pero él era capaz de hablar por sí mismo y a veces parecía que Yekaterina no lo creyera.

Cuando al fin se hizo el silencio en el coche, a Udrys se le ocurrió la idea de leer un poco más. Sin embargo, antes de sacar el libro, pensó que probablemente se acabaría mareando y no quería pasarse esa hora de viaje con un mal de estómago.

Volvió a entretenerse con las luces que iban y venían fuera de la carretera y con los ocasionales coches que los adelantaban o iban en la dirección contraria por la otra vía.

A medida que se aproximaron a la ciudad de Dewsbury, el corazón de Udrys se aceleró.

¿Sería posible que otra casualidad lo llevara directo a ella?

Miró el retrovisor del interior del coche cuando se cercioró de que el taxista no lo usaría y comprobó que en sus oscuros ojos habían nacido más puntos plateados que titilaban con fervor.

Suspiró y eso llamó la atención de su hermana a quién no quiso mirar a la cara por temer lo que diría.

Yekaterina, en respuesta, tomó su mano y la apretó dos veces para después soltarla. Aquella fue su forma de decir, estoy contigo.

No obstante, Udrys sabía que solo lo apoyaría en caso de priorizar antes que a nada y él sabía que aquello no le iba a ser posible. No solo por la posible presencia del alma en la ciudad a la que iban a vivir, si no porque a lo largo de los años, tal y como le había pasado a Giedras, sus hermanos dejaban de ocupar un lugar tan alto en su lista de prioridades.

Al llegar a Dewsbury se bajaron del taxi y callejearon a pie hasta la dirección que Giedras les había indicado.

Cruzaron lo que pensaron que sería la avenida principal de la ciudad y acabaron llegando a la gran casa de color blanco hueso donde iban a vivir los meses siguientes. El jardín era amplio, verde y frondoso y al fijarse en la construcción, Udrys se mordió la lengua.

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